Amor y OrgulloGertrudis Gómez de Avellaneda(1814–1873) | ||
Un tiempo hollaba por alfombras rosas;
Y nobles vates, de mentidas diosas
Prodigábanme nombres;
Mas yo, altanera, con orgullo vano,
Cual águila real al vil gusano
Contemplaba a los hombres.
Mi pensamiento —en temerario vuelo—
Ardiente osaba demandar al cielo
Objeto a mis amores:
Y si a la tierra con desdén volvía
Triste mirada, mi soberbia impía
Marchitaba sus flores.
Tal vez por un momento caprichosa
Entre ellas revolé, cual mariposa,
Sin fijarme en ninguna;
Pues de místico bien siempre anhelante,
Clamaba en vano, como tierno infante
Quiere abrazar la luna.
Hoy, despeñada de la excelsa cumbre,
Do osé mirar del sol la ardiente lumbre
Que fascinó mis ojos,
Cual hoja seca al raudo torbellino,
Cedo al poder del áspero destino. . .
¡Me entrego a sus antojos!
Cobarde corazón, que el nudo estrecho
Gimiendo sufres, dime: ¿qué se ha hecho
Tu presunción altiva?
¿Qué mágico poder, en tal bajeza
Trocando ya tu indómita fiereza,
De libertad te priva?
¡Mísero esclavo de tirano dueño;
Tu gloria fue cual mentiroso sueño,
Que con las sombras huye!
Di ¿qué se hicieron ilusiones tantas
De necia vanidad, débiles plantas
Que el aquilón destruye?
En hora infausta a mi feliz reposo,
¿No dijiste, soberbio y orgulloso:
—Quién domará mi brío?
¡Con mi solo poder haré, si quiero,
Mudar de rumbo al céfiro ligero
Y arder al mármol frío!—
¡Funesta ceguedad! ¡Delirio insano!
Te gritó la razón... Mas ¡cuán en vano
Te advirtió tu locura!
Tú misma te forjaste la cadena,
Que a servidumbre eterna te condena,
Y a duelo y amargura.
Los lazos caprichosos que otros días
—Por pasatiempo— a tu placer tejías,
Fueron de seda y oro;
Los que ahora rinden tu valor primero
Son eslabones de pesado acero,
Templados con tu lloro.
¿Qué esperaste ¡ay de ti! de un pecho helado,
De inmenso orgullo y presunción hinchado,
De víboras nutrido?
Tú —que anhelabas tan sublime objeto—
¿Cómo al capricho de un mortal sujeto
Te arrastras abatido?
¿Con qué velo tu amor cubrió mis ojos,
Que por flores tomé duros abrojos
Y por oro la arcilla? . . .
¡Del torpe engaño mis rivales ríen,
Y mis amantes ¡ay! tal vez se engríen
Del yugo que me humilla!
¿Y tú lo sufres, corazón cobarde?
¿Y de tu servidumbre haciendo alarde,
Quieres ver' en mi frente
El sello del amor que te devora? . . .
¡Ah! velo, pues, y búrlese en buen hora
De mi baldón la gente.
¡Salga del pecho —requemando el labio—
El caro nombre, de mi orgullo agravio,
De mi dolor sustento!
¿Escrito no le ves en las estrellas
Y en la luna apacible, que con ellas
Alumbra el firmamento?
¿No le oyes, de las auras al murmullo?
¿No le pronuncia —en gemidor arrullo—
La tórtola amorosa?
¿No resuena en los árboles, que el viento
Halaga con pausado movimiento
En esa selva hojosa?
De aquella fuente entre las claras linfas,
¿No le articulan invisibles ninfas
Con eco lisonjero? . . .
¿Por qué callar el nombre que te inflama,
Si aún el silencio tiene voz, que aclama
Ese nombre que quiero?
Nombre que un alma lleva por despojo;
Nombre que excita con placer enojo,
Y con ira ternura;
Nombre más dulce que el primer cariño
De joven madre al inocente niño,
Copia de su hermosura:
Y más amargo que el adiós postrero
Que al suelo damos, donde el sol primero
Alumbró nuestra vida.
Nombre que halaga y halagando mata;
Nombre que hiere —como sierpe ingrata—
Al pecho que le anida.
¡No, no lo envíes, corazón, al labio! . . .
¡Guarda tu mengua con silencio sabio!
¡Guarda, guarda tu mengua!
¡Callad también vosotras, auras, fuente,
Trémulas hojas, tórtola doliente,
Como calla mi lengua!
|
En esta página haremos conocer aquellas poesías y/o los poetas que trascendieron a través de los tiempos y la historia
sábado, 9 de mayo de 2015
Amor y Orgullo Gertrudis Gómez de Avellaneda
viernes, 8 de mayo de 2015
ROSALÍA DE CASTRO: MEDITACIÓN EN EL UMBRAL
ROSALÍA DE CASTRO
MEDITACIÓN EN EL UMBRAL
No,
no es la solución
Tirarse
bajo un tren como la Ana de Tolstoy
Ni
apurar el arsénico de Madame Bovary
Ni
aguardar en los páramos de Ávila la visita
Del
ángel con venablo
Antes
de liarse el manto a la cabeza
Y
comenzar a actuar.
Ni
concluir las leyes geométricas, contando
Las
vigas de la celda de castigo
Como
lo hizo Sor Juana. No es la solución
Escribir,
mientras llegan las visitas,
En
la sala de estar de la familia Austen
Ni
encerrarse en el ático
De
alguna residencia de la Nueva Inglaterra
Y
soñar, con la Biblia de los Dickinson,
Debajo
de una almohada de soltera.
Debe
haber otro modo que no se llame Safo
Ni
Mesalina ni María Egipciaca
Ni
Magdalena ni Clemencia Isaura.
Otro
modo de ser humano y libre.
Otro
modo de ser.
MARILINA RÉBORA: BUENOS AIRES
MARILINA RÉBORA
BUENOS AIRES
No tendrá Buenos Aires un río de cobalto
Ni en sus cofres tesoros de vivas esmeraldas,
Pero el cielo celeste es bandera en lo alto
Y extensa pampa verde se brinda a sus espaldas.
Falto de Budas de oro o faroles de piedra,
Alminares curiosos o jardines alados,
Mas es rica en paredes apretadas de hiedra
Y jazmines, aromos y ceibos colorados.
Posee todavía trepadoras glicinas,
Trémulas madreselvas, vocingleros gorriones,
Cuando no el aleo perspicaz de golondrinas
Percutiendo cristales, revolando balcones.
Y el sol, siempre con sol en patios y terrazas,
Tejiendo entre los árboles de las umbrías plazas.
EL MAR MATILDE ALBA SWANN
EL MAR
MATILDE ALBA SWANN
El mar
soñó en voz alta
Que tú me besarías.
Libérame un instante los labios,
Necesito
Contarte sobre el filo
De aurora en que amaneces conmigo,
Que fue cierto,
Que sí,
Que nos amamos.
Y ya antes
Que deshaga de espumas,
-El mar sueña que muero a tu costado-
Reanúdate,
Yo quedo.
Y déjame tus manos.
O llévate apretados contigo
Estos dos gozos y miedos y gemidos.
Mis dos gritos a un tiempo;
Dos tigres, dos palomas;
Dos himnos, dos sollozos;
Dos triunfos, dos nostalgias;
Dos culpas
Y una sola locura
Y un milagro.
O déjame tus manos.
Dos potros, dos tormentos
Dos blancos dulces perros lamiéndome
Los pasos;
Dos náufragos, dos puertos;
Dos fuerzas, dos desmayos;
Dos gotas de una lluvia de estío;
Dos blasfemias,
Dos templos, dos guaridas;
Dos cielos, dos infiernos,
Dos dioses, y una génesis sola
Sobre el caos.
La sal
Ancla en el fondo del mar
Castillos blancos.
Desátame los brazos
O apaga estos caminos de viento
Que me llaman.
O vuélveme a la hoguera
Del beso hasta que queden cenizas.
Desde el nácar
Profundo
Sueña un niño celeste, que amanece.
jueves, 7 de mayo de 2015
JOHN KEATS ODA A LA MELANCOLÍA
JOHN KEATS
ODA A LA MELANCOLÍA
No vayas al Leteo ni exprimas el morado
Acónito buscando su vino embriagador;
No dejes que tu pálida frente sea besada
Por la noche, violácea uva de Proserpina.
No hagas tu rosario con los frutos del tejo
Ni dejes que polilla o escarabajo sean
Tu alma plañidera, ni que el búho nocturno
Contemple los misterios de tu honda tristeza.
Pues la sombra a la sombra regresa, somnolienta,
Y ahoga la vigilia angustiosa del espíritu.
Pero cuando el acceso de atroz melancolía
Se cierna repentino, cual nube desde el cielo
Que cuida de las flores combadas por el sol
Y que la verde colina desdibuja en su lluvia,
Enjuga tu tristeza en una rosa temprana
O en el salino arco iris de la ola marina
O en la hermosura esférica de las peonías;
O, si tu amada expresa el motivo de su enfado,
Toma firme su mano, deja que en tanto truene
Y contempla, constante, sus ojos sin igual.
Con la Belleza habita, Belleza que es mortal.
También con la alegría, cuya mano en sus labios
Siempre esboza un adiós; y con el placer doliente
Que en tanto la abeja liba se torna veneno.
Pues en el mismo templo del Placer, con su velo
Tiene su soberano numen Melancolía,
Aunque lo pueda ver sólo aquel cuya ansiosa
Boca muerde la uva fatal de la alegría.
Esa alma probará su tristísimo poder
Y entre sus neblinosos trofeos será expuesta.
Lord Byron, George Gordon EL CORSARIO
Lord Byron, George Gordon
EL CORSARIO
Del
negro abismo de la mar profunda
Sobre
las pardas ondas turbulentas,
Son
nuestros pensamientos como él, grandes;
Es
nuestro corazón libre, cual ellas.
Do
blanda brisa halagadora expire,
Do
gruesas olas espumando inquietas
Su
furor quiebren en inmóvil roca,
Hed
nuestro hogar y nuestro imperio. En esa
No
medida extensión, de playa a playa,
Todo
se humilla a nuestra roja enseña.
Lo
mismo que en la lucha en el reposo
Agitada
y feliz nuestra existencia,
Hoy
en el riesgo, en el festín mañana,
Brinda
a nuestra ansiedad delicias nuevas.
¿Quién
describir pudiera nuestros goces?
¡Oh!,
no eres tú, que la molicie enerva,
Siervo
de los deleites, que temblaras
De
las montañas de olas en la incierta,
Móvil
cumbre; ni tú, noble orgulloso,
Del
hastío sumido en la indolencia,
A
quien ya el sueño bienhechor no halaga,
A
quien ya los placeres no deleitan.
Sólo
el infatigable peregrino
De
esos caminos líquidos sin huellas,
Cuyo
audaz corazón, templado al riesgo,
Al
sordo rebramar de la tormenta
Palpitando
arrogante, hasta la fiebre
Del
delirio frenético en sus venas
Sintiese
hervir la sangre enardecida,
Nuestros
rudos placeres comprendiera.
Do
el cobarde ve el riesgo, él ve la gloria,
Y
sólo por luchar la lucha anhela
El
pirata feliz, rey de los mares.
Cuando
ya el débil desmayado tiembla,
Se
conmueve él, apenas... se conmueve
Al
sentir que en su pecho se despierta
Osada
la esperanza, que atrevida
Su
corazón para el peligro templa.
¿Qué
es a nosotros la temida muerte
Como
el rival odioso también muera?
¡Qué
es la muerte! La muerte es el reposo...
Cobarde,
eterno, aborrecible... ¡Sea!
Serenos
aguardémosla. Apuremos
La
vida de la vida, y después venga
Fiebre
traidora o descubierto acero
Implacable
a romper su débil hebra.
Cobardes
otros, de vejez avaros,
Revuélquense
en el lecho que envenena
Dolencia
inmunda, y el impuro ambiente
Con
flaco pecho aspiren y fallezcan
Luchando
con la muerte... ¡Oh, no a nosotros
Fúnebre
lecho de agonía lenta;
¡Césped
fresco es mejor...! Y mientras su alma
Sollozo
tras sollozo tarda quiebra
Los
nudos de la vida, de un impulso
Sus
ligaduras rompe y se liberta
Osado
nuestro espíritu. Sus restos
Del
blanco mármol de su tumba estrecha,
Grabado
por el mismo que su muerte
Hipócrita
anhelaba, se envanezcan:
Cuando
sepulte el mar nuestro cadáver
Le
bastará una lágrima sincera,
¡Una
lágrima sola! Henchido el vaso
Del
alegre festín en la ancha mesa
Honra
de nuestros bravos la memoria.
Corto
epitafio su valor celebra
Cuando
en el día augusto del peligro,
Al
repartir el vencedor la presa,
Recuerdo
de dolor su frente anubla
Y
con voz ronca que insegura tiembla:
"¡Cuán
felices, exclama, nuestra dicha
Los
valientes que han muerto compartieran!"
Así
grito salvaje en sordo acento
Repite
el eco en las cortadas peñas
Del
islote escarpado del Corsario,
Do
del vivac se apagan las hogueras;
Y
en alegre cantar sus agrias notas
De
los piratas al oído suenan.
En
pintorescos grupos esparcidos
De
fresca playa en la dorada arena,
Aguzan
unos sus puñales; otros
Alegres
ríen, bulliciosos juegan,
O
sus fieles alfanjes desnudando
Indiferentes,
sin afán, contemplan
La
sangre que los mancha. Precavidos
Otros,
con mano previsora pliegan
Las
anchas velas del bajel osado,
O
el negro flanco recomponen; mientras
Pensativos
algunos por la orilla,
De
las olas al son, lentos pasean.
A
quien aguija de inquietud oculta
El
afán incesante, allá en las quiebras
De
las ásperas rocas, lazos tiende
A
las marinas aves, o al sol seca
La
red humedecida; y en la mancha
Que
del mar en los límites blanquea,
Con
los ojos de la ávida esperanza
Del
incauto bajel mira las velas.
De
cien noches de horror y de combate
Los
lances con placer todos recuerdan.
Y
de luchar ansiosos se preguntan:
"¿En
dónde buscaremos nuevas presas?"
¿Dónde?
¿Qué les importa? Ya lo sabe,
Y
basta, el capitán. Fiel obediencia
Es
su único deber: saben que nunca
Les
faltará el botín, y más no anhelan.
¿Y
quién es ese capitán? Su nombre
Pronuncian
en voz baja y lo respetan
Cuantos
habitan las hermosas playas
Que
aquellas olas complacidas besan:
Y
más no saben, ni saber más quieren
Les
basta un gesto, una mirada. Apenas
Oyen
su voz. De sus banquetes rudos
No
anima el regocijo su presencia.
Mas,
¿cómo ante la gloria de sus triunfos
Acusar
sus desdenes? Jamás llenan
Para
él la roja copa: indiferente
La
mira y a sus labios no la acerca;
Y
es su sobrio manjar, que desdeñara
El
más grosero de su banda, y fue
A
ermitaño frugal ración escasa,
Secas
raíces de silvestres yerbas,
Rústico
pan y los jugosos frutos
Que
brinda el árbol en sus ramas tiernas.
El
impuro placer de los sentidos
Desdeñoso
su espíritu desprecia,
¿Será
que su energía no domada
De
esa abstinencia misma se alimenta?
"Pronto
a la mar". -Y el mar surcan sus naves.
"A
aquella playa el rumbo". -Y allá vuelan.
"¡Sus!,
¡a las armas!". -¡Y el botín es suyo!
Así
a su voz, que imperativa ordena,
Sigue
la acción; y todos obedecen,
Y
su oculta intención nadie penetra.
Si
suena escrutadora una palabra,
Una
mirada de desprecio muestra
De
su temida indignación un rayo:
No
sabe dar su orgullo otra respuesta (...)
Charles Baudelaire EL HOMBRE Y LA MAR
Charles Baudelaire
EL HOMBRE Y LA MAR
¡Para
siempre, hombre libre, a la mar tú amarás!
Es
tu espejo la mar; mira, contempla tu alma
En
el vaivén sin fin de su oleada calma,
Y
tan hondo tu espíritu y amargo sentirás.
Sumergirte
en el fondo de tu imagen te dejas;
Con
tus ojos y brazos la estrechas, y tu ardor
Se
distrae por momentos de su propio rumor
Al
salvaje e indomable resonar de sus quejas.
Oscuros
a la vez ambos sois y discretos:
Hombre,
nadie sondeó el fondo de tus simas,
Tus
íntimas riquezas, oh mar, a nadie arrimas,
¡Con
tan celoso afán calláis vuestros secretos!
Y
en tanto van pasando los siglos incontables
Sin
piedad ni aflicción vosotros os sitiáis,
De
tal modo la muerte y la matanza amáis,
¡Oh
eternos combatientes, oh hermanos implacables!
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