ROBERT BROWNING “Pinturas
antiguas en Florencia”
I
La primera mañana de
marzo en que truena
La anguila da un
salto en el agua, eso dicen;
Cuando yo me asomé
por el arco de aloe
De la entrada a la
villa, en tibio día de marzo,
Rayo alguno brillaba,
ni retumbaba el trueno
Allá abajo en el
valle, en donde blanca y ancha,
Lavada por el oro
acuoso matutino
Florencia se extendía
por toda la ladera.
II
El puente y el río,
las plazas y las calles
Ante mí se ofrecían;
estaban a mi alcance
A través del
translúcido baño de aire vivo
Cual si fueran
visiones de bola de cristal.
Y de cuanto yo vi y
de cuanto alabé,
Lo más digno de
encomio y más bello a la vista
Fue ese asombroso
campanario de Giotto.
Pero, ¿qué causó en
mí más allá del asombro?
III
Dime Giotto, ¿cómo, con
esa alma tuya
Has podido engañarme
cuando tanto te amaba?
Si bien un corazón
aguanta algún desprecio,
No deja de sentir,
¡sabedlo tú y los tuyos!
La verdad, yo no sé
por qué habría de importarme
El romper un silencio
que a ellos les conviene;
Mas la cosa resulta
ya menos llevadera
Cuando veo que un
Giotto se une a los demás.
IV
Rodeado de olivos que
estampan todo el cielo
Marcando en el azul
sus ramas y sus hojas
(Las hojas afiladas
que nunca se les caen)
Por el arco de aloe
solía yo asomarme
Y observaba, a lo
largo de las tardes de invierno,
Gracias a un don que
Dios a veces me concede,
En las suaves puestas
de esos soles cual lunas,
Quién andaba en
Florencia, además de sus gentes.
V
Podían regatear,
cantar, ir y venir
Por placer o por lucro,
los hombres de Florencia:
En verdad mi interés
no se centraba en ellos
Sino en las celdas
huecas de la colmena humana;
En la arcada del
claustro, la sala de capítulo
El ábside, transepto
o nave de la iglesia;
La cripta,
vislumbrada palpando y con antorcha
Y la fachada alzada
para que el sol la afeite.
VI
Dondequiera que un
fresco se desprende y se cae,
Dondequiera que un
contorno se debilita y mengua
Hasta que en la
pintura la vida se detiene,
Hay Uno a quien le
duele ese latir más débil,
Que desea que el yeso
no abandone el ladrillo
Y que el color no
escape del todo a la escayola.
Un león que sucumbe
ante la coz de un asno:
La agraviada y gran
alma de un Maestro antiguo.
VII
Ocurre que a este
mundo y a todo el mal que causa
Le pueden dar la
espalda, seguros en la gloria,
Miguel y Rafael, en
torno a cuyas obras
Pululáis y zumbáis,
¡gentes de poco seso!
¿Se contraen sus ojos
a la escala terrena
Ahora que les es dado
ver a Dios cara a cara,
Y han llegado, además
-espero- a ser poetas?
Días festivos
disfrutan allí, en todo caso.
VIII
¡Mucho les importáis
con vuestras alabanzas!
Pero, ¿podrán
librarse las almas agraviadas
De un mundo en que su
obra provoca gran bullicio,
Donde los apodáis,
gentes de poco seso,
El Viejo Maestro Tal
y el Primitivo Cual,
Sin caer en que Viejo
da igual que Primitivo,
Que un hermano más
joven sucede a otro mayor
Y que existió un Da
Vinci porque antes hubo un Dello?
IX
Y aquí, donde podrían
servir vuestros elogios
Y una palabra amable,
o dos, ayudarían,
Según vuestra racial
costumbre el mastín gruñe
Y ladra una camada de
caniches cachorros.
¿No habrá ni una
palabra para ese Stefano
De frente prominente,
en tiempos, y brillante,
A quien se conoció,
por su sin par pintura,
Como el Imitador de
la Naturaleza?
X
Ahí tenéis al
Maestro; ¡contemplad, pues, amigos,
En qué queda la obra
de un hombre! La planea,
La hace y
perfecciona, además se disculpa
Por todos sus
esfuerzos, pero después, ¡sic transit!
¡Más felices trabajan
los ciegos ahorrativos,
Vuelto hacia arriba
el ojo, ocupada la mano,
Sin mirar de soslayo
la moneda del otro!
Es mirar hacia abajo
lo que produce vértigo.
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