jueves, 28 de mayo de 2015

JOSÉ ZORRILLA “DON JUAN “

JOSÉ ZORRILLA 

DON JUAN 

  

En los años que han corrido 
desde que yo le escribí, 
mientras que yo envejecí 
mi Don Juan no ha envejecido. 
Y fama tal por él gozo 
que se cree, a lo que parece, 
porque Don Juan no envejece, 
que yo he de ser siempre mozo: 
y hoy el bravo Ducazcal 
os anuncia en su cartel 
que he de hacer aquí un papel, 
que tengo que hacer ya mal. 
Yo no soy ya lo que fuí: 
y viendo cuán poco soy, 
dejo a los que más son hoy 
pasar delante de mi; 
pues, por Dios,que por más brava 
que sea mi condición, 
la fiebre rinde al león, 
la gota la piedra cava, 
Aun latir mis bríos siento: 
pero es ya vana porfía, 
no puedo ya la voz mía 
pedirle otra vez al viento: 
y a quién me lo quiere oir 
digo años ha por doquier, 
que pierdo el sér de mi ser 
y que me siento morir. 
Pero nadie me hace caso 
por más que hablo a voz en grito, 
porque este D.Juan maldito 
por doquier me sale al paso; 
y ni me deja vivir 
en el rincón de mi hogar, 
ni deja un año pasar 
sin dar de mí que decir. 
Yo me apoco día a día, 
y este bocón andaluz, 
a quien yo saqué a la luz 
sin saber lo que me hacía, 
me viste con su oropel 
y a la luz me saca consigo; 
por más que a voces le digo 
que ir no puedo a par con él. 
Más tanto favor os debo 
por él, que en verdad me obliga 
a que algo esta noche os diga 
de este insolente mancebo. 
Oíd...es una leyenda 
muy difícil de contar, 
porque tiene algo a la par 
de ridícula y de horrenda: 
una historia íntima mía. 
Yo era en España querido 
y mimado y aplaudido... 
y me huí de España un día. 
Vivía a ciegas y erré: 
y una noche andando a oscuras 
tropecé en dos sepulturas 
y de Dios desesperé. 
Emigré: me dí a la mar; 
y esperando en el olvido 
una muerte hallar sin ruido, 
en América fuí a dar. 
No llevando allá negocio 
ni esperanza a qué atender, 
al tiempo dejé de correr 
en la oscuridad y el ocio. 
Once años anduve allí 
vagando por los desiertos, 
contándome con los muertos, 
y sin dar razón de mí. 
Los indios semisalvajes 
me veían con asombro 
ir con mi arcabuz al hombro 
por tan agrestes parajes; 
y yo en saber me gozaba 
que nadie que me veía 
allí, quién era sabía 
el que por allí vagaba; 
y esperé que de aquél modo 
de mí y de mi poesía 
como yo se olvidaría 
a la fin el mundo todo. 
Mi nombre, pues, con intento 
de dejar perder, y en suma 
sin papel, tinta, ni pluma, 
ni libros ya en mi aposento, 
bebía en mi soledad 
de mis pesares las heces: 
más tenía que ir a veces 
del desierto a la ciudad. 
Vivo el cuerpo, el alma inerte, 
a caballo y solo, iba 
como una fantasma viva, 
sin buscar ni huir la muerte. 
Y hago aquí esta narración 
porque sirva lo que digo 
a mis hechos de castigo, 
y a modo de confesión. 
Sobre mí a un anochecer 
un nublado se deshizo, 
y entre el agua y el granizo 
me dejó una hacienda ver. 
Eché a escape y me acogí 
de la casa entre la gente, 
como franca lo consiente 
la hospitalidad allí. 
Celebrábase una fiesta. 
que en aquél país no hay día 
que en hacienda o ranchería 
no tengan una dispuesta; 
y son fiestas extremadas 
allí por su mismo exceso, 
de las hembras embeleso, 
de los hombres emboscadas. 
Y a no ser de mi leyenda 
 por no cortar la ilación, 
hiciera aquí la descripción 
de una fiesta en una hacienda, 
donde nadie tiene empacho 
de usar a gusto de todo; 
porque son fiestas a modo 
de las bodas de Camacho. 
Allí acuden sin convite 
buhoneros, comerciantes 
y cirqueros ambulantes; 
sin que a nadie se le quite 
de entrar en corro el derecho, 
de gastar de los abastos, 
ni de colocar sus trastos 
donde quiera que halle trecho. 
Jamás se apaga el hogar, 
jamás el servicio cesa; 
siempre está puesta la mesa 
para comer y jugar. 
Por salas y corredores 
se oye el son a todas horas 
de carcajadas sonoras, 
de onzas y de tenedores. 
Todo es pelea de gallos, 
toros, lazos, herraderos, 
manganas y coleadores 
y carreras de caballos; 
y al fin de un día de broma 
que nada en Europa iguala, 
todo el mundo entra en la sala 
y sitio en el baile toma. 
Entré e hice lo que todos: 
cuando creí que al sueño 
 se iban a dar, di yo al dueño 
 gracias por sus buenos modos: 
mas mi caballo al pedir, 
asiéndome por la mano, 
me dijo el buen campirano 
soltando el trapo a reír: 
 "¿Y a quién hay que se le antoje 
dejar ahora tal jolgorio' 
Vamos, venga usté a la troje 
y verá el Don Juan Tenorio." 
Y a mi,que lo había escrito, 
en la troje me metía; 
y allí al paso me salía 
mi audaz andaluz precito. 
Mas ¡ay de mí, cuál salió! 
Lo hacía un indio otomí 
en jerga que el diablo urdió; 
tal fué mi Don Juan allí, 
que ni yo le conocí 
ni a conocer me di yo. 
Tal es la gloria mortal, 
y a quién Dios se la confiere, 
si librarse a ella quiere 
se la torna Dios en mal. 
A mí no me la tornó, 
porque por mi buena suerte 
del olvido y de la muerte 
doquier Don Juan  me salvó. 
¡Dios no quisó allá de mi! 
 Y de mi patria el olvido 
temiendo, como había ido 
a mi patria me volví. 
¡Feliz malogrado afán! 
Al volver de tierra extraña, 
me hallé que había en España 
vivido por mi Don Juan. 
Comprendí en su plenitud 
de Dios la suma clemencia: 
Don Juan había en mi ausencia 
borrado mi ingratitud. 
Monstruo sin par de fortuna, 
mientras yo de España huía, 
en España me ponía 
en los cuernos de la luna. 
Y ni fuerza ni razón 
han podido derribar 
tal ídolo del altar 
que le ha alzado la opnión. 
Pero hablemos con franqueza 
hoy  que todo coadyuva 
para aquí se me suba 
a mí el humo a la cabeza: 
Desvergonzado galán, 
siempre atropella por todo 
y de atajarle no hay modo; 
¿ qué tiene, pues, mi Don Juan? 
Del fondo de un monasterio 
donde le encontré empolvado, 
yo le planté remozado 
en mitad de un cementerio: 
y obra de un chico atrevido 
que atusaba apenas bozo, 
os parece tan buen mozo 
 porque está tan bien vestido. 
Pero sus hechos están 
en pugna con la razón, 
pero tal reputación 
 ¿qué tiene, pues, mi Don Juan? 
Un secreto con que gana 
la prez entre los dos Juanes; 
el freno de sus desmanes: 
que Doña Inés es cristiana. 
Tiene que es de nuestra tierra 
el tipo tradicional; 
tiene todo el bien y el mal 
que el genio español encierra. 
Que, hijo de la tradición, 
es impío y es creyente, 
es balandrón y es valiente, 
y tiene buen corazón. 
Tiene que es diestro y zurdo, 
que no cree en Dios y le invoca, 
que lleva el alma en la boca, 
y que es lógico y absurdo. 
Con defectos tan notorios 
vivirá aquí diez mil soles; 
pues todos los españoles 
nos la echamos de Tenorios 
y si en el pueblo le hallé 
y en español le escribí 
y su autor el pueblo fué... 
¿por qué me aplaudís a mi?.

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