OLEGARIO VÍCTOR ANDRADE
AL GENERAL ÁNGEL VICENTE PEÑALOZA
¡Mártir
del pueblo! tu gigante talla
Más
grande y majestuosa se levanta
Que
entre el solemne horror de la batalla,
Cuando
de fierro la sangrienta valla
Servía
de pedestal para tu planta.
¡Mártir
del pueblo! víctima expiatoria
Inmolada
en el ara de una idea,
te
has dormido en los brazos de la historia
Con
la inmortal diadema de la gloria
Que
del genio un relámpago clarea.
¡Mártir
del pueblo! apóstol del derecho,
Tu
sangre es lluvia de fecundo riego,
y
el postrimer aliento de tu pecho,
que
era a la fe de tu creencia estrecho,
será
más tarde un vendaval de fuego.
¡Mártir
del pueblo! tu cadáver yerto,
Como
el ombú que el huracán desgaja,
Tiene
su tumba digna en el desierto,
Sus
grandes armonías por concierto
Y
el cielo de la patria por mortaja.
¿Qué
importa que en las sombras de occidente,
Del
desencanto el doloroso emblema,
Como
una virgen, que morir se siente,
Incline
el sol la enardecida frente,
De
los mundos magnífica diadema?
¿Qué
importa que se melle en las gargantas
El
cuchillo del déspota porteño,
Y
ponga de escabel, bajo sus plantas,
Del
patriotismo las enseñas santas
Con
que iba un héroe a perturbar su sueño?
¿Qué
importa que sucumban los campeones
Y
caigan los aceros de sus manos,
Si
no muere la fe en sus corazones,
Y
del pendón del libre, los jirones
Sirven
para amarrar a los tiranos?
¿Qué
importa, si esa sangre que gotea
En
principio de vida se convierte,
Y
el humo funeral de la pelea
Lleva
sobre sus alas una idea
Que
triunfa de la saña de la muerte?
¿Qué
importa que la tierra dolorida
Solloce
con las fuentes y las brisas,
Si
no ha de ser eterna la partida,
Si
con nuevo vigor, con nueva vida,
Más
grande ha de brotar de sus cenizas?
¡Mártir!
Al borde de la tumba helada
La
gloria velará tu polvo inerte,
Y,
al resplandor rojizo de tu espada,
Caerá
de hinojos esa turba airada
Que
disputa sus presas a la muerte.
Y
cuando tiña el horizonte oscuro,
Del
porvenir la llamarada inmensa
Y
se desplome el carcomido muro,
Que
tiembla como el álamo inseguro
Ante
las nubes que el dolor condensa,
Entonces
los proscriptos, los hermanos,
Irán
ante tu fosa, reverentes,
A
orar a Dios, con suplicantes manos,
Para
saber domar a los tiranos,
O
morir como mueren los valientes.
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