viernes, 18 de marzo de 2016

OLEGARIO VICTOR ANDRADE “Al General Ángel Vicente Peñaloza”

OLEGARIO VICTOR ANDRADE
Al General Ángel Vicente Peñaloza”

OLEGARIO VICTOR ANDRADE “Al General Ángel Vicente Peñaloza”

¡Mártir del pueblo! tu gigante talla
Más grande y majestuosa se levanta
Que entre el solemne horror de la batalla,
Cuando de fierro la sangrienta valla
Servía de pedestal para tu planta.
¡Mártir del pueblo! víctima expiatoria
Inmolada en el ara de una idea,
te has dormido en los brazos de la historia
Con la inmortal diadema de la gloria
Que del genio un relámpago clarea.
¡Mártir del pueblo! apóstol del derecho,
Tu sangre es lluvia de fecundo riego,
y el postrimer aliento de tu pecho,
que era a la fe de tu creencia estrecho,
será más tarde un vendaval de fuego.
¡Mártir del pueblo! tu cadáver yerto,
Como el ombú que el huracán desgaja,
Tiene su tumba digna en el desierto,
Sus grandes armonías por concierto
Y el cielo de la patria por mortaja.
¿Qué importa que en las sombras de occidente,
Del desencanto el doloroso emblema,
Como una virgen, que morir se siente,
Incline el sol la enardecida frente,
De los mundos magnífica diadema?
¿Qué importa que se melle en las gargantas
El cuchillo del déspota porteño,
Y ponga de escabel, bajo sus plantas,
Del patriotismo las enseñas santas
Con que iba un héroe a perturbar su sueño?
¿Qué importa que sucumban los campeones
Y caigan los aceros de sus manos,
Si no muere la fe en sus corazones,
Y del pendón del libre, los jirones
Sirven para amarrar a los tiranos?
¿Qué importa, si esa sangre que gotea
En principio de vida se convierte,
Y el humo funeral de la pelea
Lleva sobre sus alas una idea
Que triunfa de la saña de la muerte?
¿Qué importa que la tierra dolorida
Solloce con las fuentes y las brisas,
Si no ha de ser eterna la partida,
Si con nuevo vigor, con nueva vida,
Más grande ha de brotar de sus cenizas?
¡Mártir! Al borde de la tumba helada
La gloria velará tu polvo inerte,
Y, al resplandor rojizo de tu espada,
Caerá de hinojos esa turba airada
Que disputa sus presas a la muerte.
Y cuando tiña el horizonte oscuro,
Del porvenir la llamarada inmensa
Y se desplome el carcomido muro,
Que tiembla como el álamo inseguro
Ante las nubes que el dolor condensa,
Entonces los proscriptos, los hermanos,
Irán ante tu fosa, reverentes,
A orar a Dios, con suplicantes manos,
Para saber domar a los tiranos,
O morir como mueren los valientes.


OLEGARIO VICTOR ANDRADE "SAN MARTIN"

OLEGARIO VICTOR ANDRADE

"SAN MARTIN"



OLEGARIO VICTOR ANDRADE "SAN MARTIN"

I
No nacen los torrentes
En ancho valle ni en gentil colina;
Nacen en ardua, desolada cumbre,
Y velan el cristal de sus corrientes,
Que ruedan en inquieta muchedumbre,
Vagarosos cendales de neblina.

No bajan de la altura
Con tardo paso y quejumbroso acento,
Copiando flores, retratando estrellas
En el espejo de su linfa pura,
Mientras en la lira del follaje, el viento
Murmura la canción de sus querellas.

Se derraman sin rumbo
Por ignotos y lóbregos senderos,
Caravanas del ámbito infinito,
¡Cual si quisieran sorprender al mundo
Con el fragor de sus enojos fieros,
De libertad con el potente grito!

Nació como el torrente,
En ignorada y misteriosa zona
De ríos como mares
De grandes y sublimes perspectivas,
¡Do parece escucharse en los palmares
El sollozo profundo
De las inquietas razas primitivas!

Nació como el torrente,
Rodó por larga y tenebrosa vía,
Desde el mundo naciente al mundo viejo;
Torció su curso un día,
Y entre marciales himnos de victoria,
¡Desató sobre América cautiva
Las turbulentas ondas de su gloria!

II
Cual tiembla la llanura
Cuando el torrente surge en la montaña,
La espléndida comarca de su cuna
Se estremeció con vibración extraña
Cuando nació el gigante de la historia;
¡Y algo como un vagido,
Flotó sobre las mudas soledades
En las alas del viento conducido!

Lo oyó la tribu errante
Y detuvo su paso en la pradera;
Vibró, como una nota,
De la selva en las bóvedas sombrías,
Flébil nota de místicos cantares,
Y el Uruguay se revolvió al oírla,
En su lecho de rocas seculares.

El viejo misionero
Que en el desierto inmensurable abría
Con el hacha y la cruz vasto sendero,
¡Tembló herido aquel día,
De indefinible espanto,
Cual si sentido hubiese en la espesura
El eco funeral del bronce santo!

El soldado español creyó que oía
Cavernoso fragor de muchedumbre;
Que los lejanos bosques, que ostentaban
Sobre el móvil ramaje
El áureo polvo de la hirviente lumbre
Del sol en el ocaso,
¡Eran negras legiones de guerreros,
Que con acorde y silencioso paso
De las altas almenas descendían
Chispeando los aceros!

¡Presentimiento informe del futuro!
¡Voz celeste que anima en la batalla
Al esclavo que lucha moribundo,
Y al opresor desmaya!
¡Pavorosa visión, habitadora
De los viejos derruidos monumentos,
Que guardan de los siglos la memoria,
Y que anuncia a los siglos venideros
Los grandes cataclismos de la historia!

Aquella voz decía:
«Ya nació el salvador, ¡raza oprimida!
Ya nació el vengador, ¡raza opresora!
Ya la nube del rayo justiciero,
Asciende al horizonte rugidora,
Y se alza el brazo airado,
Que va a rasgar el libro de las leyes
De la conquista fiera,
¡Y a azotar con el cetro de sus reyes
El rostro de la España aventurera!»

III
Dejó su nido el águila temprano,
¡Ansiaba luz, espacio, tempestades,
Playas agrestes y nevados montes
Para ensayar su vuelo soberano!
Buscaba un astro nuevo
Perdido en los nublados horizontes,
¡Y fue en su afán gigante
A preguntar por él al Oceano!

¿Qué se dirán a solas
El águila de América arrogante,
Mojando el ala en las hurañas olas,
Y el hosco mar Atlante,
De la alta noche en la quietud sagrada,
Y al rumor de la playa estremecida,
Escuchando en la atmósfera callada
Rodar el mundo y palpitar la vida?

Acaso el Oceano
Le repitió al oído los cantares
De aquel errante cisne lusitano
Que estremeció con su dolor los mares;
O le dijo más bajo,
Con ademán profético y severo:
¡Allá! ¡Tengo guardada,
De mi imperio en el límite postrero,
Como una nave misteriosa anclada,
La roca en que en tiempo venidero
Otra águila caudal va a ser atada!

No detuvo su vuelo
El águila de América arrogante;
Iba buscando en extranjero cielo
La estrella fulgurante
Que soñaba en el nido solitario
De la selva uruguaya,
Y fue a posarse un día
Del mar hesperio en la sonora playa.

Tronaba por los montes
De la guerrera tempestad la saña,
Y vio flotar al viento,
Sobre la débil indefensa España,
¡De la conquista el pabellón sangriento!
Y el ave americana
Soltó de nuevo el turbulento vuelo,
Cruzando rauda la extensión vacía
¡Y fue a buscar al águila francesa
Entre el estruendo de la lid bravía!

Bailén la vio severa
Entre el tropel de la legión bizarra
Que el suelo de la Patria defendía;
¡Y la marca sangrienta de su garra
Quedó estampada en la imperial bandera
Conocida de valles y montañas,
Que las lindes de un mundo había borrado
Sembrando glorias y abortando hazañas!

Mas no era aquel el astro que buscaba:
No era el rojizo sol de Andalucía,
El sol de los ensueños
Que con afán inquieto perseguía.
Allí un pueblo esforzado reluchaba
En la alta sierra y la llanura amena
Por sacudir el extranjero yugo,
Para amarrar de nuevo a su garganta
De los antiguos amos la cadena.–

¡Volvió a tender el vuelo,
Cargada de laureles
Y entristecida el águila arrogante!
Buscaba por doquier pueblos libres,
Y hallaba por doquiera pueblos fieles.–
Hasta que al fin un día,
Vio levantarse en el confín lejano
Del patrio río en que dejó su nido
De libertad el astro soberano,
¡De libertad el astro bendecido!

IV
Un mundo despertaba
Del sueño de la negra servidumbre,
Profunda noche de mortal sosiego,
Con la sorda inquietud de la marea.–
Y en la celeste cumbre,
Las estrellas del trópico encendían
Sus fantásticas flámulas de fuego
Para alumbrar la lucha gigantea.–

Un mundo levantaba
La desgarrada frente pensativa
Del profundo sepulcro de su historia,
Y una raza cautiva
Llamaba al Salvador con hondo acento;
Y el Salvador le contestó lanzando
El resonante grito de victoria
Entre el feroz tumulto de las olas
Del Paraná irritado,
Al sentirse oprimido por las quillas
De las guerreras naves españolas.–

¡Fue un soplo la batalla!
Los jinetes del Plata, como el viento
Que barre sus llanuras, se estrellaron
Con empuje violento
En la muralla de templado acero;
Y se vio largo tiempo confundidas
Sobre la alta barranca,
Y entre el solemne horror de la batalla,
¡La naciente bandera azul y blanca
Y el rojo airón del pabellón ibero!

Fue la primer jornada,
Del torrente nacido en las sombrías
Florestas tropicales;
La primera iracunda marejada,
Y su rumor profundo
Llevado de onda en onda por el viento
Del Plata, al Oceano,
¡Fue a anunciar por el mundo
Que ya estaba empeñada la partida
Del porvenir humano!

V
Al pie de la montaña,
Centinela fantástico que ostenta
La armadura de siglos,
Que abolió con su masa la tormenta,
Fue a sentarse en gigante de la historia,
Taciturno y severo,
Pensando en la alta cumbre
Donde el nombre argentino a grabar iba
Con el cincel de su potente acero.

La voz que llama al águila en la altura
Y el huracán despierta en el abismo,
Es la voz de la gloria
Que llama a la ambición y al heroísmo;
Con misterioso, irresistible acento,
Aquella voz que imita
Rumores de batalla,
Murmullos de laureles en el viento,
Himnos de Ossián en la desierta playa.

Lo oyó el héroe y la oyó la hueste altiva,
Que velaba severa,
¡Soñando con la patria y con la historia,
Al pie de la gigante cordillera!
Y al sonar de los roncos atambores
Largó el cóndor atónito su presa,
Y la ruda montaña, conmovida,
Doblegó la cabeza
¡Para ser pedestal de esa bandera!

VI
¡Ya están sobre las crestas de granito
Fundidas por el rayo!
Ya tienen frente a frente el infinito:
Arriba, el cielo de esplendor cubierto;
Abajo, en los salvajes hondonados,
La soledad severa del desierto;
Y en el negro tapiz de la llanura,
Como escudos de plata abandonados,
¡Los lagos y los ríos que festonan
De la patria la regia vestidura!

¡Ya están sobre la cumbre!
Ya relincha el caballo de pelea
Y flota al viento el pabellón altivo,
¡Hinchado por el soplo de una idea!
¡Oh! ¡Qué hermosa, qué espléndida, que grande
Es la patria mirada
Desde el soberbio pedestal del Ande!
El desierto sin límites doquiera,
Oceanos de verdura en lontananza,
Mares de ondas azules a lo lejos,
Las florestas del trópico distantes,
Y las cumbres heladas
De la adusta argentina cordillera,
¡Como ejército inmóvil de gigantes!

¿En qué piensa el coloso de la historia,
De pie sobre el coloso de la tierra?
Piensa en Dios, en la Patria y en la Gloria,
En pueblos libres y en cadenas rotas;
Y con la fe del que a la lucha lleva
La palabra infalible del destino,
¡Se lanzó por las ásperas gargantas,
Y lo siguió rugiendo el torbellino!

VII
Débil barrera oponen a su empuje
Los arrogantes tercios españoles,
De Chacabuco en la empinada cuesta,
Que como roja nube centellea
Mientras el viento encadenado ruge.–
¿Quién detiene el torrente embravecido
Cuando el soplo de Dios lo aguijonea?
El torrente llegó, rompió la valla,
Y se perdió veloz en la llanura;
Y al mirarlo pasar lo saludaron
Las nubes agitándose en la altura.–

¡Reguero de laureles!
Sólo una vez el sol de su bandera
Palideció con fúnebre desmayo:
Aquella ingrata noche de la historia,
Que cruzó como nube pasajera
Barrida por cien ráfagas de gloria.
Para borrar sus sombras, encendimos
Con corazas y yelmos y cañones,
En el llano de Maipo inmensa hoguera
¡A cuya luz brotaron dos naciones!

VIII
Los vientos de Oceano,
Llevaban en sus alas turbulentas
A los valles chilenos,
Mezclados al rumor de las tormentas,
Los lastimeros ecos fugitivos,
Que los sauces del Éufrates oyeron
Del arpa de los míseros cautivos.

Aun quedaba un pedazo
De tierra americana, sumergido
En la noche de error del coloniaje,
¡Para ser redimido!
Aun yacía en oscuro vasallaje
Aquel pueblo bizarro,
Que cual robles del monte despeñados
Con ímpetu sonoro,
¡Vio caer a sus Incas, derribados
De su trono de oro
Bajo el hacha sangrienta de Pizarro!

¡Sonaron otra vez los atambores!
Hinchó otra vez el viento la bandera
Que desgarró de Maipo la metralla,
Y a la voz imperiosa del guerrero,
¡Bajó la espalda el mar, como si fuera
Su bridón generoso de batalla!

IX
¡Salud al vencedor! ¡Salud al grande
Entre los grandes héroes! Exclamaban
Civiles turbas, militares greyes,
Con ardiente alborozo,
En la vieja ciudad de los Virreyes.–
Y el vencedor huía,
Con firme paso y actitud serena,
A confiar a las ondas de los mares
Los profundos secretos de su pena.–

La ingratitud, la envidia,
La sospecha cobarde, que persiguen
Como nubes tenaces,
Al sol del genio humano,
Fueron siguiendo el rastro de sus pasos
A través del Oceano,
Ansiosas de cerrarle los caminos
Del poder y la gloria,
¡Sin acordarse, ¡torpes! de cerrarle
El seguro camino de la historia!

X
¡Allá duerme el guerrero,
A la sombra de mustias alamedas
Que velan su reposo solitario!
¡Ay! No arrullan su sueño postrimero,
Como soñó en la tarde de su vida,
Los ecos de las patrias arboledas!

Allá duerme el guerrero,
De extraños vientos al rumor profundo:
Los vientos de la historia,
Que lloran las catástrofes del mundo;
Y acaso siente en la callada noche
Pasar en negra y lastimera tropa,
Fantasmas de los pueblos oprimidos,
¡Espectros de los mártires de Europa!

¡Cómo tembló la losa de su tumba
Y se agitó su sombra gigantea
Cuando sintió rugir a la distancia
El sangriento huracán de la pelea,
Y vio caer exánime a la Francia
Bajo los cascos del corcel germano
En medio del espanto de la tierra!
¡Ah! Quizá levantó la yerta mano
Para ofrecerle en el desastre inmenso,
A falta de su espada,
¡La espada de Maipú y de San Lorenzo!

XI
¡Un siglo más que pasa!
¡Una ola más del mar de las edades,
Una nueva corriente de la historia,
Que arrastra a las eternas soledades
Generaciones, sueños y quimeras!
Hace un siglo recién desde aquel día,
Fecundo día de inmortal memoria,
Cuando el lejana misteriosa zona,
¡El salvador de América nacía
A la sombra de palmas y laureles
Que no habían de bastar a su corona!

Un siglo nada más; un paso apenas
Del tortuoso sendero
Que lleva al porvenir desconocido.–
Un siglo nada más, y el grito fiero
Ya no se oye, del indio perseguido
Por la implacable fe del misionero
Y la avaricia cruel de sus señores.–
Ya ha crecido la hiedra,
De Yapeyú en los áridos escombros
Que alzan la frente airada
De la luna a los lívidos fulgores,
¡Como tremenda maldición de piedra!

La aurora de este siglo
Nació en los tenebrosos horizontes
De un inmenso desierto.–
Tribus errantes y salvajes montes,
La barbarie doquier; y el fanatismo
Fue ascendiendo, ascendiendo,
Como un rayo de luz en un abismo,
Y al bajar al ocaso,
¡Alumbran su camino
Los millares de antorchas del progreso,
Del pensamiento al resplandor divino!

Ayer, la servidumbre
Con sus sombras tristísimas de duelo,
Cadenas en los pies y en la conciencia,
¡La sombra en el espíritu y el cielo!
Hoy en la excelsa cumbre
La libertad enciende sus hogueras,
Unida en santo abrazo con la ciencia;
Los dos genios del mundo vencedores:
¡La libertad que funde las diademas,
Y la ciencia que funde los errores!

¡Milagros de la gloria!
Tu espada, San Martín, hizo el prodigio;
Ella es el lazo que une
Los extremos de un siglo ante la historia,
Y entre ellos se levanta,
Como el sol en el mar dorando espumas,
El astro brillador de tu memoria.–

¡No morirá tu nombre!
Ni dejará de resonar un día
Tu grito de batalla,
Mientras haya en los Andes una roca
Y un cóndor en su cúspide bravía.–
¡Está escrito en la cima y en la playa,
En el monte, en el valle, por doquiera
Que alcanza de Misiones al Estrecho
La sombra colosal de tu bandera!


miércoles, 16 de marzo de 2016

ROBERT FROST “El potro desbocado”

ROBERT FROST
“El potro desbocado”


ROBERT FROST “El potro desbocado”


Tiempo ha, cuando la nieve empezaba a caer,
Nos detuvimos junto, a unos pastos... ¿De quién será
Aquel potro?", dijimos. El pequeño Morgan había
Puesto una pata delantera sobre el muro de piedra
Y la otra sobre el pecho, encogida. Agachando
La cabeza, nos contempló un instante y huyó.
Escuchamos el diminuto retumbo de su fuga,
Y nos pareció verle, una sombra gris recortándose
Contra el inmenso cortinaje de los copos de nieve.
"Ese pequeño está asustado de la nieve que cae.
No conoce el invierno. Para ese pequeñuelo
No es cosa baladí. Y huye trotando.
Ni su madre podría decirle: "¡Quieto! ¡Es sólo el tiempo!"
El pensaría que ella sólo habla por hablar.
¿Dónde estará su madre? ¿Por qué no va con él?"
El potro ya regresa con su pétreo repiqueteo,
Salta de nuevo el muro con ojos blanquecinos
Y erguida la cola sin pelo.
Hace temblar su piel como si sacudiera moscas.
"Quienquiera que deja ese potro afuera tan tarde,
Cuando los demás animales están en el establo,
Hay que avisarle para que salga y lo haga entrar."



ROBERT FROST "Abedules"

ROBERT FROST
"Abedules"

ROBERT FROST "Abedules"

Cuando veo abedules oscilar a derecha
Y a izquierda, ante una hilera de árboles más oscuros,
Me complace pensar que un muchacho los mece
Pero no es un muchacho quien los deja curvados,
Sino las tempestades. A menudo hemos visto
Los árboles cargados de hielo, en claros días
Invernales, después de un aguacero
Cuando sopla la brisa se les oye crujir,
Se vuelven irisados cuando se resquebraja
Su esmaltada corteza. Pronto el sol les arranca
Sus conchas cristalinas, que mezcla con la nieve...
Esas pilas de conchas esparcidas diríase
Que son la rota cúpula interior de los cielos.
La carga los doblega hacia los mustios
Matorrales cercanos, pero nunca se quiebran,
Aunque jamás podrán enderezarse solos:
Durante muchos años las ramas de sus troncos
Curvadas barrerán con sus hojas el suelo,
Igual que arrodilladas doncellas con los sueltos
Cabellos hacia atrás y secándose al sol.
Mas cuando la Verdad se me interpuso
En la forma de un hecho como la tempestad,
Iba a decir que quizás un muchacho,
Yendo a buscar las vacas, inclinaba los árboles...
Un muchacho que por vivir lejos del pueblo
Sólo sabe jugar, en invierno o en verano
A juegos que ha inventado para jugar él solo.
Ha domado los árboles de su padre uno a uno
Pasando por encima de ellos tan a menudo
Que nada les dejó de su tiesura.
A todos doblegó; no dejó ni uno solo
Sin conquistar. Aprendió la manera
De no saltar de un árbol sin haber conseguido
Doblarlo contra el suelo. Conservó el equilibrio
Hasta llegar arriba, trepando con cuidado,
Con la misma destreza que uno emplea al llenar
La copa hasta el borde, y aun arriba del borde.
Entonces, de un envión, disparaba los pies
Hacia afuera y saltaba del aire hasta la tierra.
Yo fui también, antaño, un columpiador de árboles;
Muy a menudo sueño en que volveré a serlo,
Cuando me hallo cansado de mis meditaciones,
Y la vida parece un bosque sin caminos donde,
Al vagar por él, sentirnos en la cara
Ardiente el cosquilleo de rotas telarañas,
Y un ojo lagrimea a causa de una brizna,
Y quisiera alejarme de la tierra algún tiempo,
Para luego volver y empezar otra vez.
Que jamás el destino, comprendiéndome mal,
Me otorgue la mitad de lo que anhelo
Y me niegue el regreso. Nada hay, para el amor,
Como la tierra; ignoro si existe mejor sitio.
Quisiera encaramarme a un abedul, trepar,
Por las ramas oscuras del blanquecino tronco
Y subir hacia el cielo, hasta que el abedul,
Doblándose vencido, me volviese a la tierra.
Subir y regresar sería muy hermoso.
Pues hay cosas peores en la vida que ser
Un columpiador de árboles.



miércoles, 2 de marzo de 2016

KEITH DOUGLAS “Simplifíquenme cuando haya muerto”

KEITH DOUGLAS
“Simplifíquenme cuando haya muerto”


KEITH DOUGLAS “Simplifíquenme cuando haya muerto”


Recuérdenme cuando haya muerto
Y simplifíquenme cuando haya muerto.
Como los procesos de la tierra
Despojan del color y de la piel;
Se llevarán el pelo castaño y los ojos azules
Y me dejarán más simple que en la hora del nacimiento,
Cuando sin pelos llegué aullando
Mientras la Luna aparecía en el frío firmamento.
Acaso de mi esqueleto,
Ya tan despojado, un docto dirá:
"Era de tal tipo y de tal inteligencia", y nada más.
Así, cuando en un año se derrumben
Recuerdos específicos, podrán
Deducir, del largo dolor que soporté
Las opiniones que sustentaba, quién fue mi enemigo
Y lo que dejé, hasta mi apariencia
Pero los incidentes no servirán de guía.
El telescopio invertido del tiempo mostrará
Un hombre diminuto dentro de diez años
Y por la distancia simplificado.
A través de ese lente observen si parezco
Sustancia o nada: merecedor
De renombre en el mundo o de un piadoso olvido,
Sin dejarse arrastrar por momentáneo enojo
O por el amor a una decisión,
Llegando sin prisa a una opinión.
Recuérdenme cuando haya muerto
Y simplifíquenme cuando haya muerto.






KEITH DOUGLAS “El difunto”

KEITH DOUGLAS
“El difunto”


KEITH DOUGLAS “El difunto”

Era un maldito, lo admito,
Y siempre ebrio hasta que se quedó sin plata.
Su pelo le colgaba por un lazo de
Una Corona Veneris. Sus ojos, mudos
Como prisioneros en sus cavernosas hendiduras, estaban
Fijos en actitudes de desesperación.
Ustedes que, Dios los bendiga, jamás han caído tanto,
Lo censuran y oran por él, que sí había caído;
Y con sus flaquezas lamentan los versos
Que el tipo hacía, acaso entre maldiciones,
Acaso en el colmo de la ruina moral,
Pero los escribía con sinceridad;
Y al parecer sentía un dolor acrisolado
Al cual la virtud de ustedes no puede llegar.
Respétenlo. Para ello

Poseía una virtud que ustedes no ven.