OLEGARIO VICTOR ANDRADE
"SAN MARTIN"
I
No
nacen los torrentes
En
ancho valle ni en gentil colina;
Nacen
en ardua, desolada cumbre,
Y
velan el cristal de sus corrientes,
Que
ruedan en inquieta muchedumbre,
Vagarosos
cendales de neblina.
No
bajan de la altura
Con
tardo paso y quejumbroso acento,
Copiando
flores, retratando estrellas
En
el espejo de su linfa pura,
Mientras
en la lira del follaje, el viento
Murmura
la canción de sus querellas.
Se
derraman sin rumbo
Por
ignotos y lóbregos senderos,
Caravanas
del ámbito infinito,
¡Cual
si quisieran sorprender al mundo
Con
el fragor de sus enojos fieros,
De
libertad con el potente grito!
Nació
como el torrente,
En
ignorada y misteriosa zona
De
ríos como mares
De
grandes y sublimes perspectivas,
¡Do
parece escucharse en los palmares
El
sollozo profundo
De
las inquietas razas primitivas!
Nació
como el torrente,
Rodó
por larga y tenebrosa vía,
Desde
el mundo naciente al mundo viejo;
Torció
su curso un día,
Y
entre marciales himnos de victoria,
¡Desató
sobre América cautiva
Las
turbulentas ondas de su gloria!
II
Cual
tiembla la llanura
Cuando
el torrente surge en la montaña,
La
espléndida comarca de su cuna
Se
estremeció con vibración extraña
Cuando
nació el gigante de la historia;
¡Y
algo como un vagido,
Flotó
sobre las mudas soledades
En
las alas del viento conducido!
Lo
oyó la tribu errante
Y
detuvo su paso en la pradera;
Vibró,
como una nota,
De
la selva en las bóvedas sombrías,
Flébil
nota de místicos cantares,
Y
el Uruguay se revolvió al oírla,
En
su lecho de rocas seculares.
El
viejo misionero
Que
en el desierto inmensurable abría
Con
el hacha y la cruz vasto sendero,
¡Tembló
herido aquel día,
De
indefinible espanto,
Cual
si sentido hubiese en la espesura
El
eco funeral del bronce santo!
El
soldado español creyó que oía
Cavernoso
fragor de muchedumbre;
Que
los lejanos bosques, que ostentaban
Sobre
el móvil ramaje
El
áureo polvo de la hirviente lumbre
Del
sol en el ocaso,
¡Eran
negras legiones de guerreros,
Que
con acorde y silencioso paso
De
las altas almenas descendían
Chispeando
los aceros!
¡Presentimiento
informe del futuro!
¡Voz
celeste que anima en la batalla
Al
esclavo que lucha moribundo,
Y
al opresor desmaya!
¡Pavorosa
visión, habitadora
De
los viejos derruidos monumentos,
Que
guardan de los siglos la memoria,
Y
que anuncia a los siglos venideros
Los
grandes cataclismos de la historia!
Aquella
voz decía:
«Ya
nació el salvador, ¡raza oprimida!
Ya
nació el vengador, ¡raza opresora!
Ya
la nube del rayo justiciero,
Asciende
al horizonte rugidora,
Y
se alza el brazo airado,
Que
va a rasgar el libro de las leyes
De
la conquista fiera,
¡Y
a azotar con el cetro de sus reyes
El
rostro de la España aventurera!»
III
Dejó
su nido el águila temprano,
¡Ansiaba
luz, espacio, tempestades,
Playas
agrestes y nevados montes
Para
ensayar su vuelo soberano!
Buscaba
un astro nuevo
Perdido
en los nublados horizontes,
¡Y
fue en su afán gigante
A
preguntar por él al Oceano!
¿Qué
se dirán a solas
El
águila de América arrogante,
Mojando
el ala en las hurañas olas,
Y
el hosco mar Atlante,
De
la alta noche en la quietud sagrada,
Y
al rumor de la playa estremecida,
Escuchando
en la atmósfera callada
Rodar
el mundo y palpitar la vida?
Acaso
el Oceano
Le
repitió al oído los cantares
De
aquel errante cisne lusitano
Que
estremeció con su dolor los mares;
O
le dijo más bajo,
Con
ademán profético y severo:
¡Allá!
¡Tengo guardada,
De
mi imperio en el límite postrero,
Como
una nave misteriosa anclada,
La
roca en que en tiempo venidero
Otra
águila caudal va a ser atada!
No
detuvo su vuelo
El
águila de América arrogante;
Iba
buscando en extranjero cielo
La
estrella fulgurante
Que
soñaba en el nido solitario
De
la selva uruguaya,
Y
fue a posarse un día
Del
mar hesperio en la sonora playa.
Tronaba
por los montes
De
la guerrera tempestad la saña,
Y
vio flotar al viento,
Sobre
la débil indefensa España,
¡De
la conquista el pabellón sangriento!
Y
el ave americana
Soltó
de nuevo el turbulento vuelo,
Cruzando
rauda la extensión vacía
¡Y
fue a buscar al águila francesa
Entre
el estruendo de la lid bravía!
Bailén
la vio severa
Entre
el tropel de la legión bizarra
Que
el suelo de la Patria defendía;
¡Y
la marca sangrienta de su garra
Quedó
estampada en la imperial bandera
Conocida
de valles y montañas,
Que
las lindes de un mundo había borrado
Sembrando
glorias y abortando hazañas!
Mas
no era aquel el astro que buscaba:
No
era el rojizo sol de Andalucía,
El
sol de los ensueños
Que
con afán inquieto perseguía.
Allí
un pueblo esforzado reluchaba
En
la alta sierra y la llanura amena
Por
sacudir el extranjero yugo,
Para
amarrar de nuevo a su garganta
De
los antiguos amos la cadena.–
¡Volvió
a tender el vuelo,
Cargada
de laureles
Y
entristecida el águila arrogante!
Buscaba
por doquier pueblos libres,
Y
hallaba por doquiera pueblos fieles.–
Hasta
que al fin un día,
Vio
levantarse en el confín lejano
Del
patrio río en que dejó su nido
De
libertad el astro soberano,
¡De
libertad el astro bendecido!
IV
Un
mundo despertaba
Del
sueño de la negra servidumbre,
Profunda
noche de mortal sosiego,
Con
la sorda inquietud de la marea.–
Y
en la celeste cumbre,
Las
estrellas del trópico encendían
Sus
fantásticas flámulas de fuego
Para
alumbrar la lucha gigantea.–
Un
mundo levantaba
La
desgarrada frente pensativa
Del
profundo sepulcro de su historia,
Y
una raza cautiva
Llamaba
al Salvador con hondo acento;
Y
el Salvador le contestó lanzando
El
resonante grito de victoria
Entre
el feroz tumulto de las olas
Del
Paraná irritado,
Al
sentirse oprimido por las quillas
De
las guerreras naves españolas.–
¡Fue
un soplo la batalla!
Los
jinetes del Plata, como el viento
Que
barre sus llanuras, se estrellaron
Con
empuje violento
En
la muralla de templado acero;
Y
se vio largo tiempo confundidas
Sobre
la alta barranca,
Y
entre el solemne horror de la batalla,
¡La
naciente bandera azul y blanca
Y
el rojo airón del pabellón ibero!
Fue
la primer jornada,
Del
torrente nacido en las sombrías
Florestas
tropicales;
La
primera iracunda marejada,
Y
su rumor profundo
Llevado
de onda en onda por el viento
Del
Plata, al Oceano,
¡Fue
a anunciar por el mundo
Que
ya estaba empeñada la partida
Del
porvenir humano!
V
Al
pie de la montaña,
Centinela
fantástico que ostenta
La
armadura de siglos,
Que
abolió con su masa la tormenta,
Fue
a sentarse en gigante de la historia,
Taciturno
y severo,
Pensando
en la alta cumbre
Donde
el nombre argentino a grabar iba
Con
el cincel de su potente acero.
La
voz que llama al águila en la altura
Y
el huracán despierta en el abismo,
Es
la voz de la gloria
Que
llama a la ambición y al heroísmo;
Con
misterioso, irresistible acento,
Aquella
voz que imita
Rumores
de batalla,
Murmullos
de laureles en el viento,
Himnos
de Ossián en la desierta playa.
Lo
oyó el héroe y la oyó la hueste altiva,
Que
velaba severa,
¡Soñando
con la patria y con la historia,
Al
pie de la gigante cordillera!
Y
al sonar de los roncos atambores
Largó
el cóndor atónito su presa,
Y
la ruda montaña, conmovida,
Doblegó
la cabeza
¡Para
ser pedestal de esa bandera!
VI
¡Ya
están sobre las crestas de granito
Fundidas
por el rayo!
Ya
tienen frente a frente el infinito:
Arriba,
el cielo de esplendor cubierto;
Abajo,
en los salvajes hondonados,
La
soledad severa del desierto;
Y
en el negro tapiz de la llanura,
Como
escudos de plata abandonados,
¡Los
lagos y los ríos que festonan
De
la patria la regia vestidura!
¡Ya
están sobre la cumbre!
Ya
relincha el caballo de pelea
Y
flota al viento el pabellón altivo,
¡Hinchado
por el soplo de una idea!
¡Oh!
¡Qué hermosa, qué espléndida, que grande
Es
la patria mirada
Desde
el soberbio pedestal del Ande!
El
desierto sin límites doquiera,
Oceanos
de verdura en lontananza,
Mares
de ondas azules a lo lejos,
Las
florestas del trópico distantes,
Y
las cumbres heladas
De
la adusta argentina cordillera,
¡Como
ejército inmóvil de gigantes!
¿En
qué piensa el coloso de la historia,
De
pie sobre el coloso de la tierra?
Piensa
en Dios, en la Patria y en la Gloria,
En
pueblos libres y en cadenas rotas;
Y
con la fe del que a la lucha lleva
La
palabra infalible del destino,
¡Se
lanzó por las ásperas gargantas,
Y
lo siguió rugiendo el torbellino!
VII
Débil
barrera oponen a su empuje
Los
arrogantes tercios españoles,
De
Chacabuco en la empinada cuesta,
Que
como roja nube centellea
Mientras
el viento encadenado ruge.–
¿Quién
detiene el torrente embravecido
Cuando
el soplo de Dios lo aguijonea?
El
torrente llegó, rompió la valla,
Y
se perdió veloz en la llanura;
Y
al mirarlo pasar lo saludaron
Las
nubes agitándose en la altura.–
¡Reguero
de laureles!
Sólo
una vez el sol de su bandera
Palideció
con fúnebre desmayo:
Aquella
ingrata noche de la historia,
Que
cruzó como nube pasajera
Barrida
por cien ráfagas de gloria.
Para
borrar sus sombras, encendimos
Con
corazas y yelmos y cañones,
En
el llano de Maipo inmensa hoguera
¡A
cuya luz brotaron dos naciones!
VIII
Los
vientos de Oceano,
Llevaban
en sus alas turbulentas
A
los valles chilenos,
Mezclados
al rumor de las tormentas,
Los
lastimeros ecos fugitivos,
Que
los sauces del Éufrates oyeron
Del
arpa de los míseros cautivos.
Aun
quedaba un pedazo
De
tierra americana, sumergido
En
la noche de error del coloniaje,
¡Para
ser redimido!
Aun
yacía en oscuro vasallaje
Aquel
pueblo bizarro,
Que
cual robles del monte despeñados
Con
ímpetu sonoro,
¡Vio
caer a sus Incas, derribados
De
su trono de oro
Bajo
el hacha sangrienta de Pizarro!
¡Sonaron
otra vez los atambores!
Hinchó
otra vez el viento la bandera
Que
desgarró de Maipo la metralla,
Y
a la voz imperiosa del guerrero,
¡Bajó
la espalda el mar, como si fuera
Su
bridón generoso de batalla!
IX
¡Salud
al vencedor! ¡Salud al grande
Entre
los grandes héroes! Exclamaban
Civiles
turbas, militares greyes,
Con
ardiente alborozo,
En
la vieja ciudad de los Virreyes.–
Y
el vencedor huía,
Con
firme paso y actitud serena,
A
confiar a las ondas de los mares
Los
profundos secretos de su pena.–
La
ingratitud, la envidia,
La
sospecha cobarde, que persiguen
Como
nubes tenaces,
Al
sol del genio humano,
Fueron
siguiendo el rastro de sus pasos
A
través del Oceano,
Ansiosas
de cerrarle los caminos
Del
poder y la gloria,
¡Sin
acordarse, ¡torpes! de cerrarle
El
seguro camino de la historia!
X
¡Allá
duerme el guerrero,
A
la sombra de mustias alamedas
Que
velan su reposo solitario!
¡Ay!
No arrullan su sueño postrimero,
Como
soñó en la tarde de su vida,
Los
ecos de las patrias arboledas!
Allá
duerme el guerrero,
De
extraños vientos al rumor profundo:
Los
vientos de la historia,
Que
lloran las catástrofes del mundo;
Y
acaso siente en la callada noche
Pasar
en negra y lastimera tropa,
Fantasmas
de los pueblos oprimidos,
¡Espectros
de los mártires de Europa!
¡Cómo
tembló la losa de su tumba
Y
se agitó su sombra gigantea
Cuando
sintió rugir a la distancia
El
sangriento huracán de la pelea,
Y
vio caer exánime a la Francia
Bajo
los cascos del corcel germano
En
medio del espanto de la tierra!
¡Ah!
Quizá levantó la yerta mano
Para
ofrecerle en el desastre inmenso,
A
falta de su espada,
¡La
espada de Maipú y de San Lorenzo!
XI
¡Un
siglo más que pasa!
¡Una
ola más del mar de las edades,
Una
nueva corriente de la historia,
Que
arrastra a las eternas soledades
Generaciones,
sueños y quimeras!
Hace
un siglo recién desde aquel día,
Fecundo
día de inmortal memoria,
Cuando
el lejana misteriosa zona,
¡El
salvador de América nacía
A
la sombra de palmas y laureles
Que
no habían de bastar a su corona!
Un
siglo nada más; un paso apenas
Del
tortuoso sendero
Que
lleva al porvenir desconocido.–
Un
siglo nada más, y el grito fiero
Ya
no se oye, del indio perseguido
Por
la implacable fe del misionero
Y
la avaricia cruel de sus señores.–
Ya
ha crecido la hiedra,
De
Yapeyú en los áridos escombros
Que
alzan la frente airada
De
la luna a los lívidos fulgores,
¡Como
tremenda maldición de piedra!
La
aurora de este siglo
Nació
en los tenebrosos horizontes
De
un inmenso desierto.–
Tribus
errantes y salvajes montes,
La
barbarie doquier; y el fanatismo
Fue
ascendiendo, ascendiendo,
Como
un rayo de luz en un abismo,
Y
al bajar al ocaso,
¡Alumbran
su camino
Los
millares de antorchas del progreso,
Del
pensamiento al resplandor divino!
Ayer,
la servidumbre
Con
sus sombras tristísimas de duelo,
Cadenas
en los pies y en la conciencia,
¡La
sombra en el espíritu y el cielo!
Hoy
en la excelsa cumbre
La
libertad enciende sus hogueras,
Unida
en santo abrazo con la ciencia;
Los
dos genios del mundo vencedores:
¡La
libertad que funde las diademas,
Y
la ciencia que funde los errores!
¡Milagros
de la gloria!
Tu
espada, San Martín, hizo el prodigio;
Ella
es el lazo que une
Los
extremos de un siglo ante la historia,
Y
entre ellos se levanta,
Como
el sol en el mar dorando espumas,
El
astro brillador de tu memoria.–
¡No
morirá tu nombre!
Ni
dejará de resonar un día
Tu
grito de batalla,
Mientras
haya en los Andes una roca
Y
un cóndor en su cúspide bravía.–
¡Está
escrito en la cima y en la playa,
En
el monte, en el valle, por doquiera
Que
alcanza de Misiones al Estrecho
La
sombra colosal de tu bandera!