miércoles, 25 de noviembre de 2015

JOSÉ ZORRILLA "Don Juan"

JOSÉ ZORRILLA 
"Don Juan"

zorrilla jose

En los años que han corrido
Desde que yo le escribí,
Mientras que yo envejecí
Mi Don Juan no ha envejecido.
Y fama tal por él gozo
Que se cree, a lo que parece,
Porque Don Juan no envejece,
Que yo he de ser siempre mozo:
Y hoy el bravo Ducazcal
Os anuncia en su cartel
Que he de hacer aquí un papel,
Que tengo que hacer ya mal.
Yo no soy ya lo que fui:
Y viendo cuán poco soy,
Dejo a los que más son hoy
Pasar delante de mí;
Pues, por Dios,que por más brava
Que sea mi condición,
La fiebre rinde al león,
La gota la piedra cava,
Aún latir mis bríos siento:
Pero es ya vana porfía,
No puedo ya la voz mía
Pedirle otra vez al viento:
Y a quién me lo quiere oír
Digo años ha por doquier,
Que pierdo el ser de mi ser
Y que me siento morir.
Pero nadie me hace caso
Por más que hablo a voz en grito,
Porque este Don Juan maldito
Por doquier me sale al paso;
Y ni me deja vivir
En el rincón de mi hogar,
Ni deja un año pasar
Sin dar de mí que decir.
Yo me apoco día a día,
Y este bocón andaluz,
A quien yo saqué a la luz
Sin saber lo que me hacía,
Me viste con su oropel
Y a la luz me saca consigo;
Por más que a voces le digo
Que ir no puedo a par con él.
Más tanto favor os debo
Por él, que en verdad me obliga
A que algo esta noche os diga
De este insolente mancebo.
Oíd... es una leyenda
Muy difícil de contar,
Porque tiene algo a la par
De ridícula y de horrenda:
Una historia íntima mía.
Yo era en España querido
Y mimado y aplaudido...
Y me huí de España un día.
Vivía a ciegas y erré:
Y una noche andando a oscuras
Tropecé en dos sepulturas
Y de Dios desesperé.
Emigré: me dí a la mar;
Y esperando en el olvido
Una muerte hallar sin ruido,
En América fui a dar.
No llevando allá negocio
Ni esperanza a qué atender,
Al tiempo dejé de correr
En la oscuridad y el ocio.
Once años anduve allí
Vagando por los desiertos,
Contándome con los muertos,
Y sin dar razón de mí.
Los indios semisalvajes
Me veían con asombro
Ir con mi arcabuz al hombro
Por tan agrestes parajes;
Y yo en saber me gozaba
Que nadie que me veía
Allí, quién era sabía
El que por allí vagaba;
Y esperé que de aquél modo
De mí y de mi poesía
Como yo se olvidaría
A la fin el mundo todo.
Mi nombre, pues, con intento
De dejar perder, y en suma
Sin papel, tinta, ni pluma,
Ni libros ya en mi aposento,
Bebía en mi soledad
De mis pesares las heces:
Más tenía que ir a veces
Del desierto a la ciudad.
Vivo el cuerpo, el alma inerte,
A caballo y solo, iba
Como una fantasma viva,
Sin buscar ni huir la muerte.
Y hago aquí esta narración
Porque sirva lo que digo
A mis hechos de castigo,
Y a modo de confesión.
Sobre mí a un anochecer
Un nublado se deshizo,
Y entre el agua y el granizo
Me dejó una hacienda ver.
Eché a escape y me acogí
De la casa entre la gente,
Como franca lo consiente
La hospitalidad allí.
Celebrábase una fiesta.
Que en aquel país no hay día
Que en hacienda o ranchería
No tengan una dispuesta;
Y son fiestas extremadas
Allí por su mismo exceso,
De las hembras embeleso,
De los hombres emboscadas.
Y a no ser de mi leyenda
Por no cortar la ilación,
Hiciera aquí la descripción
De una fiesta en una hacienda,
Donde nadie tiene empacho
De usar a gusto de todo;
Porque son fiestas a modo
De las bodas de Camacho.
Allí acuden sin convite
Buhoneros, comerciantes
Y cirqueros ambulantes;
Sin que a nadie se le quite
De entrar en corro el derecho,
De gastar de los abastos,
Ni de colocar sus trastos
Donde quiera que halle trecho.
Jamás se apaga el hogar,
Jamás el servicio cesa;
Siempre está puesta la mesa
Para comer y jugar.
Por salas y corredores
Se oye el son a todas horas
De carcajadas sonoras,
De onzas y de tenedores.
Todo es pelea de gallos,
Toros, lazos, herraderos,
Manganas y coleadores
Y carreras de caballos;
Y al fin de un día de broma
Que nada en Europa iguala,
Todo el mundo entra en la sala
Y sitio en el baile toma.
Entré e hice lo que todos:
Cuando creí que al sueño
Se iban a dar, di yo al dueño
Gracias por sus buenos modos:
Mas mi caballo al pedir,
Asiéndome por la mano,
Me dijo el buen campirano
Soltando el trapo a reír:
"¿Y a quién hay que se le antoje
Dejar ahora tal jolgorio'
Vamos, venga usté a la troje
Y verá el Don Juan Tenorio."
Y a mí,que lo había escrito,
En la troje me metía;
Y allí al paso me salía
Mi audaz andaluz precito.
Mas ¡ay de mí, cuál salió!
Lo hacía un indio otomí
En jerga que el diablo urdió;
Tal fue mi Don Juan allí,
Que ni yo le conocí
Ni a conocer me di yo.
Tal es la gloria mortal,
Y a quién Dios se la confiere,
Si librarse a ella quiere
Se la torna Dios en mal.
A mí no me la tornó,
Porque por mi buena suerte
Del olvido y de la muerte
Doquier Don Juan me salvó.
¡Dios no quiso allá de mí!
Y de mi patria el olvido
Temiendo, como había ido
A mi patria me volví.
¡Feliz malogrado afán!
Al volver de tierra extraña,
Me hallé que había en España
Vivido por mi Don Juan.
Comprendí en su plenitud
De Dios la suma clemencia:
Don Juan había en mi ausencia
Borrado mi ingratitud.
Monstruo sin par de fortuna,
Mientras yo de España huía,
En España me ponía
En los cuernos de la luna.
Y ni fuerza ni razón
Han podido derribar
Tal ídolo del altar
Que le ha alzado la opinión.
Pero hablemos con franqueza
Hoy que todo coadyuva
Para aquí se me suba
A mí el humo a la cabeza:
Desvergonzado galán,
Siempre atropella por todo
Y de atajarle no hay modo;
¿Qué tiene, pues, mi Don Juan?
Del fondo de un monasterio
Donde le encontré empolvado,
Yo le planté remozado
En mitad de un cementerio:
Y obra de un chico atrevido
Que atusaba apenas bozo,
Os parece tan buen mozo
Porque está tan bien vestido.
Pero sus hechos están
En pugna con la razón,
Pero tal reputación
¿Qué tiene, pues, mi Don Juan?
Un secreto con que gana
La prez entre los dos Juanes;
El freno de sus desmanes:
Que Doña Inés es cristiana.
Tiene que es de nuestra tierra
El tipo tradicional;
Tiene todo el bien y el mal
Que el genio español encierra.
Que, hijo de la tradición,
Es impío y es creyente,
Es balandrón y es valiente,
Y tiene buen corazón.
Tiene que es diestro y zurdo,
Que no cree en Dios y le invoca,
Que lleva el alma en la boca,
Y que es lógico y absurdo.
Con defectos tan notorios
vivirá aquí diez mil soles;
Pues todos los españoles
Nos la echamos de Tenorios
Y si en el pueblo le hallé
Y en español le escribí
Y su autor el pueblo fue...
¿Por qué me aplaudís a mí?

JOSÉ ZORRILLA " A buen juez, mejor testigo"

JOSÉ ZORRILLA 
" A buen juez, mejor testigo"

jose zorilla

I

Entre pardos nubarrones
Pasando la blanca luna,
Con resplandor fugitivo,
La baja tierra no alumbra.
La brisa con frescas alas
Juguetona no murmura,
Y las veletas no giran
Entre la cruz y la cúpula.
Tal vez un pálido rayo
La opaca atmósfera cruza,
Y unas en otras las sombras
Confundidas se dibujan.
Las almenas de las torres
Un momento se columbran,
Como lanzas de soldados
Apostados en la altura.
Reverberan los cristales
La trémula llama turbia,
Y un instante entre las rocas
Riela la fuente oculta.
Los álamos de la Vega
Parecen en la espesura
De fantasmas apiñados
Medrosa y gigante turba;
Y alguna vez desprendida
Gotea pesada lluvia,
Que no despierta a quien duerme,
Ni a quien medita importuna.
Yace Toledo en el sueño
Entre las sombras confusa,
Y el Tajo a sus pies pasando
Con pardas ondas lo arrulla.
El monótono murmullo
Sonar perdido se escucha,
cual si por las hondas calles
Hirviera del mar la espuma.
¡Qué dulce es dormir en calma
Cuando a lo lejos susurran
Los álamos que se mecen,
Las aguas que se derrumban!
Se sueñan bellos fantasmas
Que el sueño del triste endulzan,
Y en tanto que sueña el triste,
No le aqueja su amargura.
Tan en calma y tan sombría
Como la noche que enluta
La esquina en que desemboca
Una callejuela oculta,
Se ve de un hombre que guarda
La vigilante figura,
Y tan a la sombra vela
Que entre las sombras se ofusca.
Frente por frente a sus ojos
Un balcón a poca altura
Deja escapar por los vidrios
La luz que dentro le alumbra;
Mas ni en el claro aposento,
Ni en la callejuela oscura
El silencio de la noche
Rumor sospechoso turba.
Pasó así tan largo tiempo,
Que pudiera haberse duda
De si es hombre, o solamente
Mentida ilusión nocturna;
Pero es hombre, y bien se ve,
Porque con planta segura,
Ganando el centro a la calle,
Resuelto y audaz pregunta:
"¿Quién va?", y a corta distancia
El igual compás se escucha
De un caballo que sacude
Las sonoras herraduras.
"¿Quién va?", repite, y cercana
Otra voz menos robusta
Responde: "Un hidalgo, ¡calle!"
Y el paso el bulto apresura,
"Téngase el hidalgo", el hombre
Replica, y la espada empuña.
"Ved más bien si me haréis calle,
Repitieron con mesura,
Que hasta hoy a nadie se tuvo
Iván de Vargas y Acuña."
"Pase el Acuña y perdone",
Dijo el mozo en faz de fuga,
Pues, teniéndose el embozo,
Sopla un silbato y se oculta.
Paró el jinete a una puerta,
Y con precaución difusa
Salió una niña al balcón
Que llama interior alumbra.
"¡Mi padre!", clamó en voz baja,
Y el viejo en la cerradura
Metió la llave pidiendo
A sus gentes que le acudan.
Un negro por ambas bridas,
Tomó la cabalgadura,
Cerróse detrás la puerta
Y quedó la calle muda.
En esto desde el balcón,
Como quien tal acostumbra,
Un mancebo por las rejas
De la calle se asegura.
Asió el brazo al que apostado
Hizo cara a Iván de Acuña,
Y huyeron en el embozo
Velando la catadura.

II

Clara, apacible y serena
Pasa la siguiente tarde,
Y el sol tocando su ocaso
Apaga su luz gigante;
Se ve la imperial Toledo
Dorada por los remates
Como una ciudad de grana
Coronada de cristales.
El Tajo por entre rocas
Sus anchos cimientos lame,
Dibujando en las arenas
Las ondas con que las bate.
Y la ciudad se retrata
En las ondas desiguales,
Como en prendas de que el río
Tan afanoso la bañe.
A lo lejos en la Vega
Tiende galán por sus márgenes,
De sus álamos y huertos
El pintoresco ropaje;
Y porque su altiva gala
Más a los ojos halague,
La salpica con escombros
De castillos y de alcázares.
Un recuerdo en cada piedra
Que toda una historia vale,
Cada colina un secreto
De príncipes o galanes.
Aquí se bañó la hermosa
Por quien dejó un rey culpable
Amor, fama, reino y vida
En manos de musulmanes.
Allí recibió Galiana
A su receloso amante,
En esa cuesta que entonces
Era un plantel de azahares.
Allá por aquella torre
Que hicieron puerta los árabes,
Subió el Cid sobre Babieca
Con su gente y su estandarte.
Más lejos se ve el castillo
De San Servando, o Cervantes,
Donde nada se hizo nunca
Y nada al presente se hace.
A este lado está la almena
Por do sacó vigilante
El Conde Don Peranzules
Al rey, que supo una tarde
Fingir tan tenaz modorra,
Que, político y constante,
Tuvo siempre el brazo quedo
Las palmas al horadarle.
Allí está el circo romano,
Gran cifra de un pueblo grande,
Y aquí la antigua basílica
De bizantinos pilares,
Que oyó en el primer concilio
Las palabras de los Padres
Que velaron por la Iglesia
Perseguida o vacilante.
La sombra en este momento
Tiende sus turbios cendales
Por todas esas memorias
De las pasadas edades;
Y del Cambrón y Bisagra
Los caminos desiguales,
Camino a los toledanos
Hacia las murallas abren.
Los labradores se acercan
Al fuego de sus hogares,
Cargados con sus aperos,
Cargados con sus afanes.
Los ricos y sedentarios
Se tornan con paso grave,
Calado el ancho sombrero,
Abrochados los gabanes;
Y los clérigos y monjes
Y los prelados y abades,
Sacudiendo el leve polvo
De capelos y sayales.
Quédase sólo un mancebo
De impetuosos ademanes,
Que se pasea ocultando
Entre la capa el semblante.
Los que pasan le contemplan
Con decisión de evitarle,
Y él contempla a los que pasan
Como si a alguien aguardase
Los tímidos aceleran
Los pasos al divisarle,
Cual temiendo de seguro
Que les proponga un combate;
Y los valientes le miran
Cual si sintieran dejarle
Sin que libres sus estoques
En riña sonora dancen.
Una mujer, también sola,
Se viene el llano adelante,
La luz del rostro escondida
En tocas y tafetanes.
Mas en lo leve del paso
Y en lo flexible del talle
Puede a través de los velos
Una hermosa adivinarse.
Vase derecha al que aguarda,
Y él al encuentro le sale
Diciendo... cuanto se dicen
En las citas los amantes.
Mas ella, galanterías
Dejando severa aparte,
Así al mancebo interrumpe
En voz decidida y grave:
"Abreviemos de razones,
Diego Martínez; mi padre,
Que un hombre ha entrado en su ausencia
Dentro mi aposento sabe,
Y así quien mancha mi honra
Con la suya me la lave;
O dadme mano de esposo,
O libre de vos dejadme."
Miróla Diego Martínez
Atentamente un instante,
Y echando a su lado el embozo
Repuso palabras tales:
"Dentro de un mes, Inés mía,
Parto a la guerra de Flandes;
Al año estaré de vuelta
Y contigo en los altares.
Honra que yo te desluzca
Con honra mía se lave,
Que por honra vuelven honra
Hidalgos que en honra nacen."
"Júralo", exclama la niña.
"Más que mi palabra vale
No te valdrá un juramento."
"Diego, la palabra es aire."
"¡Vive Dios, que estás tenaz!
Dalo por jurado y baste."
"No me basta; que olvidar
Puedes la palabra en Flandes."
"¡Voto a Dios! ¿Qué más pretendes?"
"Que a los pies de aquella imagen
Lo jures como cristiano
Del Santo Cristo delante."
Vaciló un punto Martínez.
Mas porfiando que jurase,
Llevóle Inés hacia el templo
Que en medio la Vega yace.
Enclavado en un madero,
En duro y postrero trance,
Ceñida la sien de espinas,
Descolorido el semblante,
Veíase allí un crucifijo
Teñido de negra sangre
A quien Toledo devota
Acude hoy en sus azares.
Ante sus plantas divinas
Llegaron ambos amantes,
Y haciendo Inés que Martínez
Los sagrados pies tocase,
Preguntóle
"Diego, ¿juras
A tu vuelta desposarme?
Contestó el mozo:
"¡Sí juro!",
Y ambos del templo se salen.

III

Pasó un día y otro día
Un mes y otro mes pasó,
Y un año pasado había,
Mas de Flandes no volvía
Diego, que a Flandes partió.
Lloraba la bella Inés
Oraba un mes y otro mes
Su vuelta aguardando en vano,
Del crucifijo a los pies
Do puso el galán su mano.
Todas las tardes venía
Después de traspuesto el sol,
Y a Dios llorando pedía
La vuelta del español,
y el español no volvía.
Y siempre al anochecer,
Sin dueña y sin escudero,
En un manto una mujer
El campo salía a ver
Al alto del Miradero.
¡Ay del triste que consume
Su existencia en esperar!
¡Ay del triste que presume
Que el duelo con que él se abrume
Al ausente ha de pesar!
La esperanza es de los cielos
Preciosos y funesto don,
Pues los amantes desvelos
Cambian la esperanza en celos
Que abrasan el corazón.
Si es cierto lo que se espera
Es un consuelo en verdad;
Pero siendo una quimera,
En tan frágil realidad
Quien espera desespera.
Así Inés desesperaba
Sin acabar de esperar,
Y su tez se marchitaba,
Y su llanto se secaba
Para volver a brotar.
En vano a su confesor
Pidió remedio o consejo
Para aliviar su dolor,
Que mal se cura el amor
Con las palabras de un viejo.
En vano a Iván acudía,
Llorosa y desconsolada;
El padre no respondía,
Que la lengua le tenía
Su propia deshonra atada.
Y ambos maldicen su estrella,
Callando el padre severo
Y suspirando la bella,
Porque nació altanero.
Dos años al fin pasaron
En esperar y gemir,
Y las guerras acabaron,
Y los de Flandes tornaron
A sus tierras a vivir.
Pasó un día y otro día,
Un mes y otro mes pasó,
Y el tercer año corría:
Diego a Flandes se partió,
Mas de Flandes no volvía.
Era una tarde serena,
Doraba el sol de Occidente
Del Tajo la Vega amena,
Y apoyada en una almena
Miraba Inés la corriente.
Iban las tranquilas olas
Las riberas azotando
Bajo las murallas solas,
Musgo, espigas y amapolas
Ligeramente doblando.
Algún olmo que escondido
Creció entre la hierba blanda
Sobre las aguas tendido
Se reflejaba perdido
En su cristalina banda.
Y algún ruiseñor colgado
Entre su fresca espesura
Daba al aire embalsamado
Su cántico regalado
Desde la enramada oscura.
Y algún pez con cien colores,
Tornasolada la escama,
Saltaba a besar las flores,
Que exhalan gratos olores
A las puntas de una rama.
Y allá, en el trémulo fondo,
El torreón se dibuja
Como el contorno redondo
Del hueco sombrío y hondo
Que habita nocturna bruja.
Así la niña lloraba
El rigor de su fortuna,
Y así la tarde pasaba
Y al horizonte trepaba
La consoladora luna.
A lo lejos, por el llano,
En confuso remolino,
Vio de hombres tropel lejano
Que en pardo polvo liviano
Dejan envuelto el camino.
Bajó Inés del torreón,
Y llegando recelosa
A las puertas del Cambrón,
Sintió latir zozobrosa
Más inquieto el corazón.
Tan galán como altanero
Dejó ver la escasa luz
Por bajo el arco primero
Un hidalgo caballero
En un caballo andaluz.
Jubón negro acuchillado,
Banda azul, lazo en la hombrera
Y sin pluma al diestro lado,
El sombrero derribado
Tocando con la gorguera.
Bombacho gris guarnecido,
Bota de ante, espuela de oro,
Hierro al cinto suspendido
Y a una cadena prendido
Agudo cuchillo moro.
Vienen tras este jinete
Sobre potros jerezanos
De lanceros hasta siete,
Y en adarga y coselete
Diez peones castellanos.
Asióse a su estribo Inés,
Gritando: "¡Diego, eres tú!"
Y él viéndola de través,
Dijo: "¡Voto a Belcebú,
Que no me acuerdo quién es!"
Dio la triste un alarido
Tal respuesta al escuchar,
Y a poco perdió el sentido,
Sin que más voz ni gemido
Volviera en tierra a exhalar.
Frunciendo ambas dos cejas
Encomendóla a su gente,
Diciendo: "Malditas viejas,
Que a las mozas malamente
Enloquecen con consejas!"
Y aplicando el capitán
A su potro las espuelas,
El rostro a Toledo dan,
Y a trote cruzando van
Las oscuras callejuelas.

IV

Así por sus altos fines
Dispone y permite el cielo
Que puedan mudar al hombre
Fortuna, poder y tiempo.
A Flandes partió Martínez
De soldado aventurero,
Y por su suerte y hazañas
Allí capitán le hicieron.
Según alzaba en honores
Alzábase en pensamientos,
Y tanto ayudó en la guerra
Con su valor y altos hechos,
Que el mismo rey a su vuelta
Le armó en Madrid caballero,
Tomándole a su servicio
Por capitán de lanceros.
Y otro no fue que Martínez
Quien ha poco entró en Toledo,
Tan orgulloso y ufano
Cual salió humilde y pequeño.
Ni es otro a quien se dirige,
Cobrado el conocimiento,
La amorosa Inés de Vargas,
Que vive por él muriendo.
Mas él, que olvidando todo
Olvidó su nombre mesmo,
Puesto que Diego Martínez
Es el capitán Don Diego,
Ni se ablanda a sus caricias
Ni cura de sus lamentos,
Diciendo que son locuras
De gente de poco seso:
Que ni él prometió casarse
Ni pensó jamás en ello.
¡Tanto mudan a los hombres
Fortuna, poder y tiempo!
En vano porfía Inés
Con amenazas y ruegos;
Cuanto más ella importuna
Está Martínez severo.
Abrazada a sus rodillas,
Enmarañado el cabello,
La hermosa niña lloraba
Prosternada por el suelo.
Mas todo empeño era inútil,
Porque el capitán Don Diego
No ha de ser Diego Martínez,
Como lo era en otro tiempo.
Y así, llamando a su gente,
De amor y piedad ajeno,
Mandóles que a Inés llevaran
De grado o de valimiento.
Mas ella, antes que la asieran,
Cesando un punto en su duelo,
Así habló, el rostro lloroso
Hacia Martínez volviendo:
"Contigo se fue mi honra,
Conmigo tu juramento;
Pues buenas prendas son ambas,
En buen fiel las pesaremos."
Y la faz descolorida
En la mantilla envolviendo,
A pasos desatentados
Salióse del aposento.

V

Era entonces de Toledo
Por el rey, gobernador,
El justiciero y valiente
Don Pedro Ruiz de Alarcón.
Muchos años por su patria
El buen viejo peleó;
Cercenado tiene un brazo,
Mas entero el corazón.
La mesa tiene delante,
Los jueces en derredor,
Los corchetes a la puerta
Y en la derecha el bastón.
Está, como presidente
Del tribunal superior,
Entre un dosel y una alfombra,
Reclinado en un sillón,
Escuchando con paciencia
La casi asmática voz
Con que un tétrico escribano
Solfea una apelación.
Los asistentes bostezan
Al murmullo arrullador;
Los jueces, medio dormidos,
Hacen pliegues al ropón;
Los escribanos repasan
Sus pergaminos al sol,
Los corchetes a una moza
Guiñan en un corredor,
Y abajo, en Zocodober
Gritan en discorde son,
Los que en el mercado venden,
Lo vendido y el valor.
Una mujer en tal punto,
En faz de grande aflicción,
Rojos de llorar los ojos,
Ronca de gemir la voz,
Suelto el caballo y el manto,
Tomó plaza en el salón
Diciendo a gritos: "¡Justicia,
Jueces, justicia, señor!"
Y a los pies se arroja humilde
De Don Pedro de Alarcón,
En tanto que los curiosos
Se agitan alrededor.
Alzóla cortés Don Pedro,
Calmando la confusión
Y el tumultuoso murmullo
Que esta escena ocasionó,
Diciendo:
"Mujer, ¿qué quieres?
"Quiero justicia, señor."
"¿De qué?"
"De una prenda hurtada."
"¿Qué prenda?"
"Mi corazón."
"¿Tú lo diste?"
"Lo presté."
"¿Y no te le han vuelto?"
"No."
"¿Tienes testigos?"
"Ninguno."
"¿Y promesa?"
"¡Sí, por Dios!
Que al partirse de Toledo
Un juramento empeñó."
"¿Quién es él?"
"Diego Martínez."
"¿Noble?"
"Y capitán, señor."
"Presentadme al capitán,
Que cumplirá si juró."
Quedó en silencio la sala,
Y a poco en el corredor
Se oyó de botas y espuelas
El acompasado son.
Un portero, levantando
El tapiz, en alta voz
Dijo: "El capitán Don Diego."
Y entró luego en el salón
Diego Martínez, los ojos
Llenos de orgullo y furor.
"¿Sois el capitán Don Diego
-Díjole Don Pedro- vos?"
Contestó altivo y sereno
Diego Martínez:
"Yo soy."
"¿Conocéis a esta muchacha?"
"Ha tres años, salvo error."
"¿Hicisteisla juramento
De ser su marido?
"No."
"¿Juráis no haberlo jurado?"
"Sí, juro."
"Pues id con Dios."
"¡Miente!", clamó Inés llorando
de despecho y de rubor.
"Mujer, ¡piensa lo que dices...!"
"Digo que miente, juró."
"¿Tienes testigos?"
"Ninguno."
"Capitán, idos con Dios,
Y dispensad que acusado
Dudara de vuestro honor."
Tornó Martínez la espalda,
Con brusca satisfacción,
E Inés, que le vio partirse;
Resuelta y firme gritó:
"Llamadle, tengo un testigo;
Llamadle otra vez, señor."
Volvió el capitán Don Diego,
Sentóse Ruiz de Alarcón,
La multitud aquietóse
Y la de Vargas siguió:
"Tengo un testigo a quien nunca
Faltó verdad ni razón."
"¿Quién?"
"Un hombre que de lejos
Nuestras palabras oyó,
Mirándonos desde arriba."
"¿Estaba en algún balcón?"
"No, que estaba en un suplicio
Donde ha tiempo que expiró."
"¿Luego es muerto?"
"No, que vive,"
"Estáis loca, ¡vive Dios!
¿Quién fue?"
"El Cristo de la Vega,
A cuya faz perjuró."
Pusieronse en pie los jueces
Al nombre del Redentor,
Escuchando con asombro
Tan excelsa apelación.
Reinó un profundo silencio
De sorpresa y de pavor,
Y Diego bajó los ojos
De vergüenza y confusión.
Un instante con los jueces
Don Pedro en secreto habló,
Y levantóse diciendo
Con respetuosa voz:
"La ley es ley para todos;
Tu testigo es el mejor,
Mas para tales testigos
No hay más tribunal que Dios.
Haremos... lo que sepamos.
Escribano, al caer el sol
Al Cristo que está en la Vega
Tomaréis declaración."

VI

Es una tarde serena,
Cuya luz tornasolada
Del purpurino horizonte
Blandamente se derrama.
Plácido aroma de flores
Sus hojas plegando exhalan,
Y el céfiro entre perfumes
Mece las trémulas alas.
Brillan abajo en el valle
Con suave rumor las aguas,
Y las aves en la orilla
Despidiendo al día cantan.
Allá por el Miradero
Por el Cambrón y Bisagra,
Confuso tropel de gente
Del Tajo a la Vega baja.
Vienen delante Don Pedro
De Alarcón, Iván de Vargas,
Su hija Inés, los escribanos,
Los corchetes y los guardias;
Y detrás, monjes, hidalgos,
Mozas, chicos y canalla.
Otra turba de curiosos
En la Vega les aguarda,
Cada cual comentariando
El caso según le cuadra.
Entre ellos está Martínez
En apostura bizarra,
Calzadas espuelas de oro,
Valona de encaje blanca,
Bigote a la borgoñesa,
Melena desmelenada,
El sombrero guarnecido
Con cuatro lazos de plata,
Un pie delante del otro,
Y el puño en el de la espada.
Los plebeyos, de reojo,
Le miran de entre las capas,
Los chicos al uniforme
Y las mozas a la cara.
Llegado el gobernador
Y gente que le acompaña,
Entraron todos al claustro
Que iglesia y patio separa.
Encendieron ante el Cristo
Cuatro cirios y una lámpara
Y de hinojos un momento
Le rezaron en voz baja.
Está el Cristo de la Vega
La cruz en tierra posada,
Los pies alzados del suelo
Poco menos de una vara;
Hacia la severa imagen
Un notario se adelanta
De modo que con el rostro
Al pecho santo llegaba.
A un lado tiene a Martínez,
A otro lado a Inés de Vargas,
Detrás al gobernador
Con sus jueces y sus guardias.
Después de leer dos veces
La acusación entablada,
El notario a Jesucristo,
Así demandó en voz alta:
Jesús, Hijo de María,
Ante nos esta mañana,
Citado como testigo
Por boca de Inés de Vargas,
¿Juráis ser cierto que un día
A vuestras divinas plantas
Juró a Inés Diego Martínez
Por su mujer desposarla?
Asida a un brazo desnudo
Una mano atarazada
Vino a posar en los autos
La seca y hendida palma,
Y allá en los aires: "¡Sí, juro!"
Clamó una voz más que humana.
Alzó la turba medrosa
La vista a la imagen santa...
Los labios tenía abiertos
Y una mano desclavada.

Conclusión

Las vanidades del mundo
Renunció allí mismo Inés,
Y espantado de sí propio
Diego Martínez también.
Los escribanos, temblando
Dieron de esta escena fe,
Firmando como testigos
Cuantos hubieron poder.
Fundóse un aniversario
Y una capilla con él,
Y Don Pedro de Alarcón
El altar ordenó hacer,
Donde hasta el tiempo que corre,
Y en cada año una vez,
Con la mano desclavada
El crucifijo se ve.

GABRIEL ZAID "Despedida"

GABRIEL ZAID "Despedida"

gabriel zaid

A punto de morir,
Vuelvo para decirte no sé qué
De las horas felices.
Contra la corriente.

No sé si lucho para no alejarme
De la conversación en tus orillas
O para restregarme en el placer
De ir y venir del fin del mundo.

¿En qué momento pasa de la página al limbo,
Creyendo aún leer, el que dormita?
La corza en tierra salta para ser perseguida

Hasta el fondo del mar por el delfín,
Que nada y se anonada, que se sumerge
Y vuelve para decir no sé qué.

GABRIEL ZAID "Brindis"

GABRIEL ZAID "Brindis"


zaid

Borracho estoy de amarte y de mirarte,
Alta luz, alta copa enaltecida.
El vino se hace lenguas del Espíritu
Y migas hace el pan con el mantel.
Blanca la luz y negra y roja y viva,
En tus dedos es sangre, en tus pupilas
Eternidad, en tus labios silencio.
Te amo, sí, te amo, borracho de tus ojos,
Borracho, del silencio que ha arrasado tus ojos,
Noche viva y sin lágrimas, noche viva y sin rumbo,
Pero llena de estrellas como un mar sin temor.

viernes, 30 de octubre de 2015

XAVIER VILLAURRUTIA "Décima muerte"

XAVIER VILLAURRUTIA
"Décima muerte"


A Ricardo de Alcázar.

I

¡Qué prueba de la existencia
Habrá mayor que la suerte
De estar viviendo sin verte
Y muriendo en tu presencia!
Esta lúcida conciencia
De amar a lo nunca visto
Y de esperar lo imprevisto;
Este caer sin llegar
Es la angustia de pensar
Que puesto que muero existo.

II

Si en todas partes estás,
En el agua y en la tierra,
En el aire que me encierra
Y en el incendio voraz;
Y si a todas partes vas
Conmigo en el pensamiento,
En el soplo de mi aliento
Y en mi sangre confundida,
¿No serás, Muerte, en mi vida,
Agua, fuego, polvo y viento?

III

Si tienes manos, que sean
De un tacto sutil y blando,
Apenas sensible cuando
Anestesiado me crean;
Y que tus ojos me vean
Sin mirarme, de tal suerte
Que nada me desconcierte
Ni tu vista ni tu roce,
Para no sentir un goce
Ni un dolor contigo, Muerte.

IV

Por caminos ignorados,
Por hendiduras secretas,
Por las misteriosas vetas
De troncos recién cortados,
Te ven mis ojos cerrados
Entrar en mi alcoba oscura
A convertir mi envoltura
Opaca, febril, cambiante,
En materia de diamante
Luminosa, eterna y pura.

V

No duermo para que al verte
Llegar lenta y apagada,
Para que al oír pausada
Tu voz que silencios vierte,
Para que al tocar la nada
Que envuelve tu cuerpo yerto,
Para que a tu olor desierto
Pueda, sin sombra de sueño,
Saber que de ti me adueño,
Sentir que muero despierto.

VI

La aguja del instantero
Recorrerá su cuadrante,
Todo cabrá en un instante
Del espacio verdadero
Que, ancho, profundo y señero,
Será elástico a tu paso
De modo que el tiempo cierto
Prolongará nuestro abrazo
Y será posible, acaso,
Vivir después de haber muerto.

VII

En el roce, en el contacto,
En la inefable delicia
De la suprema caricia
Que desemboca en el acto,
Hay un misterioso pacto
Del espasmo delirante
En que un cielo alucinante
Y un infierno de agonía
Se funden cuando eres mía
Y soy tuyo en un instante.

VIII

¡Hasta en la ausencia estás viva!
Porque te encuentro en el hueco
De una forma y en el eco
De una nota fugitiva;
Porque en mi propia saliva
Fundes tu sabor sombrío,
Y a cambio de lo que es mío
Me dejas sólo el temor
De hallar hasta en el sabor
La presencia del vacío.

IX

Si te llevo en mí prendida
Y te acaricio y escondo,
Si te alimento en el fondo
De mi más secreta herida;
Si mi muerte te da vida
Y goce mi frenesí,
¿Qué será, Muerte, de ti
Cuando al salir yo del mundo,
Deshecho el nudo profundo,
Tengas que salir de mí?

X

En vano amenazas, Muerte,
Cerrar la boca a mi herida
Y poner fin a mi vida
Con una palabra inerte.
¡Qué puedo pensar al verte,
Si en mi angustia verdadera
Tuve que violar la espera;
Si en vista de tu tardanza
Para llenar mi esperanza
No hay hora en que yo no muera!

XAVIER VILLAURRUTIA "Amor condusse noi ad una norte"

XAVIER VILLAURRUTIA
"Amor condusse noi ad una norte"


Amar es una angustia, una pregunta,
Una suspensa y luminosa duda;
Es un querer saber todo lo tuyo
Y a la vez un temor de al fin saberlo.

Amar es reconstruir, cuando te alejas,
Tus pasos, tus silencios, tus palabras,
Y pretender seguir tu pensamiento
Cuando a mi lado, al fin inmóvil, callas.

Amar es una cólera secreta,
Una helada y diabólica soberbia.

Amar es no dormir cuando en mi lecho
Sueñas entre mis brazos que te ciñen,
Y odiar el sueño en que, bajo tu frente,
Acaso en otros brazos te abandonas.

Amar es escuchar sobre tu pecho,
Hasta colmar la oreja codiciosa,
El rumor de tu sangre y la marea
De tu respiración acompasada.

Amar es absorber tu joven savia
Y juntar nuestras bocas en un cauce
Hasta que de la brisa de tu aliento
Se impregnen para siempre mis entrañas.

Amar es una envidia verde y muda,
Una sutil y lúcida avaricia.

Amar es provocar el dulce instante
En que tu piel busca mi piel despierta;
Saciar a un tiempo la avidez nocturna
Y morir otra vez la misma muerte
Provisional, desgarradora, oscura.

Amar es una sed, la de la llaga
Que arde sin consumirse ni cerrarse,
Y el hambre de una boca atormentada
Que pide más y más y no se sacia.

Amar es una insólita lujuria
Y una gula voraz, siempre desierta.


Pero amar es también cerrar los ojos,
Dejar que el sueño invada nuestro cuerpo
Como un río de olvido y de tinieblas,
Y navegar sin rumbo, a la deriva:
Porque amar es, al fin, una indolencia.

CÉSAR VALLEJO "Epístola a los transeúntes"

CÉSAR VALLEJO
"Epístola a los transeúntes"


Reanudo mi día de conejo
Mi noche de elefante en
Descanso.

Y, entre mí, digo:
Esta es mi inmensidad en
Bruto, a cántaros
Este es mi grato peso,
Que me buscará abajo para
Pájaro
Este es mi brazo
Que por su cuenta rehusó ser ala,
Estas son mis sagradas escrituras,
Estos mis alarmados campeñones.

Lúgubre isla me alumbrará continental,
Mientras el capitolio se apoye en mi íntimo
Derrumbe
Y la asamblea en lanzas clausure mi desfile.

Pero cuando yo muera
De vida y no de tiempo,
Cuando lleguen a dos mis dos maletas,
Este ha de ser mi estómago en que cupo mi
Lámpara en pedazos,
Esta aquella cabeza que expió los tormentos del
Círculo en mis pasos,
Estos esos gusanos que el corazón contó por
Unidades,
Este ha de ser mi cuerpo solidario
Por el que vela el alma individual;
Este ha de ser mi ombligo en que maté mis piojos natos,
Esta mi cosa cosa, mi cosa tremebunda.


En tanto, convulsiva, ásperamente
Convalece mi freno,
Sufriendo como sufro del lenguaje directo
Del león;
Y, puesto que he existido entre dos potestades
De ladrillo,
Convalezco yo mismo, sonriendo de mis labios.

CÉSAR VALLEJO "¡Cuídate, España, de tu propia España!"

CÉSAR VALLEJO
"¡Cuídate, España, de tu propia España!"


¡Cuídate, España, de tu propia España!
¡Cuídate de la hoz sin el martillo,
Cuídate del martillo sin la hoz!
¡Cuídate de la víctima a pesar suyo,
Del verdugo a pesar suyo
Y del indiferente a pesar suyo!
¡Cuídate del que, antes de que cante el gallo,
Negárate tres veces,
Y del que te negó, después, tres veces!
¡Cuídate de las calaveras sin las tibias,
Y de las tibias sin las calaveras!
¡Cuídate de los nuevos poderosos!
¡Cuídate del que come tus cadáveres,
Del que devora muertos a tus vivos!
¡Cuídate del leal ciento por ciento!
¡Cuídate del cielo más acá del aire
Y cuídate del aire más allá del cielo!
¡Cuídate de los que te aman!
¡Cuídate de tus héroes!
¡Cuídate de tus muertos!
¡Cuídate de la república!
¡Cuídate del futuro!

viernes, 16 de octubre de 2015

GUILLERMO VALENCIA "Anarkos"

GUILLERMO VALENCIA
"Anarkos"



De todo lo escrito amo solamente lo que
El hombre escribió con su propia sangre.
Escribe con sangre y aprenderás que la
Sangre es espíritu.
Federico Nietzsche.

En el umbral de la polvosa puerta
Sucia la piel y el cuerpo entumecido,
He visto, al rayo de una luz incierta,
Un perro melancólico, dormido.
¿En qué sueña? Tal vez árida fiebre
Cual un espino sus entrañas hinca
O le finge los pasos de una liebre
Que ante sus ojos descuidada brinca.
Y cuando el alba sobre el Orbe mudo
Como un ave de luz se despereza,
Ese perro nostálgico y lanudo
Sacude soñoliento la cabeza
Y se echa a andar por la fragosa vía,
Con su ceño de inválido mendigo,
Mientras mueren las ráfagas del día
Para tornar a su fangoso abrigo.
Hundido en la cloaca
La agita con sus manos temblorosas,
Y de esa tumba miserable, saca
Tiras de piel, cadáveres de cosas.
Entretanto, felices compañeros
Sobre la falda azul de las princesas
Y en las manos de nobles caballeros
Comparten el deleite de las mesas;
Ciñen collares de valioso broche,
Y en las gélidas horas de la noche
Tienen calor, en tanto que el proscrito
Que va sin dueño entre el humano enjambre,
Tropieza con el tósigo maldito
Creyendo ahogar el hambre,
Y en las hondas fatigas del veneno
Echado sobre el polvo se estremece,
Fatídico temblor le turba el seno,
Y con el ojo tímido, saltado,
Sobre la tierra sin piedad, fallece.
Todos vuelven la faz, nadie le toca:
Al bardo sólo que a su lado pasa,
Atedia la frescura de su boca
"Donde nítidos dientes
Se enfilan como perlas refulgentes"...

Mísero can, hermano
De los parias, tú inicias la cadena
De los que pisan el erial humano
Roídos por el cáncer de su pena;
Es su cansancio igual a tu fatiga;
Como tú se acurrucan en los quicios
O piden paz, sin una mano amiga,
Al silencio de oscuros precipicios.
Son los siervos del pan: fecunda horda
Que llena el mundo de vencidos. Llama
Ávida de lamer. Tormenta sorda
Que sobre el Orbe enloquecido brama.
Y son sus hijos pálidas legiones
De espectros que en la noche de sus cuevas,
Al ritmo de sus tristes corazones
Viven soñando con auroras nuevas
De un sol de amor en mística alborada,
Y, sin que llegue la mentida crisis,
En medio de su mísera nidada
¡Los degüellan las ráfagas de tisis!

Los mudos socavones de las minas
Se tragan en falanges los obreros
Que, suspendidos sobre abismo loco,
Semejan golondrinas
Posadas en fantásticos aleros.
Con luz fosforescente de cocuyos,
Trémula y amarilla,
Perfora oscuridad su lamparilla;
Sobre vertiginosos voladeros
Acometen olímpicos trabajos,
Y en tintas de carbón ennegrecidos,
Se clavan en los fríos agujeros,
Como un pueblo infeliz de escarabajos
A taladrar los árboles podridos.
Sus manos desgarradas
Vierten sangre; sarcástica retumba
La voz en la recóndita huronera:
Allí fue su vivir; allí su tumba
Les abrirá la bárbara cantera
Que inmóvil, dura, sus alientos gasta,
O frenética y ciega y bruta y sorda
Con sus olas de piedra los aplasta.

El minero jadeante
Mira saltar la chispa de diamante
Que años después envidiará su hija,
Cuando triste y hambrienta y haraposa,
La mejilla más blanca que una rosa
Blanca, y el ojo con azul ojera,
Se pare a remirarla, codiciosa,
Al través de una diáfana vidriera,
Do mágicos joyeles
En rubias sedas y olorosas pieles
Fulgen: piedras de trémulos cambiantes,
Ligadas por artistas
En cintillos: rubíes y amatistas,
Zafiros y brillantes,
La perla oscura y el topacio gualda,
Y en su mórbido estuche de rojizo peluche,
Como vivo retoño, la esmeralda.
La joven, pensativa,
Sus ojos clava, de un azul intenso,
En las joyas, cautiva
De algo que duerme entre el tesoro inmenso
No es la codicia sórdida que labra
El pecho de los viles:
Es que la dicen mística palabra
Las gemas que tallaron los buriles:
Ellas proclaman la fatiga ignota
De los mineros; acosada estirpe
Que sobre recio pedernal se agota,
Destrozada la faz, el alma rota,
Sin un caudillo que su mal extirpe:

El diamante es el lloro
De la raza minera
En los antros más hondos de la hullera:

¡Loor a los valientes campeones
Que vertieron sus lágrimas
Entre los socavones!

Es el rubí la sangre de los héroes que, en épicas faenas,
Tiñeron el filón con el desangre
Que hurtó la vida a sus hinchadas venas:

¡Loor a los valientes campeones
Que perdieron sus vidas
Entre los socavones!

El zafiro recuerda
A los trabajadores de las simas
El último jirón de cielo puro
Que vieron al mecerse de la cuerda
Que los bajaba al laberinto oscuro:

¡Loor a los sepultos campeones
Que no verán ya el cielo
Entre los socavones!

Y el topacio de tinte amarillento
Es recóndita ira
Y concreciones de dolor; lamento
Que entre el callado boquerón expira;

¡Loor a los cautivos campeones
Que como fieras rugen
Entre los socavones!

La joven pordiosera
Huyó.

¿Que formidable vocerío
Pasa volando por el azul esfera,
Con el lejano murmurar de un río?
Es una turba de profetas. Vienen
Al aire desplegando los pendones
Color de cielo; sus cabezas tienen
Profusas cabelleras de leones.
En sus labios marchitos se adivina
El himno, la oración y la blasfemia;
Llama febril sus ojos ilumina
De sacros resplandores;
Pálidos como el rostro de la Anemia,
Llegaron ya: son los conquistadores
Del Ideal: ¡dad paso a la bohemia!
Ebrios todos de un vino luminoso
Que no beben los bárbaros, y envueltos
En andrajos, son almas de coloso,
Que treparán a la impasible altura
Donde afilan sus hojas los laureles
Conque ciñes de olímpica verdura
En tu vasto proscenio
A los ungidos de tu Crisma, ¡oh Genio!
Aquel muestra su aljaba
De combate, repleta de pinceles;
El otro vibra, como ruda clava,
Un cuadrado amartillo y dos cinceles;
Se interrogan, se dicen sus proyectos
De obras que dejarán eternos rasgos;
Aunque sean insectos,
El mármol y el pincel los harán astros.
Un escultor ofrece
Pulir la piedra como fino encaje
Para velar un seno que florece
Bajo la tenue morbidez del traje;
Aquése de fosfórica pupila,
Que las del gato iguala,
Discurre sólo en actitud tranquila
Con el azul cuaderno bajo el ala,
Y el bardo decadente,
El bardo mártir que suscita mofas,
Levantará la frente,
Alto nido de férvidas estrofas,
Y de sus labios, que el reír no alegra,
Brotará el pensamiento
Como un águila negra,
Con las alas enormes
Desplegadas al viento,
Para cantar la Venus Victoriosa
Cuya violenta juventud encarne
El espíritu alegre de la diosa
En las melancolías de la carne.

El músico, doblando la cabeza
Sobre la débil caja
De su violín sonoro,
Dice la voz que de los cielos baja
Como un perfume del jardín de oro,
Y, agarrando del cuello enflaquecido
Al tísico instrumento,
Lo hace gritar con trágico alarido;
Y con ahogados trémolos simula
El sollozo de un mártir que se queja
Bajo el negro dogal que lo estrangula:
Y sobre todos flota,
Como un sueño de amor en la noche larga,
La paz del arte que su duelo embota
Y su llagado corazón embarga.

Desventurada tribu
De miserables, vuestro ensueño vano
Vuela solo entre sombras como vuelan
Las grullas en las noches de verano.
Esa lumbre asesina de los focos
Que doran las soberbias capitales,
Arderá vuestras frentes inmortales
Y vuestras alas de zafir, ¡oh locos!
Sin pan, ni amor, ni gruta
Donde dormir vuestras febriles horas,
Sucumbís a la bárbara cadena,
Sin más visión que la chafada ruta
Que os empuja a los légamos del Sena...
¡Canes, mineros, artistas,
El árido recinto que os encierra
Consume vuestros míseros despojos;
Y en el agrio Sahara de la tierra
Sólo hallasteis el agua... de los ojos!
Huid como una banda tenebrosa
De pájaros nocturnos que entre ramas
Hienden la oscuridad sin voz ni huella;
Morid: ¡para vosotros
No se despierta el día
Ni se columpia en el Zenit la estrella
Que llamaron los hombres Alegría!
Cuan lejos de vosotros se levanta,
Sobre columnas de marfil bruñido,
La ciudad de los Amos, donde canta
Su canto de ventura
El gozo entre las almas escondido.
Allí todos olvidan
Vuestra angustia. Los árboles no dejan
-De silencio cargados y de flores-
Llegar, de los vencidos que se quejan,
El treno funeral de sus dolores;
Allí, cual un torrente
Que dé sus ondas a dormidas charcas,
Resbala fríamente
Con ruido sonoro
El oro, a los abismos de las arcas.
Allí las sedas crujen
Como crujen las carnes sacudidas
Por las fieras: son fieras que no rugen
Los seres sin piedad. Ved como pasa
Sobre el marmóreo suelo,
Con su capa de pieles la hembra dura
Cual un oso gigante sobre hielo.
¿Por qué se abren sus ojos
Desmesuradamente?
¡Ah! Si es que apunta con fulgores rojos
El astro de la sangre por Oriente.
Bajo el odio del viento y de la lluvia
Por la frígida estepa se adelantan
Los domadores de la Bestia rubia:
Ya los perros sarnosos
Se tornaron chacales. De ira ciego
El minero de ayer se precipita
Sobre los tronos. Un airado fuego
Entre sus manos trémulas palpita,
Y sorda a la niñez, al llanto, al ruego,
¡Ruge la tempestad de dinamita!
¡Son los hijos de Anarkos! Su mirada,
Con reverberaciones de locura,
Evoca ruinas y predice males:
Parecen tigres de la Selva oscura
Con nostalgias de víctima y juncales.
El furioso caer de sus piquetas
En trizas torna la vetusta arcada
Que erigieron al Bien nuestros mayores;
Y por la red de las enormes grietas
Va filtrando, con tintes de alborada,
Un sol de juventud sus resplandores.

Aquél un arma ruda
Pide, que parta huesos y que exprima
El verbo de la cólera; filuda
Por el trabajo, recogió su lima
De fatigado obrero,
Y bajo el golpe de Lucheni, ¡muda
Cayó la Emperatriz como un cordero!

Pini, Vaillant, Caserio y Angiolillo,
Vuestro valor ante la muerte espanta;
Negros emperadores del cuchillo,
Que rendís la garganta
Como débil mendrugo
A las ávidas fauces del verdugo;
De duques y barones
No circundó plegada muselina
Vuestros cuellos. Allí donde culmina
El dorado listón de los toisones
Os dio la guillotina
Su mordisco glacial: vendimiadora
Que la tez y las almas descolora.

Aún parece vibrar en mis oídos
La voz de Emile Henry: ya bajo el hacha
Iba la a rodar su juvenil cabeza,
Como la flor al soplo de la racha,
Y exclamó: "Germinal",
Y de su herida
Corrió una fuente de licor sagrado
Que bautizó la historia dolorida
De los siervos, con óleo ensangrentado.
Y ese fue dulce al comenzar; renuevo
De razas de alto nombre.
¿Quién me dirá si un huevo
Son de torcaz o víbora? La mente
No sabe leer lo que en el tiempo asoma:
El hombre, como el huevo,
En nidos de dolor será serpiente,
¡En nidos de piedad será paloma!

Por dondequiera que mi ser camine
Anarkos va, que todo lo deslustra;
¡Un rito secular que no decline
Ante el puño brutal de Bakunine,
Y el heraldo feroz de Zarathustra!

No puede ser que vivan en la arena
Los hombres como púgiles; la vida
Es una fuente para todos llena;
Id a beber, esclavos sin cadena;
Potentado, ¡tu siervo te convida!
¡Nada escuchan! Los pobres, a la jaula
De la miseria se resisten fieros,
Y con brazo de adustos domadores
Y el ojo sin ternura, ¡los enjaula
La codicia sin fin de los señores!

¿Quién los conciliará? Tibios reflejos
De una luz paternal y vespertina
Visten de claridad el linde vago:
Es que el Patriarca de los Ritos viejos,
De sapiencia cubierto, se avecina,
Con la nerviosa palidez de un mago.
Es flaco y débil: su figura finge
Lo espiritual; el cuerpo es una rama
Donde canta su espíritu de Esfinge;
Y su sangre, la llama
Que los miembros cansados transparenta;
De su nariz el lóbulo movible
Aspira lo invisible,
Son sus patricias manos una garra
Febril y amarillenta
Es de los griegos la gentil cigarra
¡Que con mirar el éter se alimenta!
Impalpable se irgue -melancólico espectro-
Y de la cuerda blanca
A su místico plectro
La melodía arranca.
Impalpable se irgue;
Hay algo de felino
En su trémula marcha,
Hay mucho de divino
En la nítida escarcha
Que su cabeza orea.
Cruza sin otras galas
Que la túnica nívea
Que semeja las alas
Rotas de un genio de celeste coro,
Y sobre el pecho una
Cruz de pálido oro.
Alza el brazo. La Europa
Lo aguarda como a antiguo caballero,
Debajo de una bóveda de acero;
Calla sus labios la soberbia tropa
De esclavos y señores:
El Pontífice augusto
Trae el bálsamo santo que redime,
Y calma la batalla de panteras;
Revalúa lo justo;
Ya va a decir el símbolo sublime...
Y de sus labios tiernos
Salió, como relámpago imprevisto,
A impulso de los hálitos eternos
Esta sola palabra: "Jesucristo".

GUILLERMO VALENCIA “A la memoria de Josefina”

GUILLERMO VALENCIA
“A la memoria de Josefina”


I

De lo que fue un amor, una dulzura
Sin par, hecha de ensueño y de alegría,
Sólo ha quedado la ceniza fría
Que retiene esta pálida envoltura.
La orquídea de fantástica hermosura,
La mariposa en su policromía
Rindieron su fragancia y gallardía
Al hado que fijó mi desventura.
Sobre el olvido mi recuerdo impera;
De su sepulcro mi dolor la arranca;
Mi fe la cita, mi pasión la espera,
Y la vuelvo a la luz, con esa franca
Sonrisa matinal de primavera:
¡Noble, modesta, cariñosa y blanca!

II

Que te amé, sin rival, tú lo supiste
Y lo sabe el Señor; nunca se liga
La errátil hiedra a la floresta amiga
Como se unió tu ser a mi alma triste.
En mi memoria tu vivir persiste
Con el dulce rumor de una cantiga,
Y la nostalgia de tu amor mitiga
Mi duelo, que al olvido se resiste.
Diáfano manantial que no se agota,
Vives en mí, y a mi aridez austera
Tu frescura se mezcla, gota a gota.
Tú fuiste a mi desierto la palmera,
A mi piélago amargo, la gaviota,
¡Y sólo morirás cuando yo muera!

LUIS G. URBINA "Dones"

LUIS G. URBINA
"Dones"


Mi padre fue muy bueno: me donó su alegría
Ingenua; su ironía
Amable: su risueño y apacible candor.
¡Gran ofrenda la suya! Pero tú, madre mía,
Tú me hiciste el regalo de tu suave dolor.

Tú pusiste en mi alma la enfermiza ternura,
El anhelo nervioso e incansable de amar;
Las recónditas ansias de creer; la dulzura
De sentir la belleza de la vida, y soñar.

Del ósculo fecundo que se dieron dos seres
-El gozoso y el triste- en una hora de amor,
Nació mi alma inarmónica; pero tú, madre, eres
Quien me ha dado el secreto de la paz interior.


A merced de los vientos, como una barca rota
Va, doliente, el espíritu; desesperado no.
La placidez alegre poco a poco se agota;
Mas sobre la sonrisa que me dio el padre, brota
De mis ojos la lágrima que la madre me dio.

LUIS G. URBINA "Así fue"

LUIS G. URBINA
"Así fue"


Lo sentí; no fue una
Separación, sino un desgarramiento;
Quedó atónita el alma, y sin ninguna
Luz, se durmió en la sombra el pensamiento.

Así fue; como un gran golpe de viento
En la serenidad del aire. Ufano,
En la noche tremenda,
Llevaba yo en la mano
Una antorcha con que alumbraba la senda,
Y que de pronto se apagó: la oscura
Acechanza del mal y el destino
Extinguió así la llama y mi locura.

Vi un árbol a la orilla del camino,
Y me senté a llorar mi desventura.
Así fue, caminante
Que me contemplas con mirada absorta
Y curioso semblante.


Yo estoy cansado, sigue tú adelante;
Mi pena es muy vulgar y no te importa.
Amé, sufrí, gocé, sentí el divino
Soplo de la ilusión y la locura;
Tuve la antorcha, la apagó el destino,
Y me senté a llorar mi desventura
A la sombra de un árbol del camino.

lunes, 12 de octubre de 2015

MIGUEL DE UNAMUNO "De vuelta a casa"

MIGUEL DE UNAMUNO
"De vuelta a casa"


Desde mi cielo a despedirme llegas
Fino orvallo que lentamente bañas
Los robledos que visten las montañas
De mi tierra, y los maíces de sus vegas.

Compadeciendo mi secura, riegas
Montes y valles, los de mis entrañas,
Y con tu bruma el horizonte empañas
De mi sino, y así en la fe me anegas.

Madre Vizcaya, voy desde tus brazos
Verdes, jugosos, a Castilla enjuta,
Donde fieles me aguardan los abrazos


De costumbre, que el hombre no disfruta
De libertad si no es preso en los lazos
De amor, compañero de la ruta.

MIGUEL DE UNAMUNO "Castilla"

MIGUEL DE UNAMUNO
"Castilla"


Tú me levantas, tierra de Castilla,
En la rugosa palma de tu mano,
Al cielo que te enciende y te refresca,
Al cielo, tu amo,

Tierra nervuda, enjuta, despejada,
Madre de corazones y de brazos,
Toma el presente en ti viejos colores
Del noble antaño.

Con la pradera cóncava del cielo
Lindan en torno tus desnudos campos,
Tiene en ti cuna el sol y en ti sepulcro
Y en ti santuario.

Es todo cima tu extensión redonda
Y en ti me siento al cielo levantado,
Aire de cumbre es el que se respira
Aquí, en tus páramos.


¡Ara gigante, tierra castellana,
A ese tu aire soltaré mis cantos,
Si te son dignos bajarán al mundo
Desde lo alto!

JAIME TORRES BODET "Amor"

JAIME TORRES BODET
"Amor"


Para escapar de ti
No bastan ya peldaños,
Túneles, aviones,
Teléfonos o barcos.
Todo lo que se va
Con el hombre que escapa:
El silencio, la voz,
Los trenes y los años,
No sirve para huir
De este recinto exacto
—Sin horas ni reloj,
Sin ventanas ni cuadros—
Que a todas partes va
Conmigo cuando viajo.

Para escapar de ti
Necesito un cansancio
Nacido de ti misma:
Una duda, un rencor,
La vergüenza de un llanto;
El miedo que me dio
—Por ejemplo— poner
Sobre tu frágil nombre
La forma impropia y dura
Y brusca de mis labios...

El odio que sentí
Nacer al mismo tiempo
En ti que nuestro amor,
Me hará salir de tu alma
Más pronto que la luz,
Más deprisa que el sueño,
Con mayor precisión
Que el ascensor más raudo:
El odio que el amor
Esconde entre las manos.

JAIME TORRES BODET "Abril"

JAIME TORRES BODET
"Abril"


Esperando la mano de nieve...
Bécquer

¿En dónde? ¿En qué lugar
Secreto del invierno
Está oculto el botón
Mecánico, la rosa,
El vals o la mujer
Que un dedo sin esfuerzo
Debería tocar
Para ponerte en marcha,
Automático abril
De un año descompuesto?

Lo siento. Estás ya aquí,
Junto a mi pensamiento,
Como —sobre el cristal
De una ventana oscura—
La exigencia sin voz
De un aletazo terco.
Pero, si salgo a abrir,
Lo único que encuentro
Es la noche, otra vez:
La noche y el silencio.

¿Palabras? ¿Para qué?
En ellas, por momentos,
creo tocarte al fin,
Abril... Pero las digo
—Raíz, pájaro, luz—
Y me contesta el viento:
Invierno; invierno el sol,
Y soledad los ecos.

Libros de viaje busco.
Mapas de amor despliego.
A rostros de mujeres
Que hace tiempo murieron,
En retratos y en cartas
Pregunto cómo eras;
Qué nubes o qué alondras
Fueron, en otros puertos,
De tu regreso eterno
Crédulos mensajeros.

Pero nadie te ha visto
Llegar, abril. A nadie
Puedo pedir consejo
Para esperarte. Nadie
Conoce tus andenes,
Sino —acaso— este ciego
Que pugna por hallar
A tientas, en mis versos,
El secreto botón
Que pone en marcha al mundo
Cuando vacila el sol
Y dudan los inviernos...

miércoles, 7 de octubre de 2015

JORGE TEILLIER "Ahora que de nuevo"

JORGE TEILLIER 
"Ahora que de nuevo"



Ahora que de nuevo nos envuelve el invierno
Enemigo de los vagos y los ebrios,
El viento los arrastra como a las hojas del diario de la tarde
Y los deja fuera de las hospederías,
Los hace entrar a escondidas a dormir hasta en los confesionarios.

Conozco esas madrugadas
Donde buscas a un desconocido y un conocido te busca
Sin que nadie llegue a encontrarse
Y los radiopatrullas aúllan amenazantes
Y el teniente de guardia espera con su bigotito de aprendiz de nazi
A quienes sufrirán la resaca por no pagar la multa.

Ahora que de nuevo nos envuelve el invierno
Pienso en escribir
Sobre los areneros amenazados por la creciente
Sobre un reo meditabundo
Que va silbando una canción,
Sobre las calles del barrio
Donde los muchachos hostiles al forastero buscan las monedas para el flipper
Y los dueños del almacén de la esquina
Esperan entumecidos al último cliente,
Mientras en el clandestino
Los parroquianos no terminan nunca su partida de dominó.

Ahora que de nuevo nos envuelve el invierno
Pienso que debe estar lloviendo en la frontera.
Sobre los castillos de madera,
Sobre los perros encadenados,
Sobre los últimos trenes al ramal.
Y vivo de nuevo
Junto a Pan de Knunt Hamsun, lleno de fría luz nórdica y exactos gritos de aves acuáticas,
Veo a Block errando por San Peterburgo contemplado por el jinete de bronce
Y saludo a Sharp, a Dampier y a Ringrose jugándose en Juan Fernández el botín robado en la Serena.

Me han llegado poemas de amigos de provincia
Hablando de una gaviota muerta sobre el techo de la casa
Del rincón más oscuro de una estrella lejana,
De navíos roncos de mojarse los dedos.


Y pienso frente a una chimenea que no encenderé
En largas conversaciones junto a las cocinas económicas
Y en los hermanos despojados de sus casas y dispersos por todo el mundo Huyendo de los ogros
Esos hermanos que han llegado a ser mis hermanos
Y ahora espero para encender el fuego.