Lord Byron, George Gordon
EL CORSARIO
Del
negro abismo de la mar profunda
Sobre
las pardas ondas turbulentas,
Son
nuestros pensamientos como él, grandes;
Es
nuestro corazón libre, cual ellas.
Do
blanda brisa halagadora expire,
Do
gruesas olas espumando inquietas
Su
furor quiebren en inmóvil roca,
Hed
nuestro hogar y nuestro imperio. En esa
No
medida extensión, de playa a playa,
Todo
se humilla a nuestra roja enseña.
Lo
mismo que en la lucha en el reposo
Agitada
y feliz nuestra existencia,
Hoy
en el riesgo, en el festín mañana,
Brinda
a nuestra ansiedad delicias nuevas.
¿Quién
describir pudiera nuestros goces?
¡Oh!,
no eres tú, que la molicie enerva,
Siervo
de los deleites, que temblaras
De
las montañas de olas en la incierta,
Móvil
cumbre; ni tú, noble orgulloso,
Del
hastío sumido en la indolencia,
A
quien ya el sueño bienhechor no halaga,
A
quien ya los placeres no deleitan.
Sólo
el infatigable peregrino
De
esos caminos líquidos sin huellas,
Cuyo
audaz corazón, templado al riesgo,
Al
sordo rebramar de la tormenta
Palpitando
arrogante, hasta la fiebre
Del
delirio frenético en sus venas
Sintiese
hervir la sangre enardecida,
Nuestros
rudos placeres comprendiera.
Do
el cobarde ve el riesgo, él ve la gloria,
Y
sólo por luchar la lucha anhela
El
pirata feliz, rey de los mares.
Cuando
ya el débil desmayado tiembla,
Se
conmueve él, apenas... se conmueve
Al
sentir que en su pecho se despierta
Osada
la esperanza, que atrevida
Su
corazón para el peligro templa.
¿Qué
es a nosotros la temida muerte
Como
el rival odioso también muera?
¡Qué
es la muerte! La muerte es el reposo...
Cobarde,
eterno, aborrecible... ¡Sea!
Serenos
aguardémosla. Apuremos
La
vida de la vida, y después venga
Fiebre
traidora o descubierto acero
Implacable
a romper su débil hebra.
Cobardes
otros, de vejez avaros,
Revuélquense
en el lecho que envenena
Dolencia
inmunda, y el impuro ambiente
Con
flaco pecho aspiren y fallezcan
Luchando
con la muerte... ¡Oh, no a nosotros
Fúnebre
lecho de agonía lenta;
¡Césped
fresco es mejor...! Y mientras su alma
Sollozo
tras sollozo tarda quiebra
Los
nudos de la vida, de un impulso
Sus
ligaduras rompe y se liberta
Osado
nuestro espíritu. Sus restos
Del
blanco mármol de su tumba estrecha,
Grabado
por el mismo que su muerte
Hipócrita
anhelaba, se envanezcan:
Cuando
sepulte el mar nuestro cadáver
Le
bastará una lágrima sincera,
¡Una
lágrima sola! Henchido el vaso
Del
alegre festín en la ancha mesa
Honra
de nuestros bravos la memoria.
Corto
epitafio su valor celebra
Cuando
en el día augusto del peligro,
Al
repartir el vencedor la presa,
Recuerdo
de dolor su frente anubla
Y
con voz ronca que insegura tiembla:
"¡Cuán
felices, exclama, nuestra dicha
Los
valientes que han muerto compartieran!"
Así
grito salvaje en sordo acento
Repite
el eco en las cortadas peñas
Del
islote escarpado del Corsario,
Do
del vivac se apagan las hogueras;
Y
en alegre cantar sus agrias notas
De
los piratas al oído suenan.
En
pintorescos grupos esparcidos
De
fresca playa en la dorada arena,
Aguzan
unos sus puñales; otros
Alegres
ríen, bulliciosos juegan,
O
sus fieles alfanjes desnudando
Indiferentes,
sin afán, contemplan
La
sangre que los mancha. Precavidos
Otros,
con mano previsora pliegan
Las
anchas velas del bajel osado,
O
el negro flanco recomponen; mientras
Pensativos
algunos por la orilla,
De
las olas al son, lentos pasean.
A
quien aguija de inquietud oculta
El
afán incesante, allá en las quiebras
De
las ásperas rocas, lazos tiende
A
las marinas aves, o al sol seca
La
red humedecida; y en la mancha
Que
del mar en los límites blanquea,
Con
los ojos de la ávida esperanza
Del
incauto bajel mira las velas.
De
cien noches de horror y de combate
Los
lances con placer todos recuerdan.
Y
de luchar ansiosos se preguntan:
"¿En
dónde buscaremos nuevas presas?"
¿Dónde?
¿Qué les importa? Ya lo sabe,
Y
basta, el capitán. Fiel obediencia
Es
su único deber: saben que nunca
Les
faltará el botín, y más no anhelan.
¿Y
quién es ese capitán? Su nombre
Pronuncian
en voz baja y lo respetan
Cuantos
habitan las hermosas playas
Que
aquellas olas complacidas besan:
Y
más no saben, ni saber más quieren
Les
basta un gesto, una mirada. Apenas
Oyen
su voz. De sus banquetes rudos
No
anima el regocijo su presencia.
Mas,
¿cómo ante la gloria de sus triunfos
Acusar
sus desdenes? Jamás llenan
Para
él la roja copa: indiferente
La
mira y a sus labios no la acerca;
Y
es su sobrio manjar, que desdeñara
El
más grosero de su banda, y fue
A
ermitaño frugal ración escasa,
Secas
raíces de silvestres yerbas,
Rústico
pan y los jugosos frutos
Que
brinda el árbol en sus ramas tiernas.
El
impuro placer de los sentidos
Desdeñoso
su espíritu desprecia,
¿Será
que su energía no domada
De
esa abstinencia misma se alimenta?
"Pronto
a la mar". -Y el mar surcan sus naves.
"A
aquella playa el rumbo". -Y allá vuelan.
"¡Sus!,
¡a las armas!". -¡Y el botín es suyo!
Así
a su voz, que imperativa ordena,
Sigue
la acción; y todos obedecen,
Y
su oculta intención nadie penetra.
Si
suena escrutadora una palabra,
Una
mirada de desprecio muestra
De
su temida indignación un rayo:
No
sabe dar su orgullo otra respuesta (...)
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