viernes, 5 de febrero de 2016

JORGE LUIS BORGES “LA RECOLETA”

JORGE LUIS BORGES
“LA RECOLETA”

JORGE LUIS BORGES

Convencidos de caducidad
por tantas nobles certidumbres del polvo,
nos demoramos y bajamos la voz
entre las lentas filas de panteones,
cuya retórica de sombra y de mármol
promete o prefigura la deseable
dignidad de haber muerto.
Bellos son los sepulcros,
el desnudo latín y las trabadas fechas fatales,
la conjunción del mármol y de la flor
y las plazuelas con frescura de patio
y los muchos ayeres de la historia
hoy detenida y única.
Equivocamos esa paz con la muerte
y creemos anhelar nuestro fin
y anhelamos el sueño y la indiferencia.
Vibrante en las espadas y en la pasión
y dormida en la hiedra,
sólo la vida existe.
El espacio y el tiempo son formas suyas,
son instrumentos mágicos del alma,
y cuando ésta se apague,
se apagarán con ella el espacio, el tiempo y la muerte,
como al cesar la luz
caduca el simulacro de los espejos
que ya la tarde fue apagando.
Sombra benigna de los árboles,
viento con pájaros que sobre las ramas ondea,
alma que se dispersa en otras almas,
fuera un milagro que alguna vez dejaran de ser,
milagro incomprensible,
aunque su imaginaria repetición
infame con horror nuestros días.
Estas cosas pensé en la Recoleta,
en el lugar de mi ceniza.



jueves, 4 de febrero de 2016

RICHARD ALDINGTON “ Imágenes”

RICHARD ALDINGTON
Imágenes

RICHARD ALDINGTON “ Imágenes”

I

Como una góndola de verdes frutos perfumados
Deslizándose por los canales venecianos,
Tú, la exquisita,
Has entrado en mi ciudad desolada.

II

El humo azul brota
Como arremolinadas nubes de pájaros que desaparecen.
Así también mi amor brota hacia ti,
Desaparece y es renovado.

III

Una luna de amarillo sonrosado en un pálido firmamento
Cuando el crepúsculo es tenue bermellón
Sobre la bruma entre las ramas de los árboles
Eres para mí.





RICHARD ALDINGTON “Atardeceres”

RICHARD ALDINGTON

Atardeceres


RICHARD ALDINGTON


El cuerpo blanco del atardecer
Se desgarra y se vuelve escarlata,
Tajeado y drenado y desecado
Hasta volverse carmesí,
Y cuelga irónicamente
Con guirnaldas de niebla.



Y el viento
Soplando sobre Londres desde Flandes
Tiene un gusto agrio.

domingo, 17 de enero de 2016

JUAN ZORRILLA DE SAN MARTÍN .Fragmentos de "Tabaré": Fragmento II

JUAN ZORRILLA DE SAN MARTÍN

.Fragmentos de "Tabaré":

 Fragmento II


JUAN ZORRILLA DE SAN MARTÍN

Vosotros, los que amáis los imposibles;
Los que vivís la vida de la idea;
Los que sabéis de ignotas muchedumbres,
Que los espacios infinitos pueblan,

Y de esos seres que entran en las almas,
Y mensajes oscuros les revelan,
Desabrochan las flores en el campo,
Y encienden en el cielo las estrellas;

Los que escucháis quejidos y palabras
En el triste rumor de la hoja seca,
Y algo más que la idea del invierno,
Próximo y frío, a vuestra mente llega,

Al mirar que los vientos otoñales
Los árboles desnudan, y los dejan
Ateridos, inmóviles, deformes,
Como esqueletos de hermosuras muertas;

Seguidme, hasta saber de esas historias
Que el mar, y el cielo, y el dolor nos cuentan;
Que narran el ombú de nuestras lomas,
El verde canelón de las riberas,

La palina centenaria, el camalote,
El ñandubay, los talas y las ceibas:
La historia de la sangre de un desierto,
La triste historia de una raza muerta.

Y vosotros aún más, bardos amigos,
Trovadores galanos de mi tierra,
Vírgenes de mi patria y de mi raza,
Que templáis el laúd de los poetas;

Seguidme juntos, a escuchar las notas
De una elegía, que, en la patria nuestra,
El bosque entona, cuando queda solo,
Y todo duerme entre sus ramas quietas;

Crecen laureles, hijos de la noche,
Que esperan liras, para asirse a ellas,
Allá en la oscuridad, en que aún palpita
El grito del desierto y de la selva.


JUAN ZORRILLA DE SAN MARTÍN .Fragmentos de "Tabaré": Fragmento I

JUAN ZORRILLA DE SAN MARTÍN

.Fragmentos de "Tabaré":

JUAN ZORRILLA DE SAN MARTÍN

Levantaré la losa de una tumba;
E, internándome en ella,
Encenderé en el fondo el pensamiento,
Que alumbrará la sociedad inmensa.


Dadme una lira y vamos: la de hierro,
La más pesada y negra;
Esa, la de apoyarse en las rodillas,
Y sostenerse con la mano trémula,


Mientras la azota el viento temeroso
Que silba en las tormentas,
Y, al golpe del granizo restallando,
Sus acordes difunde en las tinieblas;


La de cantar, sentado entre las ruinas,
Como el ave agorera;
La que, arrojada al fondo del abismo,
Del fondo del abismo nos contesta.


Al desgranarse las potentes notas
De sus heridas cuerdas,
Despertarán los ecos que han dormido
Sueño de siglos en la oscura huesa;


Y formarán la estrofa que revele
Que la muerte, piensa:
Resurrección de voces extinguidas,
Extraño acorde que en mi mente suene.

 



miércoles, 25 de noviembre de 2015

JOSÉ ZORRILLA "Don Juan"

JOSÉ ZORRILLA 
"Don Juan"

zorrilla jose

En los años que han corrido
Desde que yo le escribí,
Mientras que yo envejecí
Mi Don Juan no ha envejecido.
Y fama tal por él gozo
Que se cree, a lo que parece,
Porque Don Juan no envejece,
Que yo he de ser siempre mozo:
Y hoy el bravo Ducazcal
Os anuncia en su cartel
Que he de hacer aquí un papel,
Que tengo que hacer ya mal.
Yo no soy ya lo que fui:
Y viendo cuán poco soy,
Dejo a los que más son hoy
Pasar delante de mí;
Pues, por Dios,que por más brava
Que sea mi condición,
La fiebre rinde al león,
La gota la piedra cava,
Aún latir mis bríos siento:
Pero es ya vana porfía,
No puedo ya la voz mía
Pedirle otra vez al viento:
Y a quién me lo quiere oír
Digo años ha por doquier,
Que pierdo el ser de mi ser
Y que me siento morir.
Pero nadie me hace caso
Por más que hablo a voz en grito,
Porque este Don Juan maldito
Por doquier me sale al paso;
Y ni me deja vivir
En el rincón de mi hogar,
Ni deja un año pasar
Sin dar de mí que decir.
Yo me apoco día a día,
Y este bocón andaluz,
A quien yo saqué a la luz
Sin saber lo que me hacía,
Me viste con su oropel
Y a la luz me saca consigo;
Por más que a voces le digo
Que ir no puedo a par con él.
Más tanto favor os debo
Por él, que en verdad me obliga
A que algo esta noche os diga
De este insolente mancebo.
Oíd... es una leyenda
Muy difícil de contar,
Porque tiene algo a la par
De ridícula y de horrenda:
Una historia íntima mía.
Yo era en España querido
Y mimado y aplaudido...
Y me huí de España un día.
Vivía a ciegas y erré:
Y una noche andando a oscuras
Tropecé en dos sepulturas
Y de Dios desesperé.
Emigré: me dí a la mar;
Y esperando en el olvido
Una muerte hallar sin ruido,
En América fui a dar.
No llevando allá negocio
Ni esperanza a qué atender,
Al tiempo dejé de correr
En la oscuridad y el ocio.
Once años anduve allí
Vagando por los desiertos,
Contándome con los muertos,
Y sin dar razón de mí.
Los indios semisalvajes
Me veían con asombro
Ir con mi arcabuz al hombro
Por tan agrestes parajes;
Y yo en saber me gozaba
Que nadie que me veía
Allí, quién era sabía
El que por allí vagaba;
Y esperé que de aquél modo
De mí y de mi poesía
Como yo se olvidaría
A la fin el mundo todo.
Mi nombre, pues, con intento
De dejar perder, y en suma
Sin papel, tinta, ni pluma,
Ni libros ya en mi aposento,
Bebía en mi soledad
De mis pesares las heces:
Más tenía que ir a veces
Del desierto a la ciudad.
Vivo el cuerpo, el alma inerte,
A caballo y solo, iba
Como una fantasma viva,
Sin buscar ni huir la muerte.
Y hago aquí esta narración
Porque sirva lo que digo
A mis hechos de castigo,
Y a modo de confesión.
Sobre mí a un anochecer
Un nublado se deshizo,
Y entre el agua y el granizo
Me dejó una hacienda ver.
Eché a escape y me acogí
De la casa entre la gente,
Como franca lo consiente
La hospitalidad allí.
Celebrábase una fiesta.
Que en aquel país no hay día
Que en hacienda o ranchería
No tengan una dispuesta;
Y son fiestas extremadas
Allí por su mismo exceso,
De las hembras embeleso,
De los hombres emboscadas.
Y a no ser de mi leyenda
Por no cortar la ilación,
Hiciera aquí la descripción
De una fiesta en una hacienda,
Donde nadie tiene empacho
De usar a gusto de todo;
Porque son fiestas a modo
De las bodas de Camacho.
Allí acuden sin convite
Buhoneros, comerciantes
Y cirqueros ambulantes;
Sin que a nadie se le quite
De entrar en corro el derecho,
De gastar de los abastos,
Ni de colocar sus trastos
Donde quiera que halle trecho.
Jamás se apaga el hogar,
Jamás el servicio cesa;
Siempre está puesta la mesa
Para comer y jugar.
Por salas y corredores
Se oye el son a todas horas
De carcajadas sonoras,
De onzas y de tenedores.
Todo es pelea de gallos,
Toros, lazos, herraderos,
Manganas y coleadores
Y carreras de caballos;
Y al fin de un día de broma
Que nada en Europa iguala,
Todo el mundo entra en la sala
Y sitio en el baile toma.
Entré e hice lo que todos:
Cuando creí que al sueño
Se iban a dar, di yo al dueño
Gracias por sus buenos modos:
Mas mi caballo al pedir,
Asiéndome por la mano,
Me dijo el buen campirano
Soltando el trapo a reír:
"¿Y a quién hay que se le antoje
Dejar ahora tal jolgorio'
Vamos, venga usté a la troje
Y verá el Don Juan Tenorio."
Y a mí,que lo había escrito,
En la troje me metía;
Y allí al paso me salía
Mi audaz andaluz precito.
Mas ¡ay de mí, cuál salió!
Lo hacía un indio otomí
En jerga que el diablo urdió;
Tal fue mi Don Juan allí,
Que ni yo le conocí
Ni a conocer me di yo.
Tal es la gloria mortal,
Y a quién Dios se la confiere,
Si librarse a ella quiere
Se la torna Dios en mal.
A mí no me la tornó,
Porque por mi buena suerte
Del olvido y de la muerte
Doquier Don Juan me salvó.
¡Dios no quiso allá de mí!
Y de mi patria el olvido
Temiendo, como había ido
A mi patria me volví.
¡Feliz malogrado afán!
Al volver de tierra extraña,
Me hallé que había en España
Vivido por mi Don Juan.
Comprendí en su plenitud
De Dios la suma clemencia:
Don Juan había en mi ausencia
Borrado mi ingratitud.
Monstruo sin par de fortuna,
Mientras yo de España huía,
En España me ponía
En los cuernos de la luna.
Y ni fuerza ni razón
Han podido derribar
Tal ídolo del altar
Que le ha alzado la opinión.
Pero hablemos con franqueza
Hoy que todo coadyuva
Para aquí se me suba
A mí el humo a la cabeza:
Desvergonzado galán,
Siempre atropella por todo
Y de atajarle no hay modo;
¿Qué tiene, pues, mi Don Juan?
Del fondo de un monasterio
Donde le encontré empolvado,
Yo le planté remozado
En mitad de un cementerio:
Y obra de un chico atrevido
Que atusaba apenas bozo,
Os parece tan buen mozo
Porque está tan bien vestido.
Pero sus hechos están
En pugna con la razón,
Pero tal reputación
¿Qué tiene, pues, mi Don Juan?
Un secreto con que gana
La prez entre los dos Juanes;
El freno de sus desmanes:
Que Doña Inés es cristiana.
Tiene que es de nuestra tierra
El tipo tradicional;
Tiene todo el bien y el mal
Que el genio español encierra.
Que, hijo de la tradición,
Es impío y es creyente,
Es balandrón y es valiente,
Y tiene buen corazón.
Tiene que es diestro y zurdo,
Que no cree en Dios y le invoca,
Que lleva el alma en la boca,
Y que es lógico y absurdo.
Con defectos tan notorios
vivirá aquí diez mil soles;
Pues todos los españoles
Nos la echamos de Tenorios
Y si en el pueblo le hallé
Y en español le escribí
Y su autor el pueblo fue...
¿Por qué me aplaudís a mí?

JOSÉ ZORRILLA " A buen juez, mejor testigo"

JOSÉ ZORRILLA 
" A buen juez, mejor testigo"

jose zorilla

I

Entre pardos nubarrones
Pasando la blanca luna,
Con resplandor fugitivo,
La baja tierra no alumbra.
La brisa con frescas alas
Juguetona no murmura,
Y las veletas no giran
Entre la cruz y la cúpula.
Tal vez un pálido rayo
La opaca atmósfera cruza,
Y unas en otras las sombras
Confundidas se dibujan.
Las almenas de las torres
Un momento se columbran,
Como lanzas de soldados
Apostados en la altura.
Reverberan los cristales
La trémula llama turbia,
Y un instante entre las rocas
Riela la fuente oculta.
Los álamos de la Vega
Parecen en la espesura
De fantasmas apiñados
Medrosa y gigante turba;
Y alguna vez desprendida
Gotea pesada lluvia,
Que no despierta a quien duerme,
Ni a quien medita importuna.
Yace Toledo en el sueño
Entre las sombras confusa,
Y el Tajo a sus pies pasando
Con pardas ondas lo arrulla.
El monótono murmullo
Sonar perdido se escucha,
cual si por las hondas calles
Hirviera del mar la espuma.
¡Qué dulce es dormir en calma
Cuando a lo lejos susurran
Los álamos que se mecen,
Las aguas que se derrumban!
Se sueñan bellos fantasmas
Que el sueño del triste endulzan,
Y en tanto que sueña el triste,
No le aqueja su amargura.
Tan en calma y tan sombría
Como la noche que enluta
La esquina en que desemboca
Una callejuela oculta,
Se ve de un hombre que guarda
La vigilante figura,
Y tan a la sombra vela
Que entre las sombras se ofusca.
Frente por frente a sus ojos
Un balcón a poca altura
Deja escapar por los vidrios
La luz que dentro le alumbra;
Mas ni en el claro aposento,
Ni en la callejuela oscura
El silencio de la noche
Rumor sospechoso turba.
Pasó así tan largo tiempo,
Que pudiera haberse duda
De si es hombre, o solamente
Mentida ilusión nocturna;
Pero es hombre, y bien se ve,
Porque con planta segura,
Ganando el centro a la calle,
Resuelto y audaz pregunta:
"¿Quién va?", y a corta distancia
El igual compás se escucha
De un caballo que sacude
Las sonoras herraduras.
"¿Quién va?", repite, y cercana
Otra voz menos robusta
Responde: "Un hidalgo, ¡calle!"
Y el paso el bulto apresura,
"Téngase el hidalgo", el hombre
Replica, y la espada empuña.
"Ved más bien si me haréis calle,
Repitieron con mesura,
Que hasta hoy a nadie se tuvo
Iván de Vargas y Acuña."
"Pase el Acuña y perdone",
Dijo el mozo en faz de fuga,
Pues, teniéndose el embozo,
Sopla un silbato y se oculta.
Paró el jinete a una puerta,
Y con precaución difusa
Salió una niña al balcón
Que llama interior alumbra.
"¡Mi padre!", clamó en voz baja,
Y el viejo en la cerradura
Metió la llave pidiendo
A sus gentes que le acudan.
Un negro por ambas bridas,
Tomó la cabalgadura,
Cerróse detrás la puerta
Y quedó la calle muda.
En esto desde el balcón,
Como quien tal acostumbra,
Un mancebo por las rejas
De la calle se asegura.
Asió el brazo al que apostado
Hizo cara a Iván de Acuña,
Y huyeron en el embozo
Velando la catadura.

II

Clara, apacible y serena
Pasa la siguiente tarde,
Y el sol tocando su ocaso
Apaga su luz gigante;
Se ve la imperial Toledo
Dorada por los remates
Como una ciudad de grana
Coronada de cristales.
El Tajo por entre rocas
Sus anchos cimientos lame,
Dibujando en las arenas
Las ondas con que las bate.
Y la ciudad se retrata
En las ondas desiguales,
Como en prendas de que el río
Tan afanoso la bañe.
A lo lejos en la Vega
Tiende galán por sus márgenes,
De sus álamos y huertos
El pintoresco ropaje;
Y porque su altiva gala
Más a los ojos halague,
La salpica con escombros
De castillos y de alcázares.
Un recuerdo en cada piedra
Que toda una historia vale,
Cada colina un secreto
De príncipes o galanes.
Aquí se bañó la hermosa
Por quien dejó un rey culpable
Amor, fama, reino y vida
En manos de musulmanes.
Allí recibió Galiana
A su receloso amante,
En esa cuesta que entonces
Era un plantel de azahares.
Allá por aquella torre
Que hicieron puerta los árabes,
Subió el Cid sobre Babieca
Con su gente y su estandarte.
Más lejos se ve el castillo
De San Servando, o Cervantes,
Donde nada se hizo nunca
Y nada al presente se hace.
A este lado está la almena
Por do sacó vigilante
El Conde Don Peranzules
Al rey, que supo una tarde
Fingir tan tenaz modorra,
Que, político y constante,
Tuvo siempre el brazo quedo
Las palmas al horadarle.
Allí está el circo romano,
Gran cifra de un pueblo grande,
Y aquí la antigua basílica
De bizantinos pilares,
Que oyó en el primer concilio
Las palabras de los Padres
Que velaron por la Iglesia
Perseguida o vacilante.
La sombra en este momento
Tiende sus turbios cendales
Por todas esas memorias
De las pasadas edades;
Y del Cambrón y Bisagra
Los caminos desiguales,
Camino a los toledanos
Hacia las murallas abren.
Los labradores se acercan
Al fuego de sus hogares,
Cargados con sus aperos,
Cargados con sus afanes.
Los ricos y sedentarios
Se tornan con paso grave,
Calado el ancho sombrero,
Abrochados los gabanes;
Y los clérigos y monjes
Y los prelados y abades,
Sacudiendo el leve polvo
De capelos y sayales.
Quédase sólo un mancebo
De impetuosos ademanes,
Que se pasea ocultando
Entre la capa el semblante.
Los que pasan le contemplan
Con decisión de evitarle,
Y él contempla a los que pasan
Como si a alguien aguardase
Los tímidos aceleran
Los pasos al divisarle,
Cual temiendo de seguro
Que les proponga un combate;
Y los valientes le miran
Cual si sintieran dejarle
Sin que libres sus estoques
En riña sonora dancen.
Una mujer, también sola,
Se viene el llano adelante,
La luz del rostro escondida
En tocas y tafetanes.
Mas en lo leve del paso
Y en lo flexible del talle
Puede a través de los velos
Una hermosa adivinarse.
Vase derecha al que aguarda,
Y él al encuentro le sale
Diciendo... cuanto se dicen
En las citas los amantes.
Mas ella, galanterías
Dejando severa aparte,
Así al mancebo interrumpe
En voz decidida y grave:
"Abreviemos de razones,
Diego Martínez; mi padre,
Que un hombre ha entrado en su ausencia
Dentro mi aposento sabe,
Y así quien mancha mi honra
Con la suya me la lave;
O dadme mano de esposo,
O libre de vos dejadme."
Miróla Diego Martínez
Atentamente un instante,
Y echando a su lado el embozo
Repuso palabras tales:
"Dentro de un mes, Inés mía,
Parto a la guerra de Flandes;
Al año estaré de vuelta
Y contigo en los altares.
Honra que yo te desluzca
Con honra mía se lave,
Que por honra vuelven honra
Hidalgos que en honra nacen."
"Júralo", exclama la niña.
"Más que mi palabra vale
No te valdrá un juramento."
"Diego, la palabra es aire."
"¡Vive Dios, que estás tenaz!
Dalo por jurado y baste."
"No me basta; que olvidar
Puedes la palabra en Flandes."
"¡Voto a Dios! ¿Qué más pretendes?"
"Que a los pies de aquella imagen
Lo jures como cristiano
Del Santo Cristo delante."
Vaciló un punto Martínez.
Mas porfiando que jurase,
Llevóle Inés hacia el templo
Que en medio la Vega yace.
Enclavado en un madero,
En duro y postrero trance,
Ceñida la sien de espinas,
Descolorido el semblante,
Veíase allí un crucifijo
Teñido de negra sangre
A quien Toledo devota
Acude hoy en sus azares.
Ante sus plantas divinas
Llegaron ambos amantes,
Y haciendo Inés que Martínez
Los sagrados pies tocase,
Preguntóle
"Diego, ¿juras
A tu vuelta desposarme?
Contestó el mozo:
"¡Sí juro!",
Y ambos del templo se salen.

III

Pasó un día y otro día
Un mes y otro mes pasó,
Y un año pasado había,
Mas de Flandes no volvía
Diego, que a Flandes partió.
Lloraba la bella Inés
Oraba un mes y otro mes
Su vuelta aguardando en vano,
Del crucifijo a los pies
Do puso el galán su mano.
Todas las tardes venía
Después de traspuesto el sol,
Y a Dios llorando pedía
La vuelta del español,
y el español no volvía.
Y siempre al anochecer,
Sin dueña y sin escudero,
En un manto una mujer
El campo salía a ver
Al alto del Miradero.
¡Ay del triste que consume
Su existencia en esperar!
¡Ay del triste que presume
Que el duelo con que él se abrume
Al ausente ha de pesar!
La esperanza es de los cielos
Preciosos y funesto don,
Pues los amantes desvelos
Cambian la esperanza en celos
Que abrasan el corazón.
Si es cierto lo que se espera
Es un consuelo en verdad;
Pero siendo una quimera,
En tan frágil realidad
Quien espera desespera.
Así Inés desesperaba
Sin acabar de esperar,
Y su tez se marchitaba,
Y su llanto se secaba
Para volver a brotar.
En vano a su confesor
Pidió remedio o consejo
Para aliviar su dolor,
Que mal se cura el amor
Con las palabras de un viejo.
En vano a Iván acudía,
Llorosa y desconsolada;
El padre no respondía,
Que la lengua le tenía
Su propia deshonra atada.
Y ambos maldicen su estrella,
Callando el padre severo
Y suspirando la bella,
Porque nació altanero.
Dos años al fin pasaron
En esperar y gemir,
Y las guerras acabaron,
Y los de Flandes tornaron
A sus tierras a vivir.
Pasó un día y otro día,
Un mes y otro mes pasó,
Y el tercer año corría:
Diego a Flandes se partió,
Mas de Flandes no volvía.
Era una tarde serena,
Doraba el sol de Occidente
Del Tajo la Vega amena,
Y apoyada en una almena
Miraba Inés la corriente.
Iban las tranquilas olas
Las riberas azotando
Bajo las murallas solas,
Musgo, espigas y amapolas
Ligeramente doblando.
Algún olmo que escondido
Creció entre la hierba blanda
Sobre las aguas tendido
Se reflejaba perdido
En su cristalina banda.
Y algún ruiseñor colgado
Entre su fresca espesura
Daba al aire embalsamado
Su cántico regalado
Desde la enramada oscura.
Y algún pez con cien colores,
Tornasolada la escama,
Saltaba a besar las flores,
Que exhalan gratos olores
A las puntas de una rama.
Y allá, en el trémulo fondo,
El torreón se dibuja
Como el contorno redondo
Del hueco sombrío y hondo
Que habita nocturna bruja.
Así la niña lloraba
El rigor de su fortuna,
Y así la tarde pasaba
Y al horizonte trepaba
La consoladora luna.
A lo lejos, por el llano,
En confuso remolino,
Vio de hombres tropel lejano
Que en pardo polvo liviano
Dejan envuelto el camino.
Bajó Inés del torreón,
Y llegando recelosa
A las puertas del Cambrón,
Sintió latir zozobrosa
Más inquieto el corazón.
Tan galán como altanero
Dejó ver la escasa luz
Por bajo el arco primero
Un hidalgo caballero
En un caballo andaluz.
Jubón negro acuchillado,
Banda azul, lazo en la hombrera
Y sin pluma al diestro lado,
El sombrero derribado
Tocando con la gorguera.
Bombacho gris guarnecido,
Bota de ante, espuela de oro,
Hierro al cinto suspendido
Y a una cadena prendido
Agudo cuchillo moro.
Vienen tras este jinete
Sobre potros jerezanos
De lanceros hasta siete,
Y en adarga y coselete
Diez peones castellanos.
Asióse a su estribo Inés,
Gritando: "¡Diego, eres tú!"
Y él viéndola de través,
Dijo: "¡Voto a Belcebú,
Que no me acuerdo quién es!"
Dio la triste un alarido
Tal respuesta al escuchar,
Y a poco perdió el sentido,
Sin que más voz ni gemido
Volviera en tierra a exhalar.
Frunciendo ambas dos cejas
Encomendóla a su gente,
Diciendo: "Malditas viejas,
Que a las mozas malamente
Enloquecen con consejas!"
Y aplicando el capitán
A su potro las espuelas,
El rostro a Toledo dan,
Y a trote cruzando van
Las oscuras callejuelas.

IV

Así por sus altos fines
Dispone y permite el cielo
Que puedan mudar al hombre
Fortuna, poder y tiempo.
A Flandes partió Martínez
De soldado aventurero,
Y por su suerte y hazañas
Allí capitán le hicieron.
Según alzaba en honores
Alzábase en pensamientos,
Y tanto ayudó en la guerra
Con su valor y altos hechos,
Que el mismo rey a su vuelta
Le armó en Madrid caballero,
Tomándole a su servicio
Por capitán de lanceros.
Y otro no fue que Martínez
Quien ha poco entró en Toledo,
Tan orgulloso y ufano
Cual salió humilde y pequeño.
Ni es otro a quien se dirige,
Cobrado el conocimiento,
La amorosa Inés de Vargas,
Que vive por él muriendo.
Mas él, que olvidando todo
Olvidó su nombre mesmo,
Puesto que Diego Martínez
Es el capitán Don Diego,
Ni se ablanda a sus caricias
Ni cura de sus lamentos,
Diciendo que son locuras
De gente de poco seso:
Que ni él prometió casarse
Ni pensó jamás en ello.
¡Tanto mudan a los hombres
Fortuna, poder y tiempo!
En vano porfía Inés
Con amenazas y ruegos;
Cuanto más ella importuna
Está Martínez severo.
Abrazada a sus rodillas,
Enmarañado el cabello,
La hermosa niña lloraba
Prosternada por el suelo.
Mas todo empeño era inútil,
Porque el capitán Don Diego
No ha de ser Diego Martínez,
Como lo era en otro tiempo.
Y así, llamando a su gente,
De amor y piedad ajeno,
Mandóles que a Inés llevaran
De grado o de valimiento.
Mas ella, antes que la asieran,
Cesando un punto en su duelo,
Así habló, el rostro lloroso
Hacia Martínez volviendo:
"Contigo se fue mi honra,
Conmigo tu juramento;
Pues buenas prendas son ambas,
En buen fiel las pesaremos."
Y la faz descolorida
En la mantilla envolviendo,
A pasos desatentados
Salióse del aposento.

V

Era entonces de Toledo
Por el rey, gobernador,
El justiciero y valiente
Don Pedro Ruiz de Alarcón.
Muchos años por su patria
El buen viejo peleó;
Cercenado tiene un brazo,
Mas entero el corazón.
La mesa tiene delante,
Los jueces en derredor,
Los corchetes a la puerta
Y en la derecha el bastón.
Está, como presidente
Del tribunal superior,
Entre un dosel y una alfombra,
Reclinado en un sillón,
Escuchando con paciencia
La casi asmática voz
Con que un tétrico escribano
Solfea una apelación.
Los asistentes bostezan
Al murmullo arrullador;
Los jueces, medio dormidos,
Hacen pliegues al ropón;
Los escribanos repasan
Sus pergaminos al sol,
Los corchetes a una moza
Guiñan en un corredor,
Y abajo, en Zocodober
Gritan en discorde son,
Los que en el mercado venden,
Lo vendido y el valor.
Una mujer en tal punto,
En faz de grande aflicción,
Rojos de llorar los ojos,
Ronca de gemir la voz,
Suelto el caballo y el manto,
Tomó plaza en el salón
Diciendo a gritos: "¡Justicia,
Jueces, justicia, señor!"
Y a los pies se arroja humilde
De Don Pedro de Alarcón,
En tanto que los curiosos
Se agitan alrededor.
Alzóla cortés Don Pedro,
Calmando la confusión
Y el tumultuoso murmullo
Que esta escena ocasionó,
Diciendo:
"Mujer, ¿qué quieres?
"Quiero justicia, señor."
"¿De qué?"
"De una prenda hurtada."
"¿Qué prenda?"
"Mi corazón."
"¿Tú lo diste?"
"Lo presté."
"¿Y no te le han vuelto?"
"No."
"¿Tienes testigos?"
"Ninguno."
"¿Y promesa?"
"¡Sí, por Dios!
Que al partirse de Toledo
Un juramento empeñó."
"¿Quién es él?"
"Diego Martínez."
"¿Noble?"
"Y capitán, señor."
"Presentadme al capitán,
Que cumplirá si juró."
Quedó en silencio la sala,
Y a poco en el corredor
Se oyó de botas y espuelas
El acompasado son.
Un portero, levantando
El tapiz, en alta voz
Dijo: "El capitán Don Diego."
Y entró luego en el salón
Diego Martínez, los ojos
Llenos de orgullo y furor.
"¿Sois el capitán Don Diego
-Díjole Don Pedro- vos?"
Contestó altivo y sereno
Diego Martínez:
"Yo soy."
"¿Conocéis a esta muchacha?"
"Ha tres años, salvo error."
"¿Hicisteisla juramento
De ser su marido?
"No."
"¿Juráis no haberlo jurado?"
"Sí, juro."
"Pues id con Dios."
"¡Miente!", clamó Inés llorando
de despecho y de rubor.
"Mujer, ¡piensa lo que dices...!"
"Digo que miente, juró."
"¿Tienes testigos?"
"Ninguno."
"Capitán, idos con Dios,
Y dispensad que acusado
Dudara de vuestro honor."
Tornó Martínez la espalda,
Con brusca satisfacción,
E Inés, que le vio partirse;
Resuelta y firme gritó:
"Llamadle, tengo un testigo;
Llamadle otra vez, señor."
Volvió el capitán Don Diego,
Sentóse Ruiz de Alarcón,
La multitud aquietóse
Y la de Vargas siguió:
"Tengo un testigo a quien nunca
Faltó verdad ni razón."
"¿Quién?"
"Un hombre que de lejos
Nuestras palabras oyó,
Mirándonos desde arriba."
"¿Estaba en algún balcón?"
"No, que estaba en un suplicio
Donde ha tiempo que expiró."
"¿Luego es muerto?"
"No, que vive,"
"Estáis loca, ¡vive Dios!
¿Quién fue?"
"El Cristo de la Vega,
A cuya faz perjuró."
Pusieronse en pie los jueces
Al nombre del Redentor,
Escuchando con asombro
Tan excelsa apelación.
Reinó un profundo silencio
De sorpresa y de pavor,
Y Diego bajó los ojos
De vergüenza y confusión.
Un instante con los jueces
Don Pedro en secreto habló,
Y levantóse diciendo
Con respetuosa voz:
"La ley es ley para todos;
Tu testigo es el mejor,
Mas para tales testigos
No hay más tribunal que Dios.
Haremos... lo que sepamos.
Escribano, al caer el sol
Al Cristo que está en la Vega
Tomaréis declaración."

VI

Es una tarde serena,
Cuya luz tornasolada
Del purpurino horizonte
Blandamente se derrama.
Plácido aroma de flores
Sus hojas plegando exhalan,
Y el céfiro entre perfumes
Mece las trémulas alas.
Brillan abajo en el valle
Con suave rumor las aguas,
Y las aves en la orilla
Despidiendo al día cantan.
Allá por el Miradero
Por el Cambrón y Bisagra,
Confuso tropel de gente
Del Tajo a la Vega baja.
Vienen delante Don Pedro
De Alarcón, Iván de Vargas,
Su hija Inés, los escribanos,
Los corchetes y los guardias;
Y detrás, monjes, hidalgos,
Mozas, chicos y canalla.
Otra turba de curiosos
En la Vega les aguarda,
Cada cual comentariando
El caso según le cuadra.
Entre ellos está Martínez
En apostura bizarra,
Calzadas espuelas de oro,
Valona de encaje blanca,
Bigote a la borgoñesa,
Melena desmelenada,
El sombrero guarnecido
Con cuatro lazos de plata,
Un pie delante del otro,
Y el puño en el de la espada.
Los plebeyos, de reojo,
Le miran de entre las capas,
Los chicos al uniforme
Y las mozas a la cara.
Llegado el gobernador
Y gente que le acompaña,
Entraron todos al claustro
Que iglesia y patio separa.
Encendieron ante el Cristo
Cuatro cirios y una lámpara
Y de hinojos un momento
Le rezaron en voz baja.
Está el Cristo de la Vega
La cruz en tierra posada,
Los pies alzados del suelo
Poco menos de una vara;
Hacia la severa imagen
Un notario se adelanta
De modo que con el rostro
Al pecho santo llegaba.
A un lado tiene a Martínez,
A otro lado a Inés de Vargas,
Detrás al gobernador
Con sus jueces y sus guardias.
Después de leer dos veces
La acusación entablada,
El notario a Jesucristo,
Así demandó en voz alta:
Jesús, Hijo de María,
Ante nos esta mañana,
Citado como testigo
Por boca de Inés de Vargas,
¿Juráis ser cierto que un día
A vuestras divinas plantas
Juró a Inés Diego Martínez
Por su mujer desposarla?
Asida a un brazo desnudo
Una mano atarazada
Vino a posar en los autos
La seca y hendida palma,
Y allá en los aires: "¡Sí, juro!"
Clamó una voz más que humana.
Alzó la turba medrosa
La vista a la imagen santa...
Los labios tenía abiertos
Y una mano desclavada.

Conclusión

Las vanidades del mundo
Renunció allí mismo Inés,
Y espantado de sí propio
Diego Martínez también.
Los escribanos, temblando
Dieron de esta escena fe,
Firmando como testigos
Cuantos hubieron poder.
Fundóse un aniversario
Y una capilla con él,
Y Don Pedro de Alarcón
El altar ordenó hacer,
Donde hasta el tiempo que corre,
Y en cada año una vez,
Con la mano desclavada
El crucifijo se ve.