HIJO DE LA LUZ Y DE LA SOMBRA
MIGUEL HERNANDEZ
I. Hijo de la sombra
Eres la noche, esposa: la noche
en el instante
Mayor de su potencia lunar y femenina.
Eres la medianoche: la sombra culminante
Donde culmina el sueño, donde el amor culmina.
Forjado por el día, mi corazón
que quema
Lleva su gran pisada del sol adonde quieres,
Con un sólido impulso, con una luz suprema,
Cumbre de las montañas y los atardeceres.
Daré sobre tu cuerpo cuando la
noche arroje
Su avaricioso anhelo de imán y poderío.
Un astral sentimiento febril me sobrecoge,
Incendia mi osamenta con un escalofrío.
El aire de la noche desordena tus
pechos,
Y desordena y vuelca los cuerpos con su choque.
Como una tempestad de enloquecidos lechos,
Eclipsa las parejas, las hace un solo bloque.
La noche se ha encendido como una
sorda hoguera
De llamas minerales y oscuras embestidas.
Y alrededor la sombra late como si fuera
Las almas de los pozos y el vino difundidas.
Ya la sombra es el nido cerrado,
incandescente,
La visible ceguera puesta sobre quien ama;
Ya provoca el abrazo cerrado, ciegamente,
Ya recoge en sus cuevas cuanto la luz derrama.
La sombra pide, exige seres que
se entrelacen,
Besos que la constelen de relámpagos largos,
Bocas embravecidas, batidas, que atenacen,
Arrullos que hagan música de sus mudos letargos.
Pide que nos echemos tú y yo
sobre la manta,
Tú y yo sobre la luna, tú y yo sobre la vida.
Pide que tú y yo ardamos fundiendo en la garganta,
Con todo el firmamento, la tierra estremecida.
El hijo está en la sombra que
acumula luceros,
Amor, tuétano, luna, claras oscuridades.
Brota de sus perezas y de sus agujeros,
Y de sus solitarias y apagadas ciudades.
El hijo está en la sombra: de la
sombra ha surtido,
Y a su origen infunden los astros una siembra,
Un zumo lácteo, un flujo de cálido latido,
Que ha de obligar sus huesos al sueño y a la hembra.
Moviendo está la sombra sus
fuerzas siderales,
Tendiendo está la sombra su constelada umbría,
Volcando las parejas y haciéndolas nupciales.
Tú eres la noche, esposa. Yo soy el mediodía.
II. Hijo de la luz
Tú eres el alba, esposa: la
principal penumbra,
Recibes entornadas las horas de tu frente.
Decidido al fulgor, pero entornado, alumbra
Tu cuerpo. Tus entrañas forjan el sol naciente.
Centro de claridades, la gran
hora te espera
En el umbral de un fuego que al fuego mismo abrasa:
Te espero yo, inclinado como el trigo a la era,
Colocando en el centro de la luz nuestra casa.
La noche desprendida de los pozos
oscuros,
Se sumerge en los pozos donde ha echado raíces.
Y tú te abres al parto luminoso, entre muros
Que se rasgan contigo como pétreas matrices.
La gran hora del parto, la más
rotunda hora:
Estallan los relojes sintiendo tu alarido,
Se abren todas las puertas del mundo, de la aurora,
Y el sol nace en tu vientre, donde encontró su nido.
El hijo fue primero sombra y ropa
cosida
Por tu corazón hondo desde tus hondas manos.
Con sombras y con ropas anticipó su vida,
Con sombras y con ropas de gérmenes humanos.
Las sombras y las ropas sin
población, desiertas,
Se han poblado de un niño sonoro, un movimiento,
Que en nuestra casa pone de par en par las puertas,
Y ocupa en ella a gritos el luminoso asiento.
¡Ay, la vida: qué hermoso penar
tan moribundo!
Sombras y ropas trajo la del hijo que nombras.
Sombras y ropas llevan los hombres por el mundo.
Y todos dejan siempre sombras: ropas y sombras.
Hijo del alba eres, hijo del
mediodía.
Y ha de quedar de ti luces en todo impuestas,
Mientras tu madre y yo vamos a la agonía,
Dormidos y despiertos con el amor a cuestas.
Hablo, y el corazón me sale en el
aliento.
Si no hablara lo mucho que quiero me ahogaría.
Con espliego y resinas perfumo tu aposento.
Tú eres el alba, esposa. Yo soy el mediodía.
III. Hijo de la luz y la sombra
Tejidos en el alba, grabados, dos
panales
No pueden detener la miel en los pezones.
Tus pechos en el alba: maternos manantiales,
Luchan y se atropellan con blancas efusiones.
Se han desbordado, esposa,
lunarmente tus venas,
Hasta inundar la casa que tu sabor rezuma.
Y es como si brotaras de un pueblo de colmenas,
Tú toda una colmena de leche con espuma.
Es como si tu sangre fuera
dulzura toda,
Laboriosas abejas filtradas por tus poros.
Oigo un clamor de leche, de inundación, de boda
Junto a ti, recorrida por caudales sonoros.
Caudalosa mujer: en tu vientre me
entierro.
Tu caudaloso vientre será mi sepultura.
Si quemaran mis huesos con la llama del hierro,
Verían que grabada llevo allí tu figura.
Para siempre fundidos en el hijo
quedamos:
Fundidos como anhelan nuestras ansias voraces:
En un ramo de tiempo, de sangre, los dos ramos,
En un haz de caricias, de pelo, los dos haces.
Los muertos, con un fuego
congelado que abrasa,
Laten junto a los vivos de una manera terca.
Viene a ocupar el hijo los campos y la casa
Que tú y yo abandonamos quedándonos muy cerca.
Haremos de este hijo generador
sustento,
Y hará de nuestra carne materia decisiva
Donde asienten su alma, las manos y el aliento,
Las hélices circulen, la agricultura viva.
Él hará que esta vida no caiga
derribada,
Pedazo desprendido de nuestros dos pedazos,
Que de nuestras dos bocas hará una sola espada
Y dos brazos eternos de nuestros cuatro brazos.
No te quiero en ti sola: te
quiero en tu ascendencia
Y en cuanto de tu vientre descenderá mañana.
Porque la especie humana me han dado por herencia,
La familia del hijo será la especie humana.
Con el amor a cuestas, dormidos y
despiertos,
Seguiremos besándonos en el hijo profundo.
Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos,
Se besan los primeros pobladores del mundo.
Mayor de su potencia lunar y femenina.
Eres la medianoche: la sombra culminante
Donde culmina el sueño, donde el amor culmina.
Lleva su gran pisada del sol adonde quieres,
Con un sólido impulso, con una luz suprema,
Cumbre de las montañas y los atardeceres.
Su avaricioso anhelo de imán y poderío.
Un astral sentimiento febril me sobrecoge,
Incendia mi osamenta con un escalofrío.
Y desordena y vuelca los cuerpos con su choque.
Como una tempestad de enloquecidos lechos,
Eclipsa las parejas, las hace un solo bloque.
De llamas minerales y oscuras embestidas.
Y alrededor la sombra late como si fuera
Las almas de los pozos y el vino difundidas.
La visible ceguera puesta sobre quien ama;
Ya provoca el abrazo cerrado, ciegamente,
Ya recoge en sus cuevas cuanto la luz derrama.
Besos que la constelen de relámpagos largos,
Bocas embravecidas, batidas, que atenacen,
Arrullos que hagan música de sus mudos letargos.
Tú y yo sobre la luna, tú y yo sobre la vida.
Pide que tú y yo ardamos fundiendo en la garganta,
Con todo el firmamento, la tierra estremecida.
Amor, tuétano, luna, claras oscuridades.
Brota de sus perezas y de sus agujeros,
Y de sus solitarias y apagadas ciudades.
Y a su origen infunden los astros una siembra,
Un zumo lácteo, un flujo de cálido latido,
Que ha de obligar sus huesos al sueño y a la hembra.
Tendiendo está la sombra su constelada umbría,
Volcando las parejas y haciéndolas nupciales.
Tú eres la noche, esposa. Yo soy el mediodía.
Recibes entornadas las horas de tu frente.
Decidido al fulgor, pero entornado, alumbra
Tu cuerpo. Tus entrañas forjan el sol naciente.
En el umbral de un fuego que al fuego mismo abrasa:
Te espero yo, inclinado como el trigo a la era,
Colocando en el centro de la luz nuestra casa.
Se sumerge en los pozos donde ha echado raíces.
Y tú te abres al parto luminoso, entre muros
Que se rasgan contigo como pétreas matrices.
Estallan los relojes sintiendo tu alarido,
Se abren todas las puertas del mundo, de la aurora,
Y el sol nace en tu vientre, donde encontró su nido.
Por tu corazón hondo desde tus hondas manos.
Con sombras y con ropas anticipó su vida,
Con sombras y con ropas de gérmenes humanos.
Se han poblado de un niño sonoro, un movimiento,
Que en nuestra casa pone de par en par las puertas,
Y ocupa en ella a gritos el luminoso asiento.
Sombras y ropas trajo la del hijo que nombras.
Sombras y ropas llevan los hombres por el mundo.
Y todos dejan siempre sombras: ropas y sombras.
Y ha de quedar de ti luces en todo impuestas,
Mientras tu madre y yo vamos a la agonía,
Dormidos y despiertos con el amor a cuestas.
Si no hablara lo mucho que quiero me ahogaría.
Con espliego y resinas perfumo tu aposento.
Tú eres el alba, esposa. Yo soy el mediodía.
No pueden detener la miel en los pezones.
Tus pechos en el alba: maternos manantiales,
Luchan y se atropellan con blancas efusiones.
Hasta inundar la casa que tu sabor rezuma.
Y es como si brotaras de un pueblo de colmenas,
Tú toda una colmena de leche con espuma.
Laboriosas abejas filtradas por tus poros.
Oigo un clamor de leche, de inundación, de boda
Junto a ti, recorrida por caudales sonoros.
Tu caudaloso vientre será mi sepultura.
Si quemaran mis huesos con la llama del hierro,
Verían que grabada llevo allí tu figura.
Fundidos como anhelan nuestras ansias voraces:
En un ramo de tiempo, de sangre, los dos ramos,
En un haz de caricias, de pelo, los dos haces.
Laten junto a los vivos de una manera terca.
Viene a ocupar el hijo los campos y la casa
Que tú y yo abandonamos quedándonos muy cerca.
Y hará de nuestra carne materia decisiva
Donde asienten su alma, las manos y el aliento,
Las hélices circulen, la agricultura viva.
Pedazo desprendido de nuestros dos pedazos,
Que de nuestras dos bocas hará una sola espada
Y dos brazos eternos de nuestros cuatro brazos.
Y en cuanto de tu vientre descenderá mañana.
Porque la especie humana me han dado por herencia,
La familia del hijo será la especie humana.
Seguiremos besándonos en el hijo profundo.
Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos,
Se besan los primeros pobladores del mundo.
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