domingo, 10 de mayo de 2015

ROSALÍA DE CASTRO SED DE AMORES TENÍA Y DEJASTE

ROSALÍA DE CASTRO  

SED DE AMORES TENÍA Y DEJASTE


Sed de amores tenía, y dejaste
que la apagase en tu boca,
¡piadosa samaritana!,
y te encontraste sin honra,
ignorando que hay labios que secan
y que manchan cuanto tocan.

¡Lo ignorabas!... y ahora lo sabes!
Pero yo sé también, pecadora
compasiva, porque a veces
hay compasiones traidoras,
que si el sediento volviese
a implorar misericordia,
su sed de nuevo apagaras,
samaritana piadosa.

No volverá, te lo juro;
desde que una fuente enlodan
con su pico esas aves de paso,
se van a beber a otra.

sábado, 9 de mayo de 2015

Himno de la Inmortalidad José de Espronceda

Himno de la Inmortalidad 

José de Espronceda

(1808–1842)

¡Salve, llama creadora del mundo,
Lengua ardiente de eterno saber,
Puro germen, principio fecundo
Que encadenas la muerte a tus pies!
Tú la inerte materia espoleas,
Tú la ordenas juntarse y vivir,
Tú su lodo modelas, y creas
Miles seres de formas sin fin.
Desbarata tus obras en vano
Vencedora la muerte tal vez;
De sus restos levanta tu mano
Nuevas obras triunfante otra vez.
Tú la hoguera del sol alimentas,
Tú revistes los cielos de azul,
Tú la luna en las sombras argentas,
Tú coronas la aurora de luz.
Gratos ecos al bosque sombrío,
Verde pompa a los árboles das,
Melancólica música al río,
Ronco grito a las olas del mar.
Tú el aroma en las flores exhalas,
En los valles suspiras de amor,
Tú murmuras del aura en las alas,
En el Bóreas retumba tu voz.
Tú derramas el oro en la tierra
En arroyos de hirviente metal;
Tú abrillantas la perla que encierra
En su abismo profundo la mar.
Tú las cárdenas nubes extiendes,
Negro manto que agita Aquilón;
Con tu aliento los aires enciendes,
Tus rugidos infunden pavor.
Tú eres pura simiente de vida,
Manantial sempiterno del bien;
Luz del mismo Hacedor desprendida,
Juventud y hermosura es tu ser.
Tú eres fuerza secreta que el mundo
En sus ejes impulsa a rodar,
Sentimiento armonioso y profundo
De los orbes que anima tu faz.
De tus obras los siglos que vuelan
Incansables artífices son,
Del espíritu ardiente cincelan
Y embellecen la estrecha prisión.
Tú en violento, veloz torbellino
Los empujas enérgica, y van;
Y adelante en tu raudo camino
A otros siglos ordenas llegar.
Y otros siglos ansiosos se lanzan,
Desparecen y llegan sin fin,
Y en su eterno trabajo se alcanzan,
Y se arrancan sin tregua el buril.
Y afanosos sus fuerzas emplean
En tu inmenso taller sin cesar,
Y en la tosca materia golpean,
Y redobla el trabajo su afán.
De la vida en el hondo Oceáno
Flota el hombre en perpetuo vaivén,
Y derrama abundante tu mano
La creadora semilla en su ser.
Hombre débil, levanta la frente,
Pon tu labio en su eterno raudal;
Tú serás como el sol en Oriente,
Tú serás como el mundo, inmortal.

Lo Que Hace el Tiempo Ramón de Campoamor

Lo Que Hace el Tiempo 

Ramón de Campoamor

(1817–1901)

A Blanca Rosa de Osma

 Con mis coplas, Blanca Rosa,
Tal vez te cause cuidados
            Por cantar
Con la voz ya temblorosa,
Y los ojos ya cansados
            De llorar.
Hoy para ti sólo hay glorias,
Y danzas y flores bellas;
            Mas después,
Se alzarán tristes memorias,
Hasta de las mismas huellas
            De tus pies.
En tus fiestas seductoras
¿No oyes del alma en lo interno
            Un rumor,
Que lúgubre a todas horas,
Nos dice que no es eterno
            Nuestro amor?
¡Cuánto a creer se resiste
Una verdad tan odiosa
            Tu bondad!
¡Y esto fuera menos triste
Si no fuera, Blanca Rosa,
            Tan verdad!
Te aseguro, como amigo,
Que es muy raro, y no te extrañe,
            Amar bien.
Siento decir lo que digo;
Pero ¿quieres que te engañe
            Yo también?
Pasa un viento arrebatado,
Viene amor, y a dos en uno
            Funde Dios;
Sopla el desamor helado,
Y vuelve a hacer, importuno,
            De uno, dos.
Que amor, de egoísmo lleno,
A su gusto se acomoda
            Bien y mal;
En él hasta herir es bueno,
Se ama o no se ama, ésta es toda
            Su moral.
¡Oh! ¡qué bien cumple el amante,
Cuando aun tiene la inocencia,
            Su deber!
Y ¡cómo, más adelante,
Aviene con su conciencia
            Su placer!
¿Y es culpable el que, sediento,
Buscando va en nuevos lazos
            Otro amor?
¡Sí! culpable como el viento
Que, al pasar, hace pedazos
            Una flor.
¿Verdad que es abominable
Que el corazón vagabundo
            Mude así,
Sin ser por ello culpable,
Porque esto pasa en el mundo
            Porque sí?
Se ama una vez sin medida,
Y aun se vuelve a amar sin tino
            Más de dos.
¡Cuán versátil es la vida!
¡Cuán vano es nuestro destino,
            Santo Dios!
É1 lleve tu labio ayuno
A algún manantial querido
            De placer,
Donde dichosa, ninguno
Te enserie nunca el olvido
            Del deber.
Siempre el destino constante
Nos da cual vil usurero
            Su favor:
Da amor primero y no amante;
Después mucho amante, pero
            Poco amor.
Tranquila a veces reposa,
Y otras se marcha volando
            Nuestra fe.
Y esto pasa, Blanca Rosa,
Sin saber cómo, ni cuándo,
            Ni por qué.
Nunca es estable el deseo,
Ni he visto jamás terneza
            Siempre igual.
Y ¿a qué negarlo? No creo
Ni del bien en la fijeza,
            Ni del mal.
Este ir y venir sin tasa,
Y este moverse impaciente,
            Pasa así,
Porque así ha pasado y pasa,
Porque sí, y ¡ay! solamente
            Porque sí.
¡Cuán inútil es que huyamos
De los fáciles amores
            Con horror,
Si cuanto más las pisamos,
Más nos embriagan las flores
            Con su olor!
El cielo sin duda envía
La lucha a la tormentosa
            Juventud;
Pues ¿qué mérito tendría
Sin esfuerzos, Blanca Rosa,
            La virtud?
¡Ay! un alma inteligente,
Siempre en nuestra alma divisa
            Una flor.
Que se abre infaliblemente
Al soplo de alguna brisa
            De otro amor.
Mas dirás: —¿Y en qué consiste
Que todo a mudar convida?—
           ¡Ay de mí!
En que la vida es muy triste . . .
Pero aunque triste, la vida
            Es así.
Y si no es amor el vaso
Donde el sobrante se vierte
            Del dolor,
Pregunto yo: —¿Es digno acaso
De ocuparnos vida y muerte
            Tal amor?—
Nunca sepas, Blanca Rosa,
Que es la dicha una locura,
            Cual yo sé;
Si quieres ser venturosa,
Ten mucha fe en la ventura,
            Mucha fe.
Si eres feliz algún día,
¡Guay, que el recuerdo tirano
            De otro amor
No se filtre en tu alegría,
Cual se desliza un gusano
            Roedor!
Tú eres de las almas buenas,
Cuyos honrados amores
            Siempre son
Los que bendicen sus penas,
Penas que se abren en flores
            De pasión.
Con tus visiones hermosas,
Nunca de tu alma el abismo
            Llenarás,
Pues la fuerza de las cosas
Puede más que Hércules mismo,
           ¡Mucho más! . . .
Si huye una vez la ventura,
Nadie después ve las flores
            Renacer
Que cubren la sepultura
De los recuerdos traidores
            Del ayer.
¿Y quién es el responsable
De hacer tragar sin medida
            Tanta hiel?
¡La vida! ¡ésa es la culpable!
La vida, sólo es la vida
            Nuestra infiel.
La vida, que desalada,
De un vértigo del infierno
            Corre en pos:
Ella corre hacia la nada;
¿Quieres ir hacia lo eterno?
            Ve hacia Dios.
¡Sí! corre hacia Dios, y Él haga
Que tengas siempre una vieja
            Juventud.
La tumba todo lo traga;
Sólo de tragarse deja
            La virtud.

Amor y Orgullo Gertrudis Gómez de Avellaneda

Amor y Orgullo 

Gertrudis Gómez de Avellaneda

(1814–1873)


Un tiempo hollaba por alfombras rosas;
Y nobles vates, de mentidas diosas
Prodigábanme nombres;
Mas yo, altanera, con orgullo vano,
Cual águila real al vil gusano
Contemplaba a los hombres.


Mi pensamiento —en temerario vuelo—
Ardiente osaba demandar al cielo
Objeto a mis amores:
Y si a la tierra con desdén volvía
Triste mirada, mi soberbia impía
Marchitaba sus flores.


Tal vez por un momento caprichosa
Entre ellas revolé, cual mariposa,
Sin fijarme en ninguna;
Pues de místico bien siempre anhelante,
Clamaba en vano, como tierno infante
Quiere abrazar la luna.


Hoy, despeñada de la excelsa cumbre,
Do osé mirar del sol la ardiente lumbre
Que fascinó mis ojos,
Cual hoja seca al raudo torbellino,
Cedo al poder del áspero destino. . .
¡Me entrego a sus antojos!


Cobarde corazón, que el nudo estrecho
Gimiendo sufres, dime: ¿qué se ha hecho
Tu presunción altiva?
¿Qué mágico poder, en tal bajeza
Trocando ya tu indómita fiereza,
De libertad te priva?


¡Mísero esclavo de tirano dueño;
Tu gloria fue cual mentiroso sueño,
Que con las sombras huye!
Di ¿qué se hicieron ilusiones tantas
De necia vanidad, débiles plantas
Que el aquilón destruye?


En hora infausta a mi feliz reposo,
¿No dijiste, soberbio y orgulloso:
—Quién domará mi brío?
¡Con mi solo poder haré, si quiero,
Mudar de rumbo al céfiro ligero
Y arder al mármol frío!—


¡Funesta ceguedad! ¡Delirio insano!
Te gritó la razón... Mas ¡cuán en vano
Te advirtió tu locura!
Tú misma te forjaste la cadena,
Que a servidumbre eterna te condena,
Y a duelo y amargura.


Los lazos caprichosos que otros días
—Por pasatiempo— a tu placer tejías,
Fueron de seda y oro;
Los que ahora rinden tu valor primero
Son eslabones de pesado acero,
Templados con tu lloro.


¿Qué esperaste ¡ay de ti! de un pecho helado,
De inmenso orgullo y presunción hinchado,
De víboras nutrido?
Tú —que anhelabas tan sublime objeto—
¿Cómo al capricho de un mortal sujeto
Te arrastras abatido?


¿Con qué velo tu amor cubrió mis ojos,
Que por flores tomé duros abrojos
Y por oro la arcilla? . . .
¡Del torpe engaño mis rivales ríen,
Y mis amantes ¡ay! tal vez se engríen
Del yugo que me humilla!


¿Y tú lo sufres, corazón cobarde?
¿Y de tu servidumbre haciendo alarde,
Quieres ver' en mi frente
El sello del amor que te devora? . . .
¡Ah! velo, pues, y búrlese en buen hora
De mi baldón la gente.


¡Salga del pecho —requemando el labio—
El caro nombre, de mi orgullo agravio,
De mi dolor sustento!
¿Escrito no le ves en las estrellas
Y en la luna apacible, que con ellas
Alumbra el firmamento?


¿No le oyes, de las auras al murmullo?
¿No le pronuncia —en gemidor arrullo—
La tórtola amorosa?
¿No resuena en los árboles, que el viento
Halaga con pausado movimiento
En esa selva hojosa?


De aquella fuente entre las claras linfas,
¿No le articulan invisibles ninfas
Con eco lisonjero? . . .
¿Por qué callar el nombre que te inflama,
Si aún el silencio tiene voz, que aclama
Ese nombre que quiero?


Nombre que un alma lleva por despojo;
Nombre que excita con placer enojo,
Y con ira ternura;
Nombre más dulce que el primer cariño
De joven madre al inocente niño,
Copia de su hermosura:


Y más amargo que el adiós postrero
Que al suelo damos, donde el sol primero
Alumbró nuestra vida.
Nombre que halaga y halagando mata;
Nombre que hiere —como sierpe ingrata—
Al pecho que le anida.


¡No, no lo envíes, corazón, al labio! . . .
¡Guarda tu mengua con silencio sabio!
¡Guarda, guarda tu mengua!
¡Callad también vosotras, auras, fuente,
Trémulas hojas, tórtola doliente,
Como calla mi lengua!

viernes, 8 de mayo de 2015

ROSALÍA DE CASTRO: MEDITACIÓN EN EL UMBRAL

ROSALÍA DE CASTRO

MEDITACIÓN EN EL UMBRAL



No, no es la solución
Tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoy
Ni apurar el arsénico de Madame Bovary
Ni aguardar en los páramos de Ávila la visita
Del ángel con venablo
Antes de liarse el manto a la cabeza
Y comenzar a actuar.
Ni concluir las leyes geométricas, contando
Las vigas de la celda de castigo
Como lo hizo Sor Juana. No es la solución
Escribir, mientras llegan las visitas,
En la sala de estar de la familia Austen
Ni encerrarse en el ático
De alguna residencia de la Nueva Inglaterra
Y soñar, con la Biblia de los Dickinson,
Debajo de una almohada de soltera.
Debe haber otro modo que no se llame Safo
Ni Mesalina ni María Egipciaca
Ni Magdalena ni Clemencia Isaura.
Otro modo de ser humano y libre.
Otro modo de ser.



MARILINA RÉBORA: BUENOS AIRES

MARILINA RÉBORA

BUENOS AIRES



No tendrá Buenos Aires un río de cobalto
Ni en sus cofres tesoros de vivas esmeraldas,
Pero el cielo celeste es bandera en lo alto
Y extensa pampa verde se brinda a sus espaldas.
Falto de Budas de oro o faroles de piedra,
Alminares curiosos o jardines alados,
Mas es rica en paredes apretadas de hiedra
Y jazmines, aromos y ceibos colorados.
Posee todavía trepadoras glicinas,
Trémulas madreselvas, vocingleros gorriones,
Cuando no el aleo perspicaz de golondrinas
Percutiendo cristales, revolando balcones.
Y el sol, siempre con sol en patios y terrazas,

Tejiendo entre los árboles de las umbrías plazas.

EL MAR MATILDE ALBA SWANN

EL MAR 

MATILDE ALBA SWANN




El mar soñó en voz alta
Que tú me besarías.
Libérame un instante los labios,
Necesito
Contarte sobre el filo
De aurora en que amaneces conmigo,
Que fue cierto,
Que sí,
Que nos amamos.
Y ya antes
Que deshaga de espumas,
-El mar sueña que muero a tu costado-
Reanúdate,
Yo quedo.
Y déjame tus manos.
O llévate apretados contigo
Estos dos gozos y miedos y gemidos.
Mis dos gritos a un tiempo;
Dos tigres, dos palomas;
Dos himnos, dos sollozos;
Dos triunfos, dos nostalgias;
Dos culpas
Y una sola locura
Y un milagro.
O déjame tus manos.
Dos potros, dos tormentos
Dos blancos dulces perros lamiéndome
Los pasos;
Dos náufragos, dos puertos;
Dos fuerzas, dos desmayos;
Dos gotas de una lluvia de estío;
Dos blasfemias,
Dos templos, dos guaridas;
Dos cielos, dos infiernos,
Dos dioses, y una génesis sola
Sobre el caos.
La sal
Ancla en el fondo del mar
Castillos blancos.
Desátame los brazos
O apaga estos caminos de viento
Que me llaman.
O vuélveme a la hoguera
Del beso hasta que queden cenizas.
Desde el nácar
Profundo
Sueña un niño celeste, que amanece.