viernes, 30 de octubre de 2015

CÉSAR VALLEJO "Epístola a los transeúntes"

CÉSAR VALLEJO
"Epístola a los transeúntes"


Reanudo mi día de conejo
Mi noche de elefante en
Descanso.

Y, entre mí, digo:
Esta es mi inmensidad en
Bruto, a cántaros
Este es mi grato peso,
Que me buscará abajo para
Pájaro
Este es mi brazo
Que por su cuenta rehusó ser ala,
Estas son mis sagradas escrituras,
Estos mis alarmados campeñones.

Lúgubre isla me alumbrará continental,
Mientras el capitolio se apoye en mi íntimo
Derrumbe
Y la asamblea en lanzas clausure mi desfile.

Pero cuando yo muera
De vida y no de tiempo,
Cuando lleguen a dos mis dos maletas,
Este ha de ser mi estómago en que cupo mi
Lámpara en pedazos,
Esta aquella cabeza que expió los tormentos del
Círculo en mis pasos,
Estos esos gusanos que el corazón contó por
Unidades,
Este ha de ser mi cuerpo solidario
Por el que vela el alma individual;
Este ha de ser mi ombligo en que maté mis piojos natos,
Esta mi cosa cosa, mi cosa tremebunda.


En tanto, convulsiva, ásperamente
Convalece mi freno,
Sufriendo como sufro del lenguaje directo
Del león;
Y, puesto que he existido entre dos potestades
De ladrillo,
Convalezco yo mismo, sonriendo de mis labios.

CÉSAR VALLEJO "¡Cuídate, España, de tu propia España!"

CÉSAR VALLEJO
"¡Cuídate, España, de tu propia España!"


¡Cuídate, España, de tu propia España!
¡Cuídate de la hoz sin el martillo,
Cuídate del martillo sin la hoz!
¡Cuídate de la víctima a pesar suyo,
Del verdugo a pesar suyo
Y del indiferente a pesar suyo!
¡Cuídate del que, antes de que cante el gallo,
Negárate tres veces,
Y del que te negó, después, tres veces!
¡Cuídate de las calaveras sin las tibias,
Y de las tibias sin las calaveras!
¡Cuídate de los nuevos poderosos!
¡Cuídate del que come tus cadáveres,
Del que devora muertos a tus vivos!
¡Cuídate del leal ciento por ciento!
¡Cuídate del cielo más acá del aire
Y cuídate del aire más allá del cielo!
¡Cuídate de los que te aman!
¡Cuídate de tus héroes!
¡Cuídate de tus muertos!
¡Cuídate de la república!
¡Cuídate del futuro!

viernes, 16 de octubre de 2015

GUILLERMO VALENCIA "Anarkos"

GUILLERMO VALENCIA
"Anarkos"



De todo lo escrito amo solamente lo que
El hombre escribió con su propia sangre.
Escribe con sangre y aprenderás que la
Sangre es espíritu.
Federico Nietzsche.

En el umbral de la polvosa puerta
Sucia la piel y el cuerpo entumecido,
He visto, al rayo de una luz incierta,
Un perro melancólico, dormido.
¿En qué sueña? Tal vez árida fiebre
Cual un espino sus entrañas hinca
O le finge los pasos de una liebre
Que ante sus ojos descuidada brinca.
Y cuando el alba sobre el Orbe mudo
Como un ave de luz se despereza,
Ese perro nostálgico y lanudo
Sacude soñoliento la cabeza
Y se echa a andar por la fragosa vía,
Con su ceño de inválido mendigo,
Mientras mueren las ráfagas del día
Para tornar a su fangoso abrigo.
Hundido en la cloaca
La agita con sus manos temblorosas,
Y de esa tumba miserable, saca
Tiras de piel, cadáveres de cosas.
Entretanto, felices compañeros
Sobre la falda azul de las princesas
Y en las manos de nobles caballeros
Comparten el deleite de las mesas;
Ciñen collares de valioso broche,
Y en las gélidas horas de la noche
Tienen calor, en tanto que el proscrito
Que va sin dueño entre el humano enjambre,
Tropieza con el tósigo maldito
Creyendo ahogar el hambre,
Y en las hondas fatigas del veneno
Echado sobre el polvo se estremece,
Fatídico temblor le turba el seno,
Y con el ojo tímido, saltado,
Sobre la tierra sin piedad, fallece.
Todos vuelven la faz, nadie le toca:
Al bardo sólo que a su lado pasa,
Atedia la frescura de su boca
"Donde nítidos dientes
Se enfilan como perlas refulgentes"...

Mísero can, hermano
De los parias, tú inicias la cadena
De los que pisan el erial humano
Roídos por el cáncer de su pena;
Es su cansancio igual a tu fatiga;
Como tú se acurrucan en los quicios
O piden paz, sin una mano amiga,
Al silencio de oscuros precipicios.
Son los siervos del pan: fecunda horda
Que llena el mundo de vencidos. Llama
Ávida de lamer. Tormenta sorda
Que sobre el Orbe enloquecido brama.
Y son sus hijos pálidas legiones
De espectros que en la noche de sus cuevas,
Al ritmo de sus tristes corazones
Viven soñando con auroras nuevas
De un sol de amor en mística alborada,
Y, sin que llegue la mentida crisis,
En medio de su mísera nidada
¡Los degüellan las ráfagas de tisis!

Los mudos socavones de las minas
Se tragan en falanges los obreros
Que, suspendidos sobre abismo loco,
Semejan golondrinas
Posadas en fantásticos aleros.
Con luz fosforescente de cocuyos,
Trémula y amarilla,
Perfora oscuridad su lamparilla;
Sobre vertiginosos voladeros
Acometen olímpicos trabajos,
Y en tintas de carbón ennegrecidos,
Se clavan en los fríos agujeros,
Como un pueblo infeliz de escarabajos
A taladrar los árboles podridos.
Sus manos desgarradas
Vierten sangre; sarcástica retumba
La voz en la recóndita huronera:
Allí fue su vivir; allí su tumba
Les abrirá la bárbara cantera
Que inmóvil, dura, sus alientos gasta,
O frenética y ciega y bruta y sorda
Con sus olas de piedra los aplasta.

El minero jadeante
Mira saltar la chispa de diamante
Que años después envidiará su hija,
Cuando triste y hambrienta y haraposa,
La mejilla más blanca que una rosa
Blanca, y el ojo con azul ojera,
Se pare a remirarla, codiciosa,
Al través de una diáfana vidriera,
Do mágicos joyeles
En rubias sedas y olorosas pieles
Fulgen: piedras de trémulos cambiantes,
Ligadas por artistas
En cintillos: rubíes y amatistas,
Zafiros y brillantes,
La perla oscura y el topacio gualda,
Y en su mórbido estuche de rojizo peluche,
Como vivo retoño, la esmeralda.
La joven, pensativa,
Sus ojos clava, de un azul intenso,
En las joyas, cautiva
De algo que duerme entre el tesoro inmenso
No es la codicia sórdida que labra
El pecho de los viles:
Es que la dicen mística palabra
Las gemas que tallaron los buriles:
Ellas proclaman la fatiga ignota
De los mineros; acosada estirpe
Que sobre recio pedernal se agota,
Destrozada la faz, el alma rota,
Sin un caudillo que su mal extirpe:

El diamante es el lloro
De la raza minera
En los antros más hondos de la hullera:

¡Loor a los valientes campeones
Que vertieron sus lágrimas
Entre los socavones!

Es el rubí la sangre de los héroes que, en épicas faenas,
Tiñeron el filón con el desangre
Que hurtó la vida a sus hinchadas venas:

¡Loor a los valientes campeones
Que perdieron sus vidas
Entre los socavones!

El zafiro recuerda
A los trabajadores de las simas
El último jirón de cielo puro
Que vieron al mecerse de la cuerda
Que los bajaba al laberinto oscuro:

¡Loor a los sepultos campeones
Que no verán ya el cielo
Entre los socavones!

Y el topacio de tinte amarillento
Es recóndita ira
Y concreciones de dolor; lamento
Que entre el callado boquerón expira;

¡Loor a los cautivos campeones
Que como fieras rugen
Entre los socavones!

La joven pordiosera
Huyó.

¿Que formidable vocerío
Pasa volando por el azul esfera,
Con el lejano murmurar de un río?
Es una turba de profetas. Vienen
Al aire desplegando los pendones
Color de cielo; sus cabezas tienen
Profusas cabelleras de leones.
En sus labios marchitos se adivina
El himno, la oración y la blasfemia;
Llama febril sus ojos ilumina
De sacros resplandores;
Pálidos como el rostro de la Anemia,
Llegaron ya: son los conquistadores
Del Ideal: ¡dad paso a la bohemia!
Ebrios todos de un vino luminoso
Que no beben los bárbaros, y envueltos
En andrajos, son almas de coloso,
Que treparán a la impasible altura
Donde afilan sus hojas los laureles
Conque ciñes de olímpica verdura
En tu vasto proscenio
A los ungidos de tu Crisma, ¡oh Genio!
Aquel muestra su aljaba
De combate, repleta de pinceles;
El otro vibra, como ruda clava,
Un cuadrado amartillo y dos cinceles;
Se interrogan, se dicen sus proyectos
De obras que dejarán eternos rasgos;
Aunque sean insectos,
El mármol y el pincel los harán astros.
Un escultor ofrece
Pulir la piedra como fino encaje
Para velar un seno que florece
Bajo la tenue morbidez del traje;
Aquése de fosfórica pupila,
Que las del gato iguala,
Discurre sólo en actitud tranquila
Con el azul cuaderno bajo el ala,
Y el bardo decadente,
El bardo mártir que suscita mofas,
Levantará la frente,
Alto nido de férvidas estrofas,
Y de sus labios, que el reír no alegra,
Brotará el pensamiento
Como un águila negra,
Con las alas enormes
Desplegadas al viento,
Para cantar la Venus Victoriosa
Cuya violenta juventud encarne
El espíritu alegre de la diosa
En las melancolías de la carne.

El músico, doblando la cabeza
Sobre la débil caja
De su violín sonoro,
Dice la voz que de los cielos baja
Como un perfume del jardín de oro,
Y, agarrando del cuello enflaquecido
Al tísico instrumento,
Lo hace gritar con trágico alarido;
Y con ahogados trémolos simula
El sollozo de un mártir que se queja
Bajo el negro dogal que lo estrangula:
Y sobre todos flota,
Como un sueño de amor en la noche larga,
La paz del arte que su duelo embota
Y su llagado corazón embarga.

Desventurada tribu
De miserables, vuestro ensueño vano
Vuela solo entre sombras como vuelan
Las grullas en las noches de verano.
Esa lumbre asesina de los focos
Que doran las soberbias capitales,
Arderá vuestras frentes inmortales
Y vuestras alas de zafir, ¡oh locos!
Sin pan, ni amor, ni gruta
Donde dormir vuestras febriles horas,
Sucumbís a la bárbara cadena,
Sin más visión que la chafada ruta
Que os empuja a los légamos del Sena...
¡Canes, mineros, artistas,
El árido recinto que os encierra
Consume vuestros míseros despojos;
Y en el agrio Sahara de la tierra
Sólo hallasteis el agua... de los ojos!
Huid como una banda tenebrosa
De pájaros nocturnos que entre ramas
Hienden la oscuridad sin voz ni huella;
Morid: ¡para vosotros
No se despierta el día
Ni se columpia en el Zenit la estrella
Que llamaron los hombres Alegría!
Cuan lejos de vosotros se levanta,
Sobre columnas de marfil bruñido,
La ciudad de los Amos, donde canta
Su canto de ventura
El gozo entre las almas escondido.
Allí todos olvidan
Vuestra angustia. Los árboles no dejan
-De silencio cargados y de flores-
Llegar, de los vencidos que se quejan,
El treno funeral de sus dolores;
Allí, cual un torrente
Que dé sus ondas a dormidas charcas,
Resbala fríamente
Con ruido sonoro
El oro, a los abismos de las arcas.
Allí las sedas crujen
Como crujen las carnes sacudidas
Por las fieras: son fieras que no rugen
Los seres sin piedad. Ved como pasa
Sobre el marmóreo suelo,
Con su capa de pieles la hembra dura
Cual un oso gigante sobre hielo.
¿Por qué se abren sus ojos
Desmesuradamente?
¡Ah! Si es que apunta con fulgores rojos
El astro de la sangre por Oriente.
Bajo el odio del viento y de la lluvia
Por la frígida estepa se adelantan
Los domadores de la Bestia rubia:
Ya los perros sarnosos
Se tornaron chacales. De ira ciego
El minero de ayer se precipita
Sobre los tronos. Un airado fuego
Entre sus manos trémulas palpita,
Y sorda a la niñez, al llanto, al ruego,
¡Ruge la tempestad de dinamita!
¡Son los hijos de Anarkos! Su mirada,
Con reverberaciones de locura,
Evoca ruinas y predice males:
Parecen tigres de la Selva oscura
Con nostalgias de víctima y juncales.
El furioso caer de sus piquetas
En trizas torna la vetusta arcada
Que erigieron al Bien nuestros mayores;
Y por la red de las enormes grietas
Va filtrando, con tintes de alborada,
Un sol de juventud sus resplandores.

Aquél un arma ruda
Pide, que parta huesos y que exprima
El verbo de la cólera; filuda
Por el trabajo, recogió su lima
De fatigado obrero,
Y bajo el golpe de Lucheni, ¡muda
Cayó la Emperatriz como un cordero!

Pini, Vaillant, Caserio y Angiolillo,
Vuestro valor ante la muerte espanta;
Negros emperadores del cuchillo,
Que rendís la garganta
Como débil mendrugo
A las ávidas fauces del verdugo;
De duques y barones
No circundó plegada muselina
Vuestros cuellos. Allí donde culmina
El dorado listón de los toisones
Os dio la guillotina
Su mordisco glacial: vendimiadora
Que la tez y las almas descolora.

Aún parece vibrar en mis oídos
La voz de Emile Henry: ya bajo el hacha
Iba la a rodar su juvenil cabeza,
Como la flor al soplo de la racha,
Y exclamó: "Germinal",
Y de su herida
Corrió una fuente de licor sagrado
Que bautizó la historia dolorida
De los siervos, con óleo ensangrentado.
Y ese fue dulce al comenzar; renuevo
De razas de alto nombre.
¿Quién me dirá si un huevo
Son de torcaz o víbora? La mente
No sabe leer lo que en el tiempo asoma:
El hombre, como el huevo,
En nidos de dolor será serpiente,
¡En nidos de piedad será paloma!

Por dondequiera que mi ser camine
Anarkos va, que todo lo deslustra;
¡Un rito secular que no decline
Ante el puño brutal de Bakunine,
Y el heraldo feroz de Zarathustra!

No puede ser que vivan en la arena
Los hombres como púgiles; la vida
Es una fuente para todos llena;
Id a beber, esclavos sin cadena;
Potentado, ¡tu siervo te convida!
¡Nada escuchan! Los pobres, a la jaula
De la miseria se resisten fieros,
Y con brazo de adustos domadores
Y el ojo sin ternura, ¡los enjaula
La codicia sin fin de los señores!

¿Quién los conciliará? Tibios reflejos
De una luz paternal y vespertina
Visten de claridad el linde vago:
Es que el Patriarca de los Ritos viejos,
De sapiencia cubierto, se avecina,
Con la nerviosa palidez de un mago.
Es flaco y débil: su figura finge
Lo espiritual; el cuerpo es una rama
Donde canta su espíritu de Esfinge;
Y su sangre, la llama
Que los miembros cansados transparenta;
De su nariz el lóbulo movible
Aspira lo invisible,
Son sus patricias manos una garra
Febril y amarillenta
Es de los griegos la gentil cigarra
¡Que con mirar el éter se alimenta!
Impalpable se irgue -melancólico espectro-
Y de la cuerda blanca
A su místico plectro
La melodía arranca.
Impalpable se irgue;
Hay algo de felino
En su trémula marcha,
Hay mucho de divino
En la nítida escarcha
Que su cabeza orea.
Cruza sin otras galas
Que la túnica nívea
Que semeja las alas
Rotas de un genio de celeste coro,
Y sobre el pecho una
Cruz de pálido oro.
Alza el brazo. La Europa
Lo aguarda como a antiguo caballero,
Debajo de una bóveda de acero;
Calla sus labios la soberbia tropa
De esclavos y señores:
El Pontífice augusto
Trae el bálsamo santo que redime,
Y calma la batalla de panteras;
Revalúa lo justo;
Ya va a decir el símbolo sublime...
Y de sus labios tiernos
Salió, como relámpago imprevisto,
A impulso de los hálitos eternos
Esta sola palabra: "Jesucristo".

GUILLERMO VALENCIA “A la memoria de Josefina”

GUILLERMO VALENCIA
“A la memoria de Josefina”


I

De lo que fue un amor, una dulzura
Sin par, hecha de ensueño y de alegría,
Sólo ha quedado la ceniza fría
Que retiene esta pálida envoltura.
La orquídea de fantástica hermosura,
La mariposa en su policromía
Rindieron su fragancia y gallardía
Al hado que fijó mi desventura.
Sobre el olvido mi recuerdo impera;
De su sepulcro mi dolor la arranca;
Mi fe la cita, mi pasión la espera,
Y la vuelvo a la luz, con esa franca
Sonrisa matinal de primavera:
¡Noble, modesta, cariñosa y blanca!

II

Que te amé, sin rival, tú lo supiste
Y lo sabe el Señor; nunca se liga
La errátil hiedra a la floresta amiga
Como se unió tu ser a mi alma triste.
En mi memoria tu vivir persiste
Con el dulce rumor de una cantiga,
Y la nostalgia de tu amor mitiga
Mi duelo, que al olvido se resiste.
Diáfano manantial que no se agota,
Vives en mí, y a mi aridez austera
Tu frescura se mezcla, gota a gota.
Tú fuiste a mi desierto la palmera,
A mi piélago amargo, la gaviota,
¡Y sólo morirás cuando yo muera!

LUIS G. URBINA "Dones"

LUIS G. URBINA
"Dones"


Mi padre fue muy bueno: me donó su alegría
Ingenua; su ironía
Amable: su risueño y apacible candor.
¡Gran ofrenda la suya! Pero tú, madre mía,
Tú me hiciste el regalo de tu suave dolor.

Tú pusiste en mi alma la enfermiza ternura,
El anhelo nervioso e incansable de amar;
Las recónditas ansias de creer; la dulzura
De sentir la belleza de la vida, y soñar.

Del ósculo fecundo que se dieron dos seres
-El gozoso y el triste- en una hora de amor,
Nació mi alma inarmónica; pero tú, madre, eres
Quien me ha dado el secreto de la paz interior.


A merced de los vientos, como una barca rota
Va, doliente, el espíritu; desesperado no.
La placidez alegre poco a poco se agota;
Mas sobre la sonrisa que me dio el padre, brota
De mis ojos la lágrima que la madre me dio.

LUIS G. URBINA "Así fue"

LUIS G. URBINA
"Así fue"


Lo sentí; no fue una
Separación, sino un desgarramiento;
Quedó atónita el alma, y sin ninguna
Luz, se durmió en la sombra el pensamiento.

Así fue; como un gran golpe de viento
En la serenidad del aire. Ufano,
En la noche tremenda,
Llevaba yo en la mano
Una antorcha con que alumbraba la senda,
Y que de pronto se apagó: la oscura
Acechanza del mal y el destino
Extinguió así la llama y mi locura.

Vi un árbol a la orilla del camino,
Y me senté a llorar mi desventura.
Así fue, caminante
Que me contemplas con mirada absorta
Y curioso semblante.


Yo estoy cansado, sigue tú adelante;
Mi pena es muy vulgar y no te importa.
Amé, sufrí, gocé, sentí el divino
Soplo de la ilusión y la locura;
Tuve la antorcha, la apagó el destino,
Y me senté a llorar mi desventura
A la sombra de un árbol del camino.

lunes, 12 de octubre de 2015

MIGUEL DE UNAMUNO "De vuelta a casa"

MIGUEL DE UNAMUNO
"De vuelta a casa"


Desde mi cielo a despedirme llegas
Fino orvallo que lentamente bañas
Los robledos que visten las montañas
De mi tierra, y los maíces de sus vegas.

Compadeciendo mi secura, riegas
Montes y valles, los de mis entrañas,
Y con tu bruma el horizonte empañas
De mi sino, y así en la fe me anegas.

Madre Vizcaya, voy desde tus brazos
Verdes, jugosos, a Castilla enjuta,
Donde fieles me aguardan los abrazos


De costumbre, que el hombre no disfruta
De libertad si no es preso en los lazos
De amor, compañero de la ruta.