miércoles, 17 de febrero de 2016

ROBERT BROWNING “Pinturas antiguas en Florencia”

ROBERT BROWNING  “Pinturas antiguas en Florencia”

ROBERT BROWNING


I

La primera mañana de marzo en que truena
La anguila da un salto en el agua, eso dicen;
Cuando yo me asomé por el arco de aloe
De la entrada a la villa, en tibio día de marzo,
Rayo alguno brillaba, ni retumbaba el trueno
Allá abajo en el valle, en donde blanca y ancha,
Lavada por el oro acuoso matutino
Florencia se extendía por toda la ladera.

II

El puente y el río, las plazas y las calles
Ante mí se ofrecían; estaban a mi alcance
A través del translúcido baño de aire vivo
Cual si fueran visiones de bola de cristal.
Y de cuanto yo vi y de cuanto alabé,
Lo más digno de encomio y más bello a la vista
Fue ese asombroso campanario de Giotto.
Pero, ¿qué causó en mí más allá del asombro?

III

Dime Giotto, ¿cómo, con esa alma tuya
Has podido engañarme cuando tanto te amaba?
Si bien un corazón aguanta algún desprecio,
No deja de sentir, ¡sabedlo tú y los tuyos!
La verdad, yo no sé por qué habría de importarme
El romper un silencio que a ellos les conviene;
Mas la cosa resulta ya menos llevadera
Cuando veo que un Giotto se une a los demás.

IV

Rodeado de olivos que estampan todo el cielo
Marcando en el azul sus ramas y sus hojas
(Las hojas afiladas que nunca se les caen)
Por el arco de aloe solía yo asomarme
Y observaba, a lo largo de las tardes de invierno,
Gracias a un don que Dios a veces me concede,
En las suaves puestas de esos soles cual lunas,
Quién andaba en Florencia, además de sus gentes.

V

Podían regatear, cantar, ir y venir
Por placer o por lucro, los hombres de Florencia:
En verdad mi interés no se centraba en ellos
Sino en las celdas huecas de la colmena humana;
En la arcada del claustro, la sala de capítulo
El ábside, transepto o nave de la iglesia;
La cripta, vislumbrada palpando y con antorcha
Y la fachada alzada para que el sol la afeite.

VI

Dondequiera que un fresco se desprende y se cae,
Dondequiera que un contorno se debilita y mengua
Hasta que en la pintura la vida se detiene,
Hay Uno a quien le duele ese latir más débil,
Que desea que el yeso no abandone el ladrillo
Y que el color no escape del todo a la escayola.
Un león que sucumbe ante la coz de un asno:
La agraviada y gran alma de un Maestro antiguo.

VII

Ocurre que a este mundo y a todo el mal que causa
Le pueden dar la espalda, seguros en la gloria,
Miguel y Rafael, en torno a cuyas obras
Pululáis y zumbáis, ¡gentes de poco seso!
¿Se contraen sus ojos a la escala terrena
Ahora que les es dado ver a Dios cara a cara,
Y han llegado, además -espero- a ser poetas?
Días festivos disfrutan allí, en todo caso.

VIII

¡Mucho les importáis con vuestras alabanzas!
Pero, ¿podrán librarse las almas agraviadas
De un mundo en que su obra provoca gran bullicio,
Donde los apodáis, gentes de poco seso,
El Viejo Maestro Tal y el Primitivo Cual,
Sin caer en que Viejo da igual que Primitivo,
Que un hermano más joven sucede a otro mayor
Y que existió un Da Vinci porque antes hubo un Dello?

IX

Y aquí, donde podrían servir vuestros elogios
Y una palabra amable, o dos, ayudarían,
Según vuestra racial costumbre el mastín gruñe
Y ladra una camada de caniches cachorros.
¿No habrá ni una palabra para ese Stefano
De frente prominente, en tiempos, y brillante,
A quien se conoció, por su sin par pintura,
Como el Imitador de la Naturaleza?

X

Ahí tenéis al Maestro; ¡contemplad, pues, amigos,
En qué queda la obra de un hombre! La planea,
La hace y perfecciona, además se disculpa
Por todos sus esfuerzos, pero después, ¡sic transit!
¡Más felices trabajan los ciegos ahorrativos,
Vuelto hacia arriba el ojo, ocupada la mano,
Sin mirar de soslayo la moneda del otro!
Es mirar hacia abajo lo que produce vértigo.


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