lunes, 27 de julio de 2015

LUIS CERNUDA "Adolescente fui en días idénticos a nubes"

LUIS CERNUDA 
"Adolescente fui en días idénticos a nubes"


Adolescente fui en días idénticos a nubes,
cosa grácil, visible por penumbra y reflejo,
Y extraño es, si ese recuerdo busco,
Que tanto, tanto duela sobre el cuerpo de hoy.
Perder placer es triste
Como la dulce lámpara sobre el lento nocturno;
Aquel fui, aquel fui, aquel he sido...
Era la ignorancia mi sombra.
Ni gozo ni pena; fui niño
Prisionero entre muros cambiantes;
Historias como cuerpos, cristales como cielos,
Sueño luego, un sueño más alto que la vida.

Cuando la muerte quiera
Una verdad quitar de entre mis manos,
Las hallará vacías, como en la adolescencia,
Ardientes de deseo, tendidas hacia el aire.

LUIS CERNUDA "A un poeta muerto"

LUIS CERNUDA 
"A un poeta muerto"


Así como en la roca nunca vemos
La clara flor abrirse,
Entre un pueblo hosco y duro
No brilla hermosamente
El fresco y alto ornato de la vida.
Por esto te mataron, porque eras
Verdor en nuestra tierra árida
Y azul en nuestro oscuro aire.
Leve es la parte de la vida
Que como dioses rescatan los poetas.
El odio y destrucción perduran siempre
Sordamente en la entraña
Toda hiel sempiterna del español terrible,
Que acecha lo cimero
Con su piedra en la mano.
Triste sino nacer
Con algún don ilustre
Aquí, donde los hombres
En su miseria sólo saben
El insulto, la mofa, el recelo profundo
Ante aquel que ilumina las palabras opacas
Por el oculto fuego originario.
La sal de nuestro mundo eras,
Vivo estabas como un rayo de sol,
Y ya es tan sólo tu recuerdo
Quien yerra y pasa, acariciando
El muro de los cuerpos
Con el dejo de las adormideras
Que nuestros predecesores ingirieron
A orillas del olvido.
Si tu ángel acude a la memoria,
Sombras son estos hombres
Que aún palpitan tras las malezas de la tierra;
La muerte se diría
Más viva que la vida
Porque tú estás con ella,
Pasado el arco de tu vasto imperio,
Poblándola de pájaros y hojas
Con tu gracia y tu juventud incomparables.
Aquí la primavera luce ahora.
Mira los radiantes mancebos
Que vivo tanto amaste
Efímeros pasar junto al fulgor del mar.
Desnudos cuerpos bellos que se llevan
Tras de sí los deseos
Con su exquisita forma, y sólo encierran
Amargo zumo, que no alberga su espíritu
Un destello de amor ni de alto pensamiento.
Igual todo prosigue,
Como entonces, tan mágico,
Que parece imposible
La sombra en que has caído.
Mas un inmenso afán oculto advierte
Que su ignoto aguijón tan sólo puede
Aplacarse en nosotros con la muerte,
Como el afán del agua,
A quien no basta esculpirse en las olas,
Sino perderse anónima
En los limbos del mar.
Pero antes no sabías
La realidad más honda de este mundo:
El odio, el triste odio de los hombres,
Que en ti señalar quiso
Por el acero horrible su victoria,
Con tu angustia postrera
Bajo la luz tranquila de Granada,
Distante entre cipreses y laureles,
Y entre tus propias gentes
Y por las mismas manos
Que un día servilmente te halagaran.
Para el poeta la muerte es la victoria;
Un viento demoníaco le impulsa por la vida,
Y si una fuerza ciega
Sin comprensión de amor
Transforma por un crimen
A ti, cantor, en héroe,
Contempla en cambio, hermano,
Cómo entre la tristeza y el desdén
Un poder más magnánimo permite a tus amigos
En un rincón pudrirse libremente.
Tenga tu sombra paz,
Busque otros valles,
Un río donde del viento
Se lleve los sonidos entre juncos
Y lirios y el encanto
Tan viejo de las aguas elocuentes,
En donde el eco como la gloria humana ruede,
Como ella de remoto,
Ajeno como ella y tan estéril.

Halle tu gran afán enajenado
El puro amor de un dios adolescente
Entre el verdor de las rosas eternas;
Porque este ansia divina, perdida aquí en la tierra,
Tras de tanto dolor y dejamiento,
Con su propia grandeza nos advierte
De alguna mente creadora inmensa,
Que concibe al poeta cual lengua de su gloria
Y luego le consuela a través de la muerte.

GABRIEL CELAYA "A Blas de Otero"

GABRIEL CELAYA 
"A Blas de Otero"


Amigo Blas de Otero: Porque sé que tú existes,
Y porque el mundo existe, y yo también existo,
Porque tú y yo y el mundo nos estamos muriendo,
Gastando nuestras vueltas como quien no hace nada,
Quiero hablarte y hablarme, dejar hablar al mundo
De este dolor que insiste en todo lo que existe.

Vamos a ver, amigo, si esto puede aguantarse:
El semillero hirviente de un corazón podrido,
Los mordiscos chiquitos de las larvas hambrientas,
Los días cualesquiera que nos comen por dentro,
La carga de miseria, la experiencia —un residuo—,
Las penas amasadas con lento polvo y llanto.

Nos estamos muriendo por los cuatro costados,
Y también por el quinto de un Dios que no entendemos.
Los metales furiosos, los mohos del cansancio,
Los ácidos borrachos de amarguras antiguas,
Las corrupciones vivas, las penas materiales...
Todo esto —tú sabes—, todo esto y lo otro.

Tú sabes. No perdonas. Estás ardiendo vivo.
La llama que nos duele quería ser un ala.
Tú sabes y tu verso pone el grito en el cielo.
Tú, tan serio, tan hombre, tan de Dios aun si pecas,
Sabes también por dentro de una angustia rampante,
De poemas prosaicos, de un amor sublevado.

Nuestra pena es tan vieja que quizá no sea humana:
Ese mugido triste del mar abandonado,
Ese temblor insomne de un follaje indistinto,
Las montañas convulsas, el éter luminoso,
Un ave que se ha vuelto invisible en el viento,
Viven, dicen y sufren en nuestra propia carne.

Con los cuatro elementos de la sangre, los huesos,
El alma transparente y el yo opaco en su centro,
Soy el agua sin forma que cambiando se irisa,
La inercia de la tierra sin memoria que pesa,
El aire estupefacto que en sí mismo se pierde,
El corazón que insiste tartamudo afirmando.

Soy creciente. Me muero. Soy materia. Palpito.
Soy un dolor antiguo como el mundo que aún dura.
He asumido en mi cuerpo la pasión, el misterio,
La esperanza, el pecado, el recuerdo, el cansancio,
Soy la instancia que elevan hacia un Dios excelente
La materia y el fuego, los latidos arcaicos.

Debo salvarlo todo si he de salvarme entero.
Soy coral, soy muchacha, soy sombra y aire nuevo,
Soy el tordo en la zarza, soy la luz en el trino,
Soy fuego sin sustancia, soy espacio en el canto,
Soy estrella, soy tigre, soy niño y soy diamante
Que proclaman y exigen que me haga Dios con ellos.

¡Si fuera yo quien sufre! ¡Si fuera Blas de Otero!
¡Si sólo fuera un hombre pequeñito que muere
Sabiendo lo que sabe, pesando lo que pesa!
Mas es el mundo entero quien se exalta en nosotros
Y es una vieja historia lo que aquí desemboca.
Ser hombre no es ser hombre. Ser hombre es otra cosa.

Invoco a los amantes, los mártires, los locos
Que salen de sí mismos buscándose más altos.
Invoco a los valientes, los héroes, los obreros,
Los hombres trabajados que duramente aguantan
Y día a día ganan su pan, mas piden vino.
Invoco a los dolidos. Invoco a los ardientes.

Invoco a los que asaltan, hiriéndose, gloriosos,
La justicia exclusiva y el orden calculado,
Las rutinas mortales, el bienestar virtuoso,
La condición finita del hombre que en sí acaba,
La consecuencia estricta, los daños absolutos.
Invoco a los que sufren rompiéndose y amando.

Tú también, Blas de Otero, chocas con las fronteras,
Con la crueldad del tiempo, con límites absurdos,
Con tu ciudad, tus días y un caer gota a gota,
Con ese mal tremendo que no te explica nadie.
Irónicos zumbidos de aviones que pasan
Y muertos boca arriba que no, no perdonamos.

A veces me parece que no comprendo nada,
Ni este asfalto que piso, ni ese anuncio que miro.
Lo real me resulta increíble y remoto.
Hablo aquí y estoy lejos. Soy yo, pero soy otro.
Sonámbulo transcurro sin memoria ni afecto,
Desprendido y sin peso, por lúcido ya loco.

Detrás de cada cosa hay otra cosa que es la misma,
Idéntica y distinta, real y a un tiempo extraña.
Detrás de cada hombre un espejo repite
Los gestos consabidos, mas lejos ya, muy lejos.
Detrás de Blas de Otero, Blas de Otero me mira,
Quizá me da la vuelta y viene por mi espalda.

Hace aún pocos días caminábamos juntos
En el frío, en el miedo, en la noche de enero
Rasa con sus estrellas declaradas lucientes,
Y era raro sentirnos diferentes, andando.
Si tu codo rozaba por azar mi costado,
Un temblor me decía: "Ese es otro, un misterio."

Hablábamos distantes, inútiles, correctos,
Distantes y vacíos porque Dios se ocultaba,
Distintos en un tiempo y un lugar personales,
En las pisadas huecas, en un mirar furtivo,
En esto con que afirmo: "Yo, tú, él, hoy, mañana",
En esto que separa y es dolor sin remedio.

Tuvimos aún que andar, cruzar calles vacías,
Desfilar ante casas quizá nunca habitadas,
Saber que una escalera por sí misma no acaba,
Traspasar una puerta —lo que es siempre asombroso—,
Saludar a otro amigo también raro y humano,
Esperar que dijeras —era un milagro—: Dios al fin escuchaba.

Todo el dolor del mundo le atraía a nosotros.
Las iras eran santas; el amor, atrevido;
Los árboles, los rayos, la materia, las olas,
Salían en el hombre de un penar sin conciencia,
De un seguir por milenios, sin historia, perdidos.
Como quien dice "sí", dije Dios sin pensarlo.

Y vi que era posible vivir, seguir cantando.
Y vi que el mismo abismo de miseria medía
Como una boca hambrienta, qué grande es la esperanza.
Con los cuatro elementos, más y menos que hombre,
Sentí que era posible salvar el mundo entero,
Salvarme en él, salvarlo, ser divino hasta en cuerpo.

Por eso, amigo mío, te recuerdo, llorando;
Te recuerdo, riendo; te recuerdo, borracho;
Pensando que soy bueno, mordiéndome las uñas,
Con este yo enconado que no quiero que exista,
Con eso que en ti canta, con eso en que me extingo
Y digo derramado: amigo Blas de Otero.

GABRIEL CELAYA "A Andrés Basterra"

GABRIEL CELAYA 
"A Andrés Basterra"


Andrés, aunque te quitas la boina cuando paso
Y me llamas "señor", distanciándote un poco.
Reprobándome —veo— que no lleve corbata,
Que trate falsamente de ser un tú cualquiera,
Que cambie los papeles —tú por tú, tú barato—,
Que no sea el que exiges —el amo respetable
Que te descansaría—,
Y me tiendes tu mano floja, rara, asustada
Como un triste estropajo de esclavo milenario,
No somos dos extraños.
Tus penas yo las sufro. Mas no puedo aliviarte
De las tuyas dictando qué es lo justo y lo injusto.

No sé si tienes hijos.
No conozco tu casa, ni tus intimidades.
Te he visto en mis talleres, día a día, durando,
Y nunca he distinguido si estabas triste, alegre,
cansado, indiferente, nostálgico o borracho.
Tampoco tú sabías cómo andaban mis nervios,
Ni que escribía versos —siempre me ha avergonzado—,
Ni que yo y tú, directos,
Podíamos tocarnos, sin más ni más, ni menos,
Cordialmente furiosos, estrictamente amargos,
Anónimos, fallidos, descontentos a secas,
Mas pese a todo unidos como trabajadores.

Estábamos unidos por la común tarea,
Por quehaceres viriles, por cierto ser conjunto,
Por labores sin duda poco sentimentales
—Cumplir este pedido con tal costo a tal fecha;
Arreglar como sea esta máquina hoy mismo—
Y nunca nos hablamos de las cóleras frías,
De los milagros machos,
De cómo estos esfuerzos serán nuestra sustancia,
Y el sueldo y la familia, cosas vanas, remotas,
Accesorias, gratuitas, sin último sentido.
Nunca como el trabajo por sí y en sí sagrado
O sólo necesario.

Andrés, tú lo comprendes. Andrés, tú eres un vasco.
Contigo sí que puedo tratar de lo que importa,
De materias primeras,
Resistencias opacas, cegueras sustanciales,
Ofrecidas a manos que sabían tocarlas,
Apreciarlas, pesarlas, valorarlas, herirlas,
Orgullosas, fabriles, materiales, curiosas.
Tengo un título bello que tú entiendes: Madera,
Pino rojo de Suecia y Haya brava de Hungría,
Samanguilas y Okolas venidas de Guinea,
Robles de Slavonía y Abetos del Mar Blanco,
Pinoteas de Tampa, Mobile o Pensacola.

Maderas, las maderas humildemente nobles,
Lentamente crecidas, cargadas de pasado,
Nutridas de secretos terrenos y paciencia,
De primaveras justas, de duración callada,
De savias sustanciadas, felizmente ascendentes.
Maderas, las maderas buenas, limpias, sumisas,
Y el olor que expandían,
Y el gesto, el nudo, el vicio personal que tenían
A veces ciertas rollas,
La influencia escondida de ciertas tempestades,
De haber crecido en esta, bien en otra ladera,
De haber sorbido vagas corrientes aturdidas.

Hay gentes que trabajan el hierro y el cemento;
Las hay dadas a espartos, o a conservas, o a granos,
O a lanas, o a anilinas, o a vinos, o a carbones;
Las hay que sólo charlan y ponen telegramas
Mas sirven a su modo;
Las hay que entienden mucho de amiantos o de grasas,
De prensas, celulosas, electrodos, nitratos;
Las hay, como nosotros, dadas a la madera,
Unidas por las sierras, los tupis, las machihembras,
Las herramientas fieras del héroe prometeico
Que entre otras nos concretan
La tarea del hombre con dos manos, diez dedos.

Tales son los oficios. Tales son las materias.
Tal la forma de asalto del amor de la nuestra,
La tuya, Andrés, la mía.
Tal la oscura tarea que impone el ser un hombre.
Tal la humildad que siento. Tal el peso que acepto.
Tales los atrevidos esfuerzos contra un mundo
Que quisiera seguirse sin pena y sin cambio,
Pacífico y materno,
Remotamente manso, durmiendo en su materia.
Tales, tercos, rebeldes, nosotros, con dos manos,
Transformándolo, fieros, construimos un mundo
Contra naturaleza, gloriosamente humano.

Tales son los oficios. Tales son las materias.
Tales son las dos manos del hombre, no ente abstracto.
Tales son las humildes tareas que precisan
La empresa prometeica.
Tales son los trabajos comunes y distintos;
Tales son los orgullos, las rabias insistentes,
Los silencios mortales, los pecados secretos,
Los sarcasmos, las llamas, los cansancios, las lluvias;
Tales las resistencias no mentales que, brutas,
Obligan a los hombres a no explicar lo que hacen;
Tales sus peculiares maneras de no hablarse
Y unirse, sin embargo.

Mira, Andrés, a los hombres con sus manos capaces,
Con manos que construyen armarios y dínamos,
Y versos y zapatos;
Con manos que manejan furiosas herramientas,
Fabrican, eficaces, tejidos, radios, casas,
Y otras veces se quedan inmóviles y abiertas
Sobre ese blanco absorto de una cuartilla muerta.
Manos raras, humanas;
Manos de constructores, manos de amantes fieles
Hechas a la medida de un seno acariciado;
Manos desorientadas que el sufrimiento mueve
A estrechar fuertemente, buscando la una en la otra.

Están así los hombres
Con sus manos fabriles o bien sólo dolientes,
Con manos que a la postre no sé para qué sirven.
Están así los hombres vestidos, con bolsillos
Para el púdico espanto de esas manos desnudas
Que se miran a solas, sintiéndolas extrañas.
Están así los hombres y, en sus ojos, cambiadas,
Las cosas de muy dentro con las cosas de fuera,
Y el tranvía, y las nubes, y un instinto —un hallazgo—,
Todo junto, cualquiera,
Todo único y sencillo, y efímero, importante,
Como esas cien nonadas que pasan o no pasan.

Mira, Andrés, a los hombres, ya sentados, ya andando,
Tan raros si nos miran seriamente callados,
Tan raros si caminan, trabajan o se matan,
Tan raros si nos odian, tan raros si perdonan
El daño inevitable,
Tan raros que si ríen nos enseñan los dientes,
Tan raros que si piensan se doblan de ironía.
Mira, Andrés, a estos hombres.
Míralos. Yo te miro. Mírame si es que aguantas.
Dime que no vale la pena de que hablemos,
Dime cuánto silencio formó tu ser obrero,
Qué inútilmente escribo, qué mal gusto despliego.

Mira, Andrés, cómo estamos unidos pese a todo,
Cómo estamos estando, qué ciegamente amamos.
Aunque ya las palabras no nos sirven de nada,
Aunque nuestras fatigas no puedan explicarse
Y se tuerzan las bocas si tratamos de hablarnos,
Aunque desesperados,
Bien sea por inercia, terquedad o cansancio,
Metafísica rabia, locura de existentes
Que nunca se resignan, seguimos trabajando,
Cavando en el silencio,
Hay algo que conmueve y entiendes sin ideas
Si de pronto te estrecho febrilmente la mano.

La mano, Andrés. Tu mano, medida de la mía.

ROSARIO CASTELLANOS “Amor”

ROSARIO CASTELLANOS 
“Amor”


Sólo la voz, la piel, la superficie
Pulida de las cosas.

Basta. No quiere más la oreja, que su cuenco
Rebalsaría y la mano ya no alcanza
A tocar más allá.

Distraída, resbala, acariciando
Y lentamente sabe del contorno.
Se retira saciada
Sin advertir el ulular inútil
De la cautividad de las entrañas
Ni el ímpetu del cuajo de la sangre
Que embiste la compuerta del borbotón, ni el nudo
Ya para siempre ciego del sollozo.

El que se va se lleva su memoria,
Su modo de ser río, de ser aire,
De ser adiós y nunca.

Hasta que un día otro lo para, lo detiene
Y lo reduce a voz, a piel, a superficie
Ofrecida, entregada, mientras dentro de sí
La oculta soledad aguarda y tiembla.

ROSARIO CASTELLANOS "Agonía fuera del muro"

ROSARIO CASTELLANOS  
"Agonía fuera del muro"


Miro las herramientas,
El mundo que los hombres hacen, donde se afanan,
Sudan, paren, cohabitan.

El cuerpo de los hombres prensado por los días,
Su noche de ronquido y de zarpazo
Y las encrucijadas en que se reconocen.

Hay ceguera y el hambre los alumbra
Y la necesidad, más dura que metales.

Sin orgullo (¿qué es el orgullo? ¿Una vértebra
Que todavía la especie no produce?)
Los hombres roban, mienten,
Como animal de presa olfatean, devoran
Y disputan a otro la carroña.

Y cuando bailan, cuando se deslizan
O cuando burlan una ley o cuando
Se envilecen, sonríen,
Entornan levemente los párpados, contemplan
El vacío que se abre en sus entrañas
Y se entregan a un éxtasis vegetal, inhumano.

Yo soy de alguna orilla, de otra parte,
Soy de los que no saben ni arrebatar ni dar,
Gente a quien compartir es imposible.

No te acerques a mi, hombre que haces el mundo,
Déjame, no es preciso que me mates.
Yo soy de los que mueren solos, de los que mueren
De algo peor que vergüenza.
Yo muero de mirarte y no entender.

ALFONSO CAMÍN "Covadonga"

ALFONSO CAMÍN 
"Covadonga"


Desde el alto peñón baja el torrente
Y ora es manto de espuma en el vacío,
Ora un collar que se nos fue en rocío,
Ora epopeya de tambor batiente.

Llega hasta abajo, se transforma en fuente;
Va más abajo, se transforma en un río;
Más abajo, un clamoe, un vocerío
De alguien que lucha con extraña gente.

Voz que en el viento su vigor prolonga,
De pastor en pastor, de braña en braña,
Ruge en Onís y repercuta en Ponga.

¡Es la voz de Pelayo en la montaña,
Que empieza resonando en Covadonga
Y acaba resonando en toda España!