lunes, 27 de julio de 2015

RUBÉN DARÍO "Balada en honor de las musas de carne y hueso"

RUBÉN DARÍO 
"Balada en honor de las musas de carne y hueso"


A Gregorio Martínez Sierra.

Nada mejor para cantar la vida,
Y aún para dar sonrisas a la muerte,
Que la áurea copa en donde Venus vierte
La esencia azul de su viña encendida.
Por respirar los perfumes de Armida
Y por sorber el vino de su beso,
Vino de ardor, de beso, de embeleso,
Fuérase al cielo en la bestia de Orlando,
¡Voz de oro y miel para decir cantando:
La mejor musa es la de carne y hueso!

Cabellos largos en la buhardilla,
Noches de insomnio al blancor del invierno,
Pan de dolor con la sal de lo eterno
Y ojos de ardor en que Juvencio brilla;
El tiempo en vano mueve su cuchilla,
El hilo de oro permanece ileso;
Visión de gloria para el libro impreso
Que en sueños va como una mariposa
Y una esperanza en la boca de rosa.
¡La mejor musa es la de carne y hueso!

Regio automóvil, regia cetrería,
Borla y mucera, heráldica fortuna,
Nada son como a la luz de la luna
Una mujer hecha una melodía.
Barca de amar busca la fantasía,
No el yatch de Alfonso o la barca de Creso.
Da al cuerpo llama y fortifica el seso
Ese archivado y vital paraíso;
Pasad de largo, Abelardo y Narciso.
¡La mejor musa es la de carne y hueso!

Clío está en esta frente hecha de Aurora,
Euterpe canta en esta lengua fina,
Talía ríe en la boca divina,
Melpómene es ese gesto que implora;
En estos pies Terpsícore se adora,
Cuello inclinado es de Erato embeleso,
Polymnia intenta a Calíope proceso
Por esos ojos en que Amor se quema.
Urania rige todo ese sistema.
¡La mejor musa es la de carne y hueso!

No protestéis con celo protestante,
Contra el panal de rosas y claveles
En que Tiziano moja sus pinceles
Y gusta el cielo de Beatrice el Dante.
Por eso existe el verso de diamante,
Por eso el iris tiéndese y por eso
Humano genio es celeste progreso.
Líricos cantan y meditan sabios:
Por esos pechos y por esos labios.
¡La mejor musa es la de carne y hueso!


Gregorio: nada al cantor determina
Como el gentil estímulo del beso.
Gloria al sabor de la boca divina.
¡La mejor musa es la de carne y hueso!

JORGE CUESTA "Amor en sombra"

JORGE CUESTA 
"Amor en sombra"


Abro de amor a ti mi sangre rota,
Para invadirte sin saberte amada.
El íntimo sollozo es negra espada
Que en la dureza de su luz se embota.

Al borde de mi sombra tu alma brota,
Así mi linde está más amparada.
Y aunque la fuga es más precipitada
Tu ausencia es cada vez menos remota.

Tu luz es lo que más me apesadumbra
Y si enciendes mis ojos con tu vida
El corazón me dobla la penumbra.

Mi soledad tu nombre dilapida
A la sombra del aire que te encumbra
Y apaga el lujo de tu voz vencida.

JORGE CUESTA "Canto a un dios mineral"

JORGE CUESTA 
"Canto a un dios mineral"


Capto la seña de una mano, y veo
Que hay una libertad en mi deseo;
Ni dura ni reposa;
Las nubes de su objeto el tiempo altera
Como el agua la espuma prisionera
De la masa ondulosa.

Suspensa en el azul la seña, esclava
De la más leve onda, que socava
El orbe de su vuelo,
Se suelta y abandona a que se ligue
Su ocio al de la mirada que persigue
Las corrientes del cielo.

Una mirada en abandono y viva,
Si no una certidumbre pensativa,
Atesora una duda;
Su amor dilata en la pasión desierta
Sueña en la soledad y está despierta
En la conciencia muda.

Sus ojos, errabundos y sumisos,
El hueco son, en que los fatuos rizos
De nubes y de frondas
Se apoderan de un mármol de un instante
Y esculpen la figura vacilante
Que complace a las ondas.

La vista en el espacio difundida,
Es el espacio mismo, y da cabida
Vasto y nimio al suceso
Que en las nubes se irisa y se desdora
E intacto, como cuando se evapora,
Está en las ondas preso.

Es la vida allí estar, tan fijamente,
Como la helada altura transparente
Lo finge a cuanto sube
Hasta el purpúreo límite que toca,
Como si fuera un sueño de la roca,
La espuma de la nube.

Como si fuera un sueño, pues sujeta,
No escapa de la física que aprieta
En la roca la entraña,
La penetra con sangres minerales
Y la entrega en la piel de los cristales
A la luz, que la daña.

No hay solidez que a tal prisión no ceda
Aún la sombra más íntima que veda
Un receloso seno
¡En vano!; pues al fuego no es inmune
Que hace entrar en las carnes que desune
Las lenguas del veneno.

A las nubes también el color tiñe,
Túnicas tintas en el mal les ciñe,
Las roe, las horada,
Y a la crítica muestra, si las mira,
Por qué al museo su ilusión retira
La escultura humillada.

Nada perdura, ¡oh nubes!, ni descansa.
Cuando en un agua adormecida y mansa
Un rostro se aventura,
Igual retorna a sí del hondo viaje
Y del lúcido abismo del paisaje
Recobra su figura.

Íntegra la devuelve el limpio espejo,
Ni otra, ni descompuesta en el reflejo
Cuyas diáfanas redes
Suspenden a la imagen submarina,
Dentro del vidrio inmersa, que la ruina
Detiene en sus paredes.

¡Qué eternidad parece que le fragua,
Bajo esa tersa atmósfera de agua,
De un encanto el conjuro
En una isla a salvo de las horas,
Áurea y serena al pie de las auroras
Perennes del futuro!

Pero hiende también la imagen, leve,
Del unido cristal en que se mueve
Los átomos compactos:
Se abren antes, se cierran detrás de ella
Y absorben el origen y la huella
De sus nítidos actos.

Ay, que del agua el imantado centro
No fija al hielo que se cuaja adentro
Las flores de su nado;
Una onda se agita, y la estremece
En una onda más desaparece
Su color congelado.

La transparencia a sí misma regresa
Y expulsa a la ficción, aunque no cesa;
Pues la memoria oprime
De la opaca materia que, a la orilla,
Del agua en que la onda juega y brilla,
Se entenebrece y gime.

La materia regresa a su costumbre.
Que del agua un relámpago deslumbre
O un sólido de humo
Tenga en un cielo ilimitado y tenso
Un instante a los ojos en suspenso,
No aplaza su consumo.

Obscuro perecer no la abandona
Si sigue hacia una fulgurante zona
La imagen encantada.
Por dentro la ilusión no se rehace;
Por dentro el ser sigue su ruina y yace
Como si fuera nada.

Embriagarse en la magia y en el juego
De la áurea llama, y consumirse luego,
En la ficción conmueve
El alma de la arcilla sin contorno:
Llora que pierde un venturero adorno
Y que no se renueve.

Aún el llanto otras ondas arrebatan,
Y atónitos los ojos se desatan
Del plomo que acelera
El descenso sin voz a la agonía
Y otra vez la mirada honda y vacía
Flota errabunda fuera.

Con más encanto si más pronto muere,
El vivo engaño a la pasión se adhiere
Y apresura a los ojos
Náufragos en las ondas ellos mismos,
Al borde a detener de los abismos
Los flotantes despojos.

Signos extraños hurta la memoria,
Para una muda y condenada historia,
Y acaricia las huellas
Como si oculta obcecación lograra,
A fuerza de tallar la sombra avara
Recuperar estrellas.

La mirada a los aires se transporta,
Pero es también vuelta hacia adentro, absorta,
El ser a quien rechaza
Y en vano tras la onda tornadiza
Confronta la visión que se desliza
Con la visión que traza.

Y abatido se esconde, se concentra,
En sus recónditas cavernas entra
Y ya libre en los muros
De la sombra interior de que es el dueño
Suelta al nocturno paladar el sueño
Sus sabores obscuros.

Cuevas innúmeras y endurecidas,
Vastos depósitos de breves vidas,
Guardan impenetrable
La materia sin luz y sin sonido
Que aún no recoge el alma en su sentido
Ni supone que hable.

¡Qué ruidos, qué rumores apagados
Allí activan, sepultos y estrechados,
El hervor en el seno
Convulso y sofocado por un mudo!
Y graba al rostro su rencor sañudo
Y al lenguaje sereno.
Pero, ¡qué lejos de lo que es y vive
En el fondo aterrado y no recibe
Las ondas todavía
Que recogen, no más, la voz que aflora
De una agua móvil al rielar que dora
La vanidad del día!

El sueño, en sombras desasido, amarra
La nerviosa raíz, como una garra
Contráctil o bien floja;
Se hinca en el murmullo que la envuelve,
O en el humor que sorbe y que disuelve
Un fijo extremo aloja.

Cómo pasma a la lengua blanda y gruesa,
Y asciende un burbujear a la sorpresa
Del sensible oleaje:
Su espuma frágil las burbujas prende,
Y las prueba, las une, las suspende
La creación del lenguaje.

El lenguaje es sabor que entrega al labio
La entraña abierta a un gusto extraño y sabio:
Despierta en la garganta;
Su espíritu aún espeso al aire brota
Y en la líquida masa donde flota
Siente el espacio y canta.

Multiplicada en los propicios ecos
Que afuera afrontan otros vivos huecos
De semejantes bocas,
En su entraña ya vibra, densa y plena,
Cuando allí late aún, y honda resuena
En las eternas rocas.

Oh eternidad, oh hueco azul, vibrante
En que la forma oculta y delirante
Su vibración no apaga,
Porque brilla en los muros permanentes
Que labra y edifica transparentes,
La onda tortuosa y vaga.

Oh eternidad, la muerte es la medida,
Compás y azar de cada frágil vida,
La numera la Parca.
Y alzan tus muros las dispersas horas,
Que distantes o próximas, sonoras
Allí graban su marca.

Denso el silencio trague al negro, obscuro
Rumor, como el sabor futuro
Sólo la entraña guarde
Y forme en sus recónditas moradas,
Su sombra ceda formas alumbradas
A la palabra que arde.

No al oído que al antro se aproxima
Que al banal espacio, por encima
Del hondo laberinto
Las voces intrincadas en sus vetas
Originales vayan, más secretas
De otra boca al recinto.

A otra vida oye ser, y en un instante
La lejana se une al titubeante
Latido de la entraña;
Al instinto un amor llama a su objeto;
Y afuera en vano un porvenir completo
La considera extraña.

El aire tenso y musical espera;
Y eleva y fija la creciente esfera,
Sonora, una mañana:
La forman ondas que juntó un sonido,
Como en la flor y enjambre del oído
Misteriosa campana.

Ese es el fruto que del tiempo es dueño;
En él la entraña su pavor, su sueño
Y su labor termina.
El sabor que destila la tiniebla
Es el propio sentido, que otros puebla
Y el futuro domina.

LUIS CERNUDA "Adolescente fui en días idénticos a nubes"

LUIS CERNUDA 
"Adolescente fui en días idénticos a nubes"


Adolescente fui en días idénticos a nubes,
cosa grácil, visible por penumbra y reflejo,
Y extraño es, si ese recuerdo busco,
Que tanto, tanto duela sobre el cuerpo de hoy.
Perder placer es triste
Como la dulce lámpara sobre el lento nocturno;
Aquel fui, aquel fui, aquel he sido...
Era la ignorancia mi sombra.
Ni gozo ni pena; fui niño
Prisionero entre muros cambiantes;
Historias como cuerpos, cristales como cielos,
Sueño luego, un sueño más alto que la vida.

Cuando la muerte quiera
Una verdad quitar de entre mis manos,
Las hallará vacías, como en la adolescencia,
Ardientes de deseo, tendidas hacia el aire.

LUIS CERNUDA "A un poeta muerto"

LUIS CERNUDA 
"A un poeta muerto"


Así como en la roca nunca vemos
La clara flor abrirse,
Entre un pueblo hosco y duro
No brilla hermosamente
El fresco y alto ornato de la vida.
Por esto te mataron, porque eras
Verdor en nuestra tierra árida
Y azul en nuestro oscuro aire.
Leve es la parte de la vida
Que como dioses rescatan los poetas.
El odio y destrucción perduran siempre
Sordamente en la entraña
Toda hiel sempiterna del español terrible,
Que acecha lo cimero
Con su piedra en la mano.
Triste sino nacer
Con algún don ilustre
Aquí, donde los hombres
En su miseria sólo saben
El insulto, la mofa, el recelo profundo
Ante aquel que ilumina las palabras opacas
Por el oculto fuego originario.
La sal de nuestro mundo eras,
Vivo estabas como un rayo de sol,
Y ya es tan sólo tu recuerdo
Quien yerra y pasa, acariciando
El muro de los cuerpos
Con el dejo de las adormideras
Que nuestros predecesores ingirieron
A orillas del olvido.
Si tu ángel acude a la memoria,
Sombras son estos hombres
Que aún palpitan tras las malezas de la tierra;
La muerte se diría
Más viva que la vida
Porque tú estás con ella,
Pasado el arco de tu vasto imperio,
Poblándola de pájaros y hojas
Con tu gracia y tu juventud incomparables.
Aquí la primavera luce ahora.
Mira los radiantes mancebos
Que vivo tanto amaste
Efímeros pasar junto al fulgor del mar.
Desnudos cuerpos bellos que se llevan
Tras de sí los deseos
Con su exquisita forma, y sólo encierran
Amargo zumo, que no alberga su espíritu
Un destello de amor ni de alto pensamiento.
Igual todo prosigue,
Como entonces, tan mágico,
Que parece imposible
La sombra en que has caído.
Mas un inmenso afán oculto advierte
Que su ignoto aguijón tan sólo puede
Aplacarse en nosotros con la muerte,
Como el afán del agua,
A quien no basta esculpirse en las olas,
Sino perderse anónima
En los limbos del mar.
Pero antes no sabías
La realidad más honda de este mundo:
El odio, el triste odio de los hombres,
Que en ti señalar quiso
Por el acero horrible su victoria,
Con tu angustia postrera
Bajo la luz tranquila de Granada,
Distante entre cipreses y laureles,
Y entre tus propias gentes
Y por las mismas manos
Que un día servilmente te halagaran.
Para el poeta la muerte es la victoria;
Un viento demoníaco le impulsa por la vida,
Y si una fuerza ciega
Sin comprensión de amor
Transforma por un crimen
A ti, cantor, en héroe,
Contempla en cambio, hermano,
Cómo entre la tristeza y el desdén
Un poder más magnánimo permite a tus amigos
En un rincón pudrirse libremente.
Tenga tu sombra paz,
Busque otros valles,
Un río donde del viento
Se lleve los sonidos entre juncos
Y lirios y el encanto
Tan viejo de las aguas elocuentes,
En donde el eco como la gloria humana ruede,
Como ella de remoto,
Ajeno como ella y tan estéril.

Halle tu gran afán enajenado
El puro amor de un dios adolescente
Entre el verdor de las rosas eternas;
Porque este ansia divina, perdida aquí en la tierra,
Tras de tanto dolor y dejamiento,
Con su propia grandeza nos advierte
De alguna mente creadora inmensa,
Que concibe al poeta cual lengua de su gloria
Y luego le consuela a través de la muerte.

GABRIEL CELAYA "A Blas de Otero"

GABRIEL CELAYA 
"A Blas de Otero"


Amigo Blas de Otero: Porque sé que tú existes,
Y porque el mundo existe, y yo también existo,
Porque tú y yo y el mundo nos estamos muriendo,
Gastando nuestras vueltas como quien no hace nada,
Quiero hablarte y hablarme, dejar hablar al mundo
De este dolor que insiste en todo lo que existe.

Vamos a ver, amigo, si esto puede aguantarse:
El semillero hirviente de un corazón podrido,
Los mordiscos chiquitos de las larvas hambrientas,
Los días cualesquiera que nos comen por dentro,
La carga de miseria, la experiencia —un residuo—,
Las penas amasadas con lento polvo y llanto.

Nos estamos muriendo por los cuatro costados,
Y también por el quinto de un Dios que no entendemos.
Los metales furiosos, los mohos del cansancio,
Los ácidos borrachos de amarguras antiguas,
Las corrupciones vivas, las penas materiales...
Todo esto —tú sabes—, todo esto y lo otro.

Tú sabes. No perdonas. Estás ardiendo vivo.
La llama que nos duele quería ser un ala.
Tú sabes y tu verso pone el grito en el cielo.
Tú, tan serio, tan hombre, tan de Dios aun si pecas,
Sabes también por dentro de una angustia rampante,
De poemas prosaicos, de un amor sublevado.

Nuestra pena es tan vieja que quizá no sea humana:
Ese mugido triste del mar abandonado,
Ese temblor insomne de un follaje indistinto,
Las montañas convulsas, el éter luminoso,
Un ave que se ha vuelto invisible en el viento,
Viven, dicen y sufren en nuestra propia carne.

Con los cuatro elementos de la sangre, los huesos,
El alma transparente y el yo opaco en su centro,
Soy el agua sin forma que cambiando se irisa,
La inercia de la tierra sin memoria que pesa,
El aire estupefacto que en sí mismo se pierde,
El corazón que insiste tartamudo afirmando.

Soy creciente. Me muero. Soy materia. Palpito.
Soy un dolor antiguo como el mundo que aún dura.
He asumido en mi cuerpo la pasión, el misterio,
La esperanza, el pecado, el recuerdo, el cansancio,
Soy la instancia que elevan hacia un Dios excelente
La materia y el fuego, los latidos arcaicos.

Debo salvarlo todo si he de salvarme entero.
Soy coral, soy muchacha, soy sombra y aire nuevo,
Soy el tordo en la zarza, soy la luz en el trino,
Soy fuego sin sustancia, soy espacio en el canto,
Soy estrella, soy tigre, soy niño y soy diamante
Que proclaman y exigen que me haga Dios con ellos.

¡Si fuera yo quien sufre! ¡Si fuera Blas de Otero!
¡Si sólo fuera un hombre pequeñito que muere
Sabiendo lo que sabe, pesando lo que pesa!
Mas es el mundo entero quien se exalta en nosotros
Y es una vieja historia lo que aquí desemboca.
Ser hombre no es ser hombre. Ser hombre es otra cosa.

Invoco a los amantes, los mártires, los locos
Que salen de sí mismos buscándose más altos.
Invoco a los valientes, los héroes, los obreros,
Los hombres trabajados que duramente aguantan
Y día a día ganan su pan, mas piden vino.
Invoco a los dolidos. Invoco a los ardientes.

Invoco a los que asaltan, hiriéndose, gloriosos,
La justicia exclusiva y el orden calculado,
Las rutinas mortales, el bienestar virtuoso,
La condición finita del hombre que en sí acaba,
La consecuencia estricta, los daños absolutos.
Invoco a los que sufren rompiéndose y amando.

Tú también, Blas de Otero, chocas con las fronteras,
Con la crueldad del tiempo, con límites absurdos,
Con tu ciudad, tus días y un caer gota a gota,
Con ese mal tremendo que no te explica nadie.
Irónicos zumbidos de aviones que pasan
Y muertos boca arriba que no, no perdonamos.

A veces me parece que no comprendo nada,
Ni este asfalto que piso, ni ese anuncio que miro.
Lo real me resulta increíble y remoto.
Hablo aquí y estoy lejos. Soy yo, pero soy otro.
Sonámbulo transcurro sin memoria ni afecto,
Desprendido y sin peso, por lúcido ya loco.

Detrás de cada cosa hay otra cosa que es la misma,
Idéntica y distinta, real y a un tiempo extraña.
Detrás de cada hombre un espejo repite
Los gestos consabidos, mas lejos ya, muy lejos.
Detrás de Blas de Otero, Blas de Otero me mira,
Quizá me da la vuelta y viene por mi espalda.

Hace aún pocos días caminábamos juntos
En el frío, en el miedo, en la noche de enero
Rasa con sus estrellas declaradas lucientes,
Y era raro sentirnos diferentes, andando.
Si tu codo rozaba por azar mi costado,
Un temblor me decía: "Ese es otro, un misterio."

Hablábamos distantes, inútiles, correctos,
Distantes y vacíos porque Dios se ocultaba,
Distintos en un tiempo y un lugar personales,
En las pisadas huecas, en un mirar furtivo,
En esto con que afirmo: "Yo, tú, él, hoy, mañana",
En esto que separa y es dolor sin remedio.

Tuvimos aún que andar, cruzar calles vacías,
Desfilar ante casas quizá nunca habitadas,
Saber que una escalera por sí misma no acaba,
Traspasar una puerta —lo que es siempre asombroso—,
Saludar a otro amigo también raro y humano,
Esperar que dijeras —era un milagro—: Dios al fin escuchaba.

Todo el dolor del mundo le atraía a nosotros.
Las iras eran santas; el amor, atrevido;
Los árboles, los rayos, la materia, las olas,
Salían en el hombre de un penar sin conciencia,
De un seguir por milenios, sin historia, perdidos.
Como quien dice "sí", dije Dios sin pensarlo.

Y vi que era posible vivir, seguir cantando.
Y vi que el mismo abismo de miseria medía
Como una boca hambrienta, qué grande es la esperanza.
Con los cuatro elementos, más y menos que hombre,
Sentí que era posible salvar el mundo entero,
Salvarme en él, salvarlo, ser divino hasta en cuerpo.

Por eso, amigo mío, te recuerdo, llorando;
Te recuerdo, riendo; te recuerdo, borracho;
Pensando que soy bueno, mordiéndome las uñas,
Con este yo enconado que no quiero que exista,
Con eso que en ti canta, con eso en que me extingo
Y digo derramado: amigo Blas de Otero.

GABRIEL CELAYA "A Andrés Basterra"

GABRIEL CELAYA 
"A Andrés Basterra"


Andrés, aunque te quitas la boina cuando paso
Y me llamas "señor", distanciándote un poco.
Reprobándome —veo— que no lleve corbata,
Que trate falsamente de ser un tú cualquiera,
Que cambie los papeles —tú por tú, tú barato—,
Que no sea el que exiges —el amo respetable
Que te descansaría—,
Y me tiendes tu mano floja, rara, asustada
Como un triste estropajo de esclavo milenario,
No somos dos extraños.
Tus penas yo las sufro. Mas no puedo aliviarte
De las tuyas dictando qué es lo justo y lo injusto.

No sé si tienes hijos.
No conozco tu casa, ni tus intimidades.
Te he visto en mis talleres, día a día, durando,
Y nunca he distinguido si estabas triste, alegre,
cansado, indiferente, nostálgico o borracho.
Tampoco tú sabías cómo andaban mis nervios,
Ni que escribía versos —siempre me ha avergonzado—,
Ni que yo y tú, directos,
Podíamos tocarnos, sin más ni más, ni menos,
Cordialmente furiosos, estrictamente amargos,
Anónimos, fallidos, descontentos a secas,
Mas pese a todo unidos como trabajadores.

Estábamos unidos por la común tarea,
Por quehaceres viriles, por cierto ser conjunto,
Por labores sin duda poco sentimentales
—Cumplir este pedido con tal costo a tal fecha;
Arreglar como sea esta máquina hoy mismo—
Y nunca nos hablamos de las cóleras frías,
De los milagros machos,
De cómo estos esfuerzos serán nuestra sustancia,
Y el sueldo y la familia, cosas vanas, remotas,
Accesorias, gratuitas, sin último sentido.
Nunca como el trabajo por sí y en sí sagrado
O sólo necesario.

Andrés, tú lo comprendes. Andrés, tú eres un vasco.
Contigo sí que puedo tratar de lo que importa,
De materias primeras,
Resistencias opacas, cegueras sustanciales,
Ofrecidas a manos que sabían tocarlas,
Apreciarlas, pesarlas, valorarlas, herirlas,
Orgullosas, fabriles, materiales, curiosas.
Tengo un título bello que tú entiendes: Madera,
Pino rojo de Suecia y Haya brava de Hungría,
Samanguilas y Okolas venidas de Guinea,
Robles de Slavonía y Abetos del Mar Blanco,
Pinoteas de Tampa, Mobile o Pensacola.

Maderas, las maderas humildemente nobles,
Lentamente crecidas, cargadas de pasado,
Nutridas de secretos terrenos y paciencia,
De primaveras justas, de duración callada,
De savias sustanciadas, felizmente ascendentes.
Maderas, las maderas buenas, limpias, sumisas,
Y el olor que expandían,
Y el gesto, el nudo, el vicio personal que tenían
A veces ciertas rollas,
La influencia escondida de ciertas tempestades,
De haber crecido en esta, bien en otra ladera,
De haber sorbido vagas corrientes aturdidas.

Hay gentes que trabajan el hierro y el cemento;
Las hay dadas a espartos, o a conservas, o a granos,
O a lanas, o a anilinas, o a vinos, o a carbones;
Las hay que sólo charlan y ponen telegramas
Mas sirven a su modo;
Las hay que entienden mucho de amiantos o de grasas,
De prensas, celulosas, electrodos, nitratos;
Las hay, como nosotros, dadas a la madera,
Unidas por las sierras, los tupis, las machihembras,
Las herramientas fieras del héroe prometeico
Que entre otras nos concretan
La tarea del hombre con dos manos, diez dedos.

Tales son los oficios. Tales son las materias.
Tal la forma de asalto del amor de la nuestra,
La tuya, Andrés, la mía.
Tal la oscura tarea que impone el ser un hombre.
Tal la humildad que siento. Tal el peso que acepto.
Tales los atrevidos esfuerzos contra un mundo
Que quisiera seguirse sin pena y sin cambio,
Pacífico y materno,
Remotamente manso, durmiendo en su materia.
Tales, tercos, rebeldes, nosotros, con dos manos,
Transformándolo, fieros, construimos un mundo
Contra naturaleza, gloriosamente humano.

Tales son los oficios. Tales son las materias.
Tales son las dos manos del hombre, no ente abstracto.
Tales son las humildes tareas que precisan
La empresa prometeica.
Tales son los trabajos comunes y distintos;
Tales son los orgullos, las rabias insistentes,
Los silencios mortales, los pecados secretos,
Los sarcasmos, las llamas, los cansancios, las lluvias;
Tales las resistencias no mentales que, brutas,
Obligan a los hombres a no explicar lo que hacen;
Tales sus peculiares maneras de no hablarse
Y unirse, sin embargo.

Mira, Andrés, a los hombres con sus manos capaces,
Con manos que construyen armarios y dínamos,
Y versos y zapatos;
Con manos que manejan furiosas herramientas,
Fabrican, eficaces, tejidos, radios, casas,
Y otras veces se quedan inmóviles y abiertas
Sobre ese blanco absorto de una cuartilla muerta.
Manos raras, humanas;
Manos de constructores, manos de amantes fieles
Hechas a la medida de un seno acariciado;
Manos desorientadas que el sufrimiento mueve
A estrechar fuertemente, buscando la una en la otra.

Están así los hombres
Con sus manos fabriles o bien sólo dolientes,
Con manos que a la postre no sé para qué sirven.
Están así los hombres vestidos, con bolsillos
Para el púdico espanto de esas manos desnudas
Que se miran a solas, sintiéndolas extrañas.
Están así los hombres y, en sus ojos, cambiadas,
Las cosas de muy dentro con las cosas de fuera,
Y el tranvía, y las nubes, y un instinto —un hallazgo—,
Todo junto, cualquiera,
Todo único y sencillo, y efímero, importante,
Como esas cien nonadas que pasan o no pasan.

Mira, Andrés, a los hombres, ya sentados, ya andando,
Tan raros si nos miran seriamente callados,
Tan raros si caminan, trabajan o se matan,
Tan raros si nos odian, tan raros si perdonan
El daño inevitable,
Tan raros que si ríen nos enseñan los dientes,
Tan raros que si piensan se doblan de ironía.
Mira, Andrés, a estos hombres.
Míralos. Yo te miro. Mírame si es que aguantas.
Dime que no vale la pena de que hablemos,
Dime cuánto silencio formó tu ser obrero,
Qué inútilmente escribo, qué mal gusto despliego.

Mira, Andrés, cómo estamos unidos pese a todo,
Cómo estamos estando, qué ciegamente amamos.
Aunque ya las palabras no nos sirven de nada,
Aunque nuestras fatigas no puedan explicarse
Y se tuerzan las bocas si tratamos de hablarnos,
Aunque desesperados,
Bien sea por inercia, terquedad o cansancio,
Metafísica rabia, locura de existentes
Que nunca se resignan, seguimos trabajando,
Cavando en el silencio,
Hay algo que conmueve y entiendes sin ideas
Si de pronto te estrecho febrilmente la mano.

La mano, Andrés. Tu mano, medida de la mía.