LORD ALFRED TENNYSON
"POR LA NOCHE YACÍAMOS SOBRE EL CÉSPED"
Por la noche yacíamos
sobre el césped,
Pues debajo la hierba
era seca y cálida;
Y a través del cielo
una bruma plateada
Se anticipaba al
verano, en calma,
Permitiendo que los
cirios ardan inquebrantables:
No se escuchaba el
canto de los grillos,
Y sólo se oyó el
murmullo de un arrollo lejano,
Y sobre la urna el
débil aleteo
De los murciélagos en
los fragantes cielos,
Girando brillantes en
delicadas formas
Que surgen durante el
crepúsculo,
Envueltos en capas
oscuras;
Con pechos hirsutos y
perlados ojos.
Mientras cantábamos
viejas baladas que sonaron
De colina en colina,
donde cómodos yacíamos,
La blanca becerra
resplandeció, y los árboles
Rodearon el campo con
sus oscuros brazos.
Pero cuando los
otros, uno por uno,
Huyeron de mí y de la
Noche,
Cuando en la casa,
una por una,
Las luces se
apagaron, yo permanecí solo.
El hambre asaltó mi
corazón, leí;
Sobre aquellos
felices años que una vez fueron,
En las hojas
marchitas que conservaban su verdor,
Las nobles letras de
los muertos.
Extrañamente, sobre
el silencio brotaron
Las mudas letras
parlantes, y extraño
Fue el lamento
desafiante de las palabras
Que probaban su
valor. Entonces, oh prodigio: habló.
Habló de la Fe, el
Vigor, el Valor de detenerse
Donde la duda impulsa
la espalda del cobarde,
Y pronunció agudos
enigmas que sugerían,
Que atraían hacia la
intimidad de su celda.
Entonces, palabra a
palabra, línea tras línea,
El hombre muerto me
tocó desde el pasado,
Y todo al mismo
tiempo me pareció
Que el alma viviente
fue reflejada en mí.
Allí mi alma fue
herida, girando
Sobre las empíreas
alturas del pensamiento,
Llegando hasta
aquello que es, atrapando
Las hondas
pulsaciones del mundo.
Una melodía antigua
que medía
Los pasos del tiempo,
los golpes de la fortuna,
El soplo de la
Muerte. Lentamente, mi trance
Fue diluyéndose,
aferrada a la penosa duda.
¡Vagas palabras! Pero
cuán difícil es
Darles forma,
moldearlas en el discurso,
Que duro es para el
intelecto hurgar
En la memoria de lo
que me convertí.
Hasta ahora, el
dudoso crepúsculo revela
Las colinas una vez
más, donde cómodos yacíamos,
Donde la blanca
becerra resplandecía, y los árboles
Rodeaban el campo con
sus oscuros brazos.
Aspirada desde las
tinieblas lejanas,
La brisa comenzó a
temblar sobre
Las grandes hojas del
sicomoro,
Penetrando todo con
su inmóvil fragancia.
Reuniéndose sobre las
frescas bóvedas,
Sacudió las ramas de
los olmos, y pasó
Sobre las rosas
abatidas; y agitó
Los lirios de un lado
a otro, diciendo:
El Alba, el Amanecer.
Y murió lejos.
El este y el oeste,
sin un hálito de aliento,
Mezclaron sus tenues
luces, como la vida y la muerte,
Para esculpir un día
que jamás tendrá fin.
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